Este año

Por Carlos Arcos Cabrera

Hasta los treinta y cinco me creía inmortal. Pocos años después mi padre murió. Llegué al hospital minutos después de que había fallecido. Besé su frente aún caliente. Entonces fui consciente de la muerte, una conciencia adulta, desencantada.

Este año se han ido amigos y conocidos con los cuales compartí, en diversas circunstancias, momentos de mi vida. Manuel Chiriboga, fue uno de ellos. Sin ser amigos, su vida profesional e intelectual fue una referencia inevitable. Cuando regresé de México, a comienzos de los 80, me invitó a trabajar en el Centro de Investigaciones y Estudios Socio Económico, CIESE. Entonces las ONG tenían una enorme libertad para pensar el país. El CIESE editaba el Boletín Agrario Acción. Desde allí se reflexionaba sobre el movimiento campesino y la realidad agraria. Poco después colaboré en la edición de su gran obra histórica, Jornaleros y gran propietarios en 135 años de exportación cacaotera 1790-1925. La publicó el CIESE con apoyo de Consejo Provincial de Pichincha. En el gobierno de Roldós fue nombrado Secretario de Desarrollo Integral. En el radicalismo de la época no entendí, o no quise entender que su participación allí era un aporte para el país. Me distancié o nos distanciamos. Poco antes de su muerte, Erika Hanekamp del Comité Ecuménico de Proyectos nos pidió, a Edison Palomeque y a mí que preparáramos el estudio introductorio al libro de Manuel Las ONG ecuatorianas en los procesos de cambio. El libro se publicó después de su muerte. Manuel Chiriboga creía firmemente que una sociedad civil activa, autónoma, era la garantía de la democracia. Es la tesis central de su libro y de muchas de sus columna en El Universo. El libro está disponible en formato PDF. Su enfermedad y su muerte, paradójicamente, fueron lecciones de vida.

También se fue José Sánchez Parga. Un triste episodio de un plagio lo sometió al ostracismo del mundo académico e intelectual ecuatoriano, a una condena perpetua y arrojó sombras sobre toda su obra. ¡Qué diferencia en el tratamiento a los plagiadores encumbrados en el poder! Ante ellos inclina la cabeza y rinde pleitesía.

Ese oscuro incidente en la vida intelectual de Sánchez Parga no puede ocultar un hecho: hizo significativas contribuciones al conocimiento del mundo andino y a la comprensión del país. Es larga la lista de libros y de artículo publicados en Ecuador Debate, la Revistas del Centro Andino de Acción Popular, CAAP, y en muchas revistas especializadas. Recordemos algunos libros: Estrategias de supervivencia en la comunidad andina (1984). La trama del poder en la comunidad andina : Centro Andino de Acción Popular (1986). Faccionalismo, organización y proyecto étnico en los Andes (1989). Presente y futuro de los pueblos indígenas: análisis y propuestas (1992). Qué significa ser indígena para el indígena: más allá de la comunidad y la lengua (2009). La transformación antropológica del siglo XXI: el homo oeconomicus (2013). Uno de sus últimos libros fue Poder y política en Maquiavelo, publicado por Homo Sapiens en Argentina y posteriormente por Abya Yala. Una interpretación más que sugerente del pensamiento del florentino. El Sánchez Parga como le conocíamos era investigador de primera línea, polemista feroz y erudito envidiable. Fue una figura central en las ciencias sociales ecuatorianas en los ochenta y noventa. Hoy por hoy, en que el poder arremete contra el movimiento indígena, que lo quiere funcional y obediente a sus mandatos, el pensamiento de Sánchez adquiere una enorme actualidad. Él se ha ido, con tristeza y con una sensación de no haberlo hecho a tiempo, sea éste un breve homenaje.

Jaime Espín Días también se marchó. Silenciosamente. Era su estilo. Fue uno de los primeros antropólogos con título doctoral que tuvo el país. Desconocido en el mundo académico ecuatoriano, era conocido en México. Allí publicó Tierra fría, tierra de conflictos en Michoacán (1986), Economía y sociedad en los Altos de Jalisco con Patricia de Leonard, (1977), Los candelilleros del área periférica de la Comarca Lagunera (1977), Uso y tenencia de la tierra en el Municipio de Teocaltiche, región de los altos de Jalisco (1975). Regresó a Ecuador y publico Campesinos del Mira y del Chanchan (1993), Historia y perspectivas actuales de las poblaciones campesinas e indígenas de las vertientes centro y norte de la cordillera occidental andina (1993), Estrategias de supervivencia y seguridad alimentaria en América Latina y en África (1999). Un día dejo de venir a Quito y se refugió en natal Sangolquí. De lo que recuerdo, quería estar cerca de su padre, dueño de una vidriería. Se dedicó a la historia local y publicó ¿Quiénes fueron los primeros pobladores del Valle de los Chillos? (1997). Tenía una biblioteca que era una verdadera joya.
A Jaime lo conocí en México, en 1997, cuando una noche en El Altillo, donde vivía, escuché rasgar una guitarras y entonar un par de pasillos soberbios, de aquellos que ya no se escuchan. Eran Jaime Espín, Enrique Contreras y Fernando García. Aquella noche cantamos pasillos y huapangos hasta la madrugada.

Murió Marcelo Pantoja. Lo recuerdo como el joven estudiante de antropología de la Católica. No sé si escribió algo o tal vez ese no era ni su destino, ni su interés. Compartimos unos días gloriosos en Bolívar, en los años 80 mientras él hacía su trabajo de campo bajo la dirección de Fernando García, profesor de la PUCE. En ese tiempo yo, junto con Roque Espinosa, Eulalia Flor, Walter Sartoretto y la Laura apoyábamos a los husipungueros de la hacienda Talahua y colaborábamos con la Runacunapac Yachana Huasi de Shumiatug. Qué alegría cuando sorpresivamente él y los otros compañeros llegaban a Talahua, al páramo, en medio de la niebla y al calor de estufa y de una buenas puntas de Facundo Vela, charlábamos hasta la madrugada. En abril de 1981, los huasipungueros decidieron tomarse la hacienda y hacer efectiva la reforma agraria. Los apoyamos. El interés del presidente Roldós en el caso fue decisivo para que las tierras fueran a manos de los indios.

Renato Gudiño dejó de escribir. Se fue, sorpresivamente. Fuimos compañeros en el Mejía, ¡Mejías! hoy al igual que ayer, irreverentes con el poder. Él era físico matemático, yo biólogo. Al salir del colegio caminábamos hasta la panadería Arenas y conversábamos de lo que nos gustaba: la literatura. Estudió en la Poli, era de los duros y después hizo su postgrado en Bucarest. Escritor tardío, como Saramago, publicó en La trasmutada (2004), le siguieron Cuentos negros (2006), la novela Destino de papel (2007) y Cataplumes de amor (2008). Renato era un buscador o un perseguidor al estilo del de Cortázar.

La trattoria Il Pórtico nunca será la misma, tampoco el viejo camino que va de Cumbayá a Tumbaco y de allí a la Amazonía. Ciro decidió marcharse y se suicidó. Sus ravioles en salsa de nuez eran incomparables, así como su charla. ¡Qué gran vacío!

Así, de improviso Ulises Estrella continuó su viaje. Ulises ¡en fin! Nombre legendario en la cultura ecuatoriana desde los Tzántzicos. Irreverente desde las primeras hasta las últimas páginas de Pucuna. Poeta, amante apasionado del cine que le condujo a formar la cinemateca de la Casa de la Cultura y creador de ese territorio ficcional llamado Quitología. Ulises comprendió a fondo aquel poema de Cavafis:

Ítaca te ha dado un viaje hermoso.
Sin ella no te habrías puesto en marcha.
Pero no tiene ya más que ofrecerte.

Quedan las palabras, la calidez de un abrazo, una risa, en el caso de Ciro los aromas de su cocina, los sueños que escuchamos de sus boca o tan sólo el vago recuerdo de lo que nos dijeron. El tiempo es desmemoria, los convertirá en ecos y aquellos ecos un día dejaran de sonar o re-sonar. Y habrá quietud. El Chilam-Balam lo dice:

«Toda luna, todo año
Todo día, todo viento
Camina y pasa también
También toda sangre llega al lugar de su quietud.»

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