Vino casero a escondidas en Irán para esquivar la ley seca

Teherán, 14 nov (EFE).- La ley seca en Irán ha llevado a muchos a perfeccionar el arte de la elaboración casera de vino, para disfrutar a escondidas del placer de esta bebida prohibida cuyo consumo se castiga con latigazos e, incluso, con la horca.

En el país donde nacieron las afamadas uvas de Shiraz está castigado con latigazos el consumo de alcohol desde la Revolución Islámica de 1979, si bien las autoridades pocas veces se ocupan de controlar lo que ocurre dentro de las casas, lo que ha permitido el florecimiento de la producción propia.

En el sur de Teherán, el mercado de Yahad se llena cada octubre de clientes (la mayoría varones jóvenes) que compran cantidades de uva imposibles para ser consumidas como fruta y también se pueden encontrar sin mucha dificultad las cubas y otros materiales necesarios para elaborar vino artesanalmente.

«Este año entre varios hemos comprado 750 kilos de uva, les quitamos los rabitos con paciencia y llenamos ocho barriles grandes», dice a Efe orgulloso Arón, musulmán de 38 años del norte de Teherán.

Lamenta que los barriles que se pueden adquirir aquí sean «de plástico y no de madera de roble» y también de la dificultad para «conseguir la temperatura estable y adecuada que necesita el reposo del vino», lo que provoca que a veces se pudra.

«La mejor uva es la shaní o shahaní, que se cultiva en el Kurdistán, Qazvin y Shiraz», explica este aprendiz de experto.

Otro vitivinicultor autodidacta es Alí, de 32 años, que lleva ocho años produciendo vino él mismo porque «lo poco que se consigue aquí es de muy mala calidad».

«Si lo haces tu, logras muy buen vino porque compras las mejores uvas», señala este joven, que compra cada año 200 kilos de ese fruto y obtiene unos 80 litros de vino que comparte con su familia.

Arón explica que las leyes islámicas que imperan en el país hacen que «no haya vino y el poco que hay sea difícil de conseguir y carísimo (se vende en el mercado negro)».

Una botella de un vino normal cuesta un millón de riales (unos 30 dólares), mientras que preparándolo en casa puede obtenerse un litro por alrededor de tres dólares.

Como a muchos otros, a Arón y Alí no les preocupan excesivamente las consecuencias que pueda acarrearles la ilegalidad que comete, porque saben que en Irán, lo que se haga dentro del hogar, generalmente permanece ahí y muchos son permisivos ante la violación inofensiva de las estrictas normas de moralidad islámica que imponen las autoridades.

«Algunos vecinos protestaron un poco por la gran cantidad de uva que traje, pero se les pasará la preocupación cuando les regale unas botellas», dice sonriente Arón.

El transporte de la uva, por mucha cantidad que sea, asegura, no es peligroso, ya que la fruta en si no está prohibida, pero a veces suceden pequeños incidentes, sobre todo cerca de los puntos donde es conocido que se trasiega con uvas por toneladas.

«El año pasado la Policía echó agua con sal a todas las uvas que se había comprado un amigo, inutilizándolas para hacer vino», lamenta Arón.

El proceso de elaboración se prolonga entre 33 y 40 días, durante los que se remueven a diario las uvas con un palo y se filtran, para que no se convierta en vinagre.

A lo largo del año se afanan para conseguir botellas de cristal con corcho, pero a menudo se ven obligados a usar botellas vacías de Coca Cola u otras bebidas que dan «un peor sabor».

«Si la Policía se entera, realmente puede destruir tu vida y puede incluso acabar con tu vida laboral», advierte.

La ley pena las dos primeras veces que alguien consuma alcohol con 80 latigazos y, a la tercera, impone la pena de muerte, que se ejecuta en la horca.

Basta que alguien confiese o que «dos hombres justos» informen como testigos.

La compra, venta, transporte y preparación de bebidas alcohólicas está castigada con entre seis meses y dos años y 74 latigazos para los cómplices.

«Solo con que la Policía vea que tu aliento huele a vino te pueden dar 80 latigazos y, si descubren la cantidad que tengo (unos cien litros) se apropiarían de todo lo que tengo, mi casa, cuentas bancarias, todo» dice Arón, que sabe que si los agentes llaman a su puerta no le queda más remedio que «escapar por la ventana, porque ni los barriles ni el olor se pueden esconder» .

Alí asegura que muchos en Irán «no temen los latigazos porque en este país muchas cosas tienen ese castigo: el que las mujeres no se tapen el pelo o comer durante el ayuno de ramadán. Pero muchos no respetan esas leyes porque el estilo de vida real del pueblo iraní es diferente al del sistema».

«Disfrutamos mucho haciendo vino. Lo hacemos en grupo y luego lo que bebemos es fruto de nuestras manos», dice Arón que, sin embargo, preferiría poder adquirirlo y consumirlo con libertad, como sucede en muchos otros países. EFE

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