Las coqueterías de Eugenio Aguirre, un escritor de datos duros

México, 22 mar (EFE).- Aunque su obra «Marieta, no seas coqueta» es fiel a la verdad, el narrador Eugenio Aguirre se tomó licencias al escribirla y en una de ellas se metió en la novela y suplantó al abuelo de Adela, símbolo de las mujeres de la Revolución Mexicana.

«Cuando la leyó, mi mujer me reclamó que Rafael Valverde actúa con Adelita como yo con mis nietos Oliver, Emiliano, Juliet y Nicole, hay algo de cierto en eso», reconoció en una entrevista a Efe, el autor de 70 años.

Con un lenguaje sin pajas y un manejo preciso de los datos duros, Aguirre contó la historia de las llamadas «soldaderas» de la Revolución que a partir del 20 de noviembre de 1910 pelearon sin complejos al lado de los temidos militares y llegaron a superar a algunos con las armas de fuego.

Inspirado en la frase de la canción que dice «Marieta, no seas coqueta porque los hombres son muy malos», el escritor utilizó como pretexto al personaje de la Revolución, María del Carmen Rubio, y en 25 capítulos narró desde el punto de vista de la ficción, las hazañas militares, humanas y sexuales de las mujeres.

«Respeté la verdad. La frase de la canción me pareció seductora, atractiva, pero esta no es la novela de Marieta, sino de todas ellas cuyas proezas fueron asombrosas», señaló.

En los inicios de la novela, el abuelo de Adelita muestra un amor filial por la niña, le celebra su espíritu de superación y la apoya cuando a los 12 años abandona la casa para unirse a la Revolución en compañía de su amigo Antonio del Río.

Como parte del ejército del general Pascual Orozco, Adela sobresale por su puntería, por ganarse el respeto y mantenerse alejada de las orgías sexuales.

A partir de su figura, el autor combinó lo real con lo fantástico y retrató a mujeres como Marieta, Valentina Ramírez, María Pistolas o Petra Herrera, una marimacho que se hizo llamar Pedro y no respetaba ni al duro Pancho Villa.

«Arranco con Adelita porque me sirvió para dar el semblante arquetípico de las soldaderas. Una de mis escenas favoritas es cuando Petra, tan marimacho, queda deshecha al ver morir al único hombre que amó y las demás se convocan para darle cobijo», contó.

Aguirre desvela las sediciones entre los héroes de la Revolución, las indisciplinas y saca el lado humano de militares prestigiosos, entre ellos el general Eugenio Aguirre, tío abuelo del que el autor heredó el nombre, fusilado por Venustiano Carranza.

Novelista, cuentista y ensayista, Aguirre es una figura respetada de las letras mexicanas. Trabaja en su estudio con el horario de algunos taxistas de la Ciudad de México, todos los días de 10 de la mañana a tres de la tarde y de cinco a ocho, única forma de mantener el ritmo de una novela por año que lleva por más de una década.

En estos días está leyendo «El ruido y la furia», del estadounidense William Faulkner, y «Mirreynato, la otra desigualdad», del periodista Ricardo Raphael, eso sin abandonar su costumbre de releer de vez en cuando los cuentos de Edgar Allan Poe.

Sentado fuera de una librería, Eugenio fuma mientras habla y con brillo en sus ojos chiquitos confiesa haber vivido experiencias raras como la de haber tenido entre sus manos el piolet con el que el español Ramón Mercader mató en 1940 al revolucionario ruso León Trotski.

«El criminólogo Alfonso Quiroz era amigo de mi padre y cuando yo era niño me permitió tenerlo en mis manos. Lo recuerdo con el mango color café y la pica de metal oxidada», confiesa y luego dice ser amigo del escritor cubano Leonardo Padura, quien escribió la novela «El hombre que amaba los perros», sobre Trotski.

Algunas veces Eugenio Aguirre siente haber vivido la Revolución en el cuerpo de su tío abuelo, otras vuela con su mente a los finales de 1910 y puede imaginar cómo se hubiera comportado si hubiera pertenecido a la tropa de Orozco o a la de Pancho Villa.

«Mis amigos hubieran sido los generales Marcelo Caraveo, Moclovio Herrera y Tomás Urbina y tal vez me hubiera tratado de ligar a Valentina o a Marieta, tan frondosas y hábiles en las artes del amor. A Adelita no la hubiera mirado con lujuria», asegura sin darse cuenta que sigue metido en el personaje de abuelo que asumió al combinar coqueteos y datos duros en su novela. EFE

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