Las carreteras se tiñen de sangre

Alberto Molina

Alberto Molina
Quito, Ecuador

Son los titulares de casi todos los días; los medios de comunicación dan cuenta de accidentes de tránsito a lo largo y a lo ancho de nuestro territorio nacional, con resultados trágicos; personas de todas las edades y de toda condición social y económica resultan ser las víctimas fatales.

Normalmente, la gente pobre es la más expuesta a estos peligros. Viajan hacinados en buses vetustos, sin ningún control, muchos de ellos han sobrepasado la vida útil que establece la ley, no hay autoridad que controle el mínimo de condiciones de seguridad (luces, frenos, guías, llantas lisas, etc.). También es usual encontrar vehículos, especialmente pesados, con alguna avería sin ninguna señal que alerte a los conductores que transitan por ese lugar, lo que hacen es colocar grandes piedras o ramas como señal de peligro que luego las dejan en la calzada, pasando a ser una nueva amenaza para que se produzcan nuevos accidentes. Lo más grave es que nadie respeta las señales de tránsito (sobre todo los límites de velocidad) y no hay autoridad que haga cumplir esa exigencia. Lo que también resulta usual es que luego del accidente, si el conductor no ha resultado herido o a muerto, se haya dado a la fuga.

Al igual que la seguridad ciudadana, el pueblo reclama un mínimo de garantías para poder transitar, ya sea en los vehículos privados o en  transporte público.

En materia de accidentes, República Dominicana y Venezuela son los países de mayor porcentaje de accidentes de tránsito, nosotros no nos quedamos muy atrás.

Aquí caben varias interrogantes: ¿Quiénes son los responsables? ¿A qué se debe tantos accidentes?

Igual como cuando hemos comentado sobre la inseguridad ciudadana, el problema de los accidentes de tránsito tiene varios responsables: de acuerdo con las estadísticas, los choferes profesionales son los mayores responsables. Recordemos los escándalos sobre la venta de licencias que fue un gran negocio…criminal negocio; les siguen algunos jueces fácilmente cotizables, los Policías de Tránsito, propensos al soborno y la lenidad de los gobiernos de turno que por conveniencia han cedido al chantaje del poderoso gremio de choferes; cualquier presión significa correr el riesgo de perder un significativo caudal de votos.

He ahí un diagnóstico descarnado y crudo de esta penosa realidad. En su momento, era deber del gobierno resolver este angustiante problema, ahora está en manos de los municipios; se requiere una gran firmeza y decisión para enfrentar este grave problema, obviamente, sin cálculos políticos. De esta forma, tendremos menos corazones azules que pintar en las carreteras y en las calles de las ciudades y mayor confianza y seguridad para transitar por las carreteras de nuestro país.

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