Una estrategia para abordar aviones/keju

Álvaro Alemán

Alvaro Alemán
Quito, Ecuador

En el libro ¿Quién teme al gran dragón? Por qué la China tiene el mejor (y el peor) sistema de educación del mundo, de Yong Zhao, en la actualidad profesor de la Universidad de Oregon en los EEUU, el autor postula que el gigante asiático tiene la “mejor” educación del mundo solo si uno se remite a las calificaciones estandarizadas internacionales, entre ellos, los exámenes PISA, introducidos en el Ecuador desde este año. De hecho, todas las naciones (y ciudades) mejor calificadas en esos exámenes provienen de Asia: Shangai, Hong Kong, Taipei Chino, Singapur, Korea, Macao y Japón.

Zhao vincula la “excelencia” en las pruebas a un sistema centralizado de administración de exámenes que tiene dos mil años de antigüedad y que ha provocado una reverencia cultural en China debido a su asociación con la estima profesional y con acceso a la burocracia estatal. Zhao evoca un sistema llamado keju, que tuvo mil trescientos años de vigencia, hasta su abolición en 1905 por el emperador de la dinastía Qing. El sistema promovía conocimiento de los textos clásicos de Confucio y se basaba en la memorización. Habían exámenes locales, provinciales y nacionales que conferían privilegios a los pocos que los pasaban. Las calificaciones determinaban el rango social de los participantes, el keju fue así un mecanismo de movilidad social que dio origen a los valores educativos de Asia oriental pero que a la vez, según Zhao, fue (y es) responsable de la incapacidad de China para convertirse en una nación innovadora.

Para este autor, la China tenía todos los elementos necesarios para lanzar una revolución industrial cuatrocientos años antes que Gran Bretaña, fue el keju, sin embargo, lo que alejó a investigadores, genio y pensadores del estudio y la exploración que requiere la ciencia moderna. Bajo la lógica del sistema, lo que se produce es una orientación hacia la obediencia, la conformidad, el cumplimiento, el respeto al orden, y el pensamiento homogéneo. Se trataba, en definitiva, de un medio eficiente de asegurar el control autoritario evitando el disenso y con él la innovación. Como escribe Zhao, los emperadores iban y venían pero China “ no tuvo Renacimiento, Ilustración ni Revolución Industrial”. El increíble crecimiento económico de China en las últimas décadas entonces no se debe a su sistema educativo, que se apoya en exámenes y memorización sino en su apertura ante los mercados, su incorporación de tecnología y su envío de estudiantes a Occidente. Para mantener el crecimiento económico, dice Zhao, la China requiere una innovación que no llegará si no abandona su sistema educativo orientado escrupulosamente a la examinación.

Un problema en este sentido, poco comentado, es el fraude educativo rampante y la trampa institucionalizada en China, donde cualquier crítica a la cultura autoritaria se ve como “anti-china” y puede llevar a problemas de índole legal para los comentaristas. Zheng Yefu, un profesor en la universidad de Peking, crítico del sistema educativo chino es citado en el libro de Zhao de la siguiente manera: “nadie, después de 12 años de educación china, tiene la menor posibilidad de recibir un premio Nobel, aun si esa persona asiste a Harvard, Yale, Oxford o Cambridge. . . de los mil millones de personas educadas en China continental desde 1949, no ha habido un solo premio nobel. . . este es un testimonio forzoso del poder que la educación tiene para destruir la creatividad a nombre de la sociedad china”.

Y es por esto que Zhao nombra al sistema educativo chino como el peor del mundo, porque compra las mejores calificaciones estandarizadas del planeta a precio de sacrificar la creatividad, el pensamiento divergente, la originalidad, el individualismo. El sistema consiste en una maquinaria que, en efecto, transmite una banda angosta de contenido predeterminado y cultiva habilidades prescritas y, porque parece ser el único camino hacia la movilidad social, las mayorías lo siguen con entusiasmo. Cabe reflexionar entre nosotros si el modelo educativo chino, que es el modelo que EEUU visiblemente persigue, desde Reagan en adelante, es en efecto, la mejor alternativa para el Ecuador. La estandarización del sistema educativo ecuatoriano, su regulación centralizada, a nombre de la eficiencia y la soberanía, ciertamente ha abandonado, como lo ha hecho el régimen en funciones en otros campos, la posibilidad de caminos distintos hacia un mismo anhelo.

Resulta cuanto menos sorprendente observar esta resistencia no solo a la innovación, sino a la misma eficiencia, definida de otra manera, tanto por gobiernos centrales como por corporaciones multinacionales como se puede observar en la reciente oferta gratuita, del astrofísico Jason Steffen de un mejor método para abordar los aviones comerciales, reduciendo por un factor de 5 el tiempo de abordaje. A las aerolíneas simplemente no les interesa, a los gobiernos y sus burocracias no les interesa otro camino. Los exámenes estandarizados masivos tienen menos de un siglo de existencia, los exámenes como medida definitiva de aseguramiento del conocimiento adquirido son una invención históricamente reciente, una manera de abdicar del compromiso de impartir una educación real, afirmativa, plural en que los estudiantes produzcan libros, películas, juegos, en que las fortalezas individuales de los estudiantes se desarrollen no bajo presión sino por motivación intrínseca, en que los valores más importante de las escuelas sean la creatividad y la curiosidad. Hay que decirlo junto con Zhao y sin tapujos: la imposición de pruebas estandarizadas por autoridades centrales es una victoria para el autoritarismo.

 

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