Je sui Charles-Ochoa

Diego Ordóñez
Quito, Ecuador

Los dibujos son horrendos. Burdos y sin gracia. Pero, con certeza, muchos franceses deben pensar que es divertida esa sátira blasfema. Esto, sin embargo, no es un pero. La brutalidad del fanatismo, que es un grado elevado de intolerancia, pero al final intolerancia, no puede excusarse en que la libertad debe tener límites.

Y no hay punto medio. Inaceptables son las alegaciones que al mismo tiempo condenan la barbarie de las balas; pero, como intentando una explicación de esa brutalidad, añaden que las caricaturas del semanario Charles Ebdo son excedidamente irrespetuosas. Algo similar, en concepto, a la alegación del jefe de propaganda del correísmo en sentido que los caricaturistas de los medios independientes nacionales, no reconocen “límites éticos”.

Lo paradójico, sino lo burdo, es que funcionarios del correísmo se adornaron, en sus cuentas de tuiter, con la frase “Je sui Charles” expresión que aunó al mundo civilizado de oriente y occidente, en repudio emotivo a esas muertes absurdas. Se sumaron a la corriente de rechazo a la violencia de intolerantes que pretenden acallar críticos, detractores o las burlas –tan legítimas como expresión de la libertad de opinar-. Supina muestra de disonancia.

Igualmente sorprendió la presencia del presidente Correa en un acto simbólico realizado en la Alianza Francesa, en el que se deslizó una pancarta que recuerda la intolerancia y persecución oficial contra las opiniones discrepantes y caricaturistas irreverentes. ¿Qué hacía Correa mostrando solidaridad con los fallecidos si el mismo no habría tolerado los dibujos que producían? Porque al final de cuentas, su muerte es por opinar en caricaturas, que es lo que le molesta.

El rechazo de un gran parte del planeta y de los líderes democráticos se expresó contra la violencia y el uso de esa violencia para agredir un derecho humano fundamental. El rechazo del gobierno ecuatoriano que asumió la identidad figurada con los caricaturistas, solo condena la violencia, pero no se sumó al rechazo a la agresión a la libertad. No alcanzó la vergüenza para olvidar que mediante una forma de violencia institucionalizada, legitimada por una ley inmoral que trasmutó de un instrumento para el ejercicio de la libertad en un arma de represión y hostigamiento.

Antes que identificarse con los periodistas muertos, víctimas de su concepto de libertad, excedida y sin límites en la lógica correísta, pero libérrima en la cuna de la Ilustración; los jerarcas revolucionarios deben identificarse con los «charlies-ochoas» y las entidades creadas para la censura, bajo la consigna que los límites éticos de la opinión y que los límites al ejercicio de las libertades los impone el poder, la política, la vanidad, los complejos y es tarea estatal. Por ello la calificación de servicio público a toda forma de comunicación.

Los muertos en París lo están porque unos fanáticos en busca del martirologio, callaron las sátiras. Destruyeron los lápices y marcaron con sangre con lienzos. Para callar a los medios, esa es una forma brutal. Otras se han inventado, menos terroríficas y estremecedoras, pero con igual propósito. Denuncias, multas, periódicos en pedazos, insultos; con el agravante que los perseguidores y censores actúan con la ley en la mano. Así legitiman el pisoteo de la libertad.

Es una trampa intelectual aceptar las estipulaciones que hace el poder sobre los límites de la libertad, la que no puede agredir la humanidad de otros. Más esos límites se imponen autónomamente o en aplicación de leyes morales y positivas legítimas que no trasgreden los derechos fundamentales. Ningún límite puede ser impuesto por las armas o por el abuso del poder.

Más relacionadas