Francisco y la política

Héctor Yépez Martínez
Guayaquil, Ecuador

Francisco no es solo Papa de la Iglesia Católica, sino también un líder mundial. Sus palabras en Ecuador, más allá de su profundidad religiosa, transmiten un agudo mensaje social y político. Negarlo sería tapar el sol con un dedo. Y asimismo sería un error menospreciar su pensamiento por ser católico, desde el ateísmo o el laicismo, cuando su influencia trasciende las fronteras de cualquier religión.

Francisco en Ecuador habló muy claro. Lejos de la tradicional derecha, puso a la justicia social en el centro del debate público, en una visión donde todos los hombres y mujeres merecen una vida digna, donde la opulencia no se puede mantener a costa de la miseria humana y la devastación natural. La piedra angular de la filosofía del Pontífice es la dignidad de la persona humana, coherente con una doctrina cristiana que siempre ha proclamado —aunque varias veces lo haya contradicho en la práctica histórica— la igualdad de todos como hijos de Dios. Esa idea fue, precisamente, una de las raíces de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hoy Francisco aclara, una vez más, que los derechos no solo son aquellos que protegen la libertad individual contra el poder, sino también los económicos, sociales y culturales: el derecho al trabajo, a la salud, a la educación, a vivir en un ambiente sano, a la protección de los pueblos originarios, etc., cuya consecución permite convivir en una sociedad justa y fraterna.

A lo anterior se ha pretendido aferrar la Revolución Ciudadana. Más en el discurso que en la realidad. Prueba de ello fue la bienvenida del Presidente, cuando parafraseó al Papa para defender su proyecto político, lo cual le mereció la respuesta de un Francisco que aprendió la crítica sutil en la sangrienta dictadura argentina: “Me ha citado demasiado.”

Ahora bien, donde la filosofía política de Francisco se aleja por completo de la izquierda autoritaria latinoamericana, a la que abiertamente criticó como opositor al kirchnerismo —la versión argentina y, por ello, peronista del socialismo del siglo 21—, es en el camino para alcanzar dicha justicia social. En esto el Papa fue tan contundente que su mensaje solo puede negarse desde el interés político o el fanatismo ideológico. A su llegada al aeropuerto de Quito dijo que el Evangelio contiene las claves para “afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias, fomentando el diálogo y la participación sin exclusiones”. En su homilía en el Parque Bicentenario habló de la independencia de Hispanoamérica, de “un grito, nacido de la conciencia de la falta de libertades, de estar siendo exprimidos, saqueados, sometidos a las conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno”; un grito de libertad que “sólo fue contundente cuando dejó de lado los personalismos, el afán de liderazgos únicos”. Y en la misa volvió a la importancia del diálogo: “Los cristianos queremos insistir en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes… de ahí, la necesidad de luchar por la inclusión a todos los niveles evitando egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo… es impensable que brille la unidad si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros, en una búsqueda estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica”. Y, para que no queden dudas, luego de afirmar que “el proselitismo es una caricatura de la evangelización”, aclaró que “la propuesta de Jesús no es un arreglo hecho a nuestra medida, en el que nosotros ponemos las condiciones, elegimos los integrantes y excluimos a los demás.” ¿Se puede hablar más claro?

El Papa, un hombre muy informado, acaso consciente de las discusiones en torno a sus palabras, fue aún más frontal con la sociedad civil en la iglesia de San Francisco. Ahí criticó sin tapujos la actitud en que “mi posición, mi idea, mi proyecto se consolidan si soy capaz de vencer al otro, de imponerme, de descartarlo”, lo cual debe sustituirse por una visión donde “todos trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo”. ¿Quedan dudas todavía? “Las normas y las leyes, así como los proyectos de la sociedad civil, han de procurar la inclusión, abrir espacios de diálogo, espacios de encuentro y así dejar en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de la libertad”, a través de un diálogo que “es fundamental para llegar a la verdad, que no puede ser impuesta”, en el marco de “una democracia participativa” donde “cada una de las fuerzas sociales… son protagonistas imprescindibles en este diálogo, no son espectadores”.

El Papa habló directo a la vena. De su discurso se concluye que, para Francisco, la justicia social debe construirse, sí, pero no a través del caudillismo autoritario que practica Rafael Correa, sino por medio del diálogo amplio que busca sumar consensos en lugar de encender la confrontación y que se edifica sobre el respeto a la libertad individual que el socialismo del siglo 21 se ha empeñado en anular a lo largo de América Latina. Pese a lo que digan algunos voceros eclesiásticos, es evidente que el Papa, cuando pronunció esas palabras en Ecuador, sabía qué serían interpretadas desde la política. Pensar lo contrario sería subestimar la altura intelectual del Santo Padre. Como decía Jesús: quien pueda entender, que entienda.

Twitter: @hectoryepezm

NOTA: Todas las citas de los discursos papales son de www.aciprensa.com.

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