El consuelo es que fuimos ricos

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Si algún verde despechado tuviese ahora un arranque de sinceridad, reconociera sin ambages que la fiesta revolucionaria vive sus peores momentos, que también podrían ser los últimos. Y todo porque sin dinero suficiente, no hay socialismo moderno que marche bien, por más que se intente, infructuosamente, disfrazar las carencias económicas con políticas del estilo Robin Hood, de quitarles a los que tienen más para dárselo a los que no tienen nada.

Ya no estamos para creer ni en Robin Hood o en nuestra versión criolla Naún Briones. Aquellas épocas de los bandidos bondadosos quedaron en el pasado, porque los ambiciosos corren más rápido que los idealistas. Y este gobierno, igual que los anteriores, ha demostrado una inmensa ambición por el poder, con todo lo que implica. Ese poder, desafortunadamente, no se ha repartido entre los pobres, como cuentan las viejas leyendas, sino que se acumula en poquísimas manos, tan estrechas y egoístas que no pueden con él. Y un poder mal utilizado es peligroso. Historias de este tipo siempre terminan mal.

Lo que sufren ahora los trabajadores telefónicos y los maestros, que están en zozobra por el futuro de sus patrimonios, es la manifestación más clara de un poder desesperado. Esto no se trata de socialismo, por más que se le parezca y se repita un discurso en ese sentido. Aquí se recortan utilidades a los trabajadores de una telefónica y al mismo tiempo se dan todas las facilidades para que venga la Coca Cola a instalar una gran planta en la Sierra, y eso que está prohibida la privatización del agua. Aquí se quiere incluir los fondos de los maestros en las cuentas del gobiernista BIESS y, al mismo tiempo, se ponen en Wall Street bonos por 2000 millones de dólares, ofreciendo a sus compradores un compromiso tan serio de pago que ni parece que se esté hablando de papeles de Ecuador.

Esto se trata de supervivencia. Los más confiados dirán que se trata de un bache financiero que se superará con facilidad en dos años, cuando el Estado ya cuente con las hidroeléctricas en toda su capacidad, cuando los subsidios en su totalidad hayan desaparecido y el rico Yasuní empiece a justificar con sus petrodólares los motivos de tanto escándalo.

Puede ser. Pero el problema real, que alguien debería explicar, es que la gran fortuna del Ecuador ya se la gastó. No existe y será muy difícil que en las próximos años una riqueza tan grande sea manejada por otros gobiernos, sean o no revolucionarios.

Fuimos ricos y nunca lo supimos. Ahora que ya no lo somos, deberíamos saber, para nuestros registros, a dónde fue a parar nuestra fortuna. Y que eso nos sirva de consuelo.

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