Monarquía, más relevante que nunca

Rhys Davies
Quito, Ecuador

A los ciudadanos de las repúblicas presidencialistas del Nuevo Mundo, que surgieron del rechazo al monarca de la época, nuestro apego en Europa a las monarquías puede parecer, en pleno siglo XXI, algo excéntrico, irracional y obsoleto. Y cierto es que parece un poco incoherente el hecho de que algunas de las democracias más liberales del mundo, con instituciones fuertes, como Dinamarca, Suecia y Reino Unido todavía se decanten por un sistema hereditario para escoger a sus Jefes de Estado. La opinión predominante de los países republicanos sigue siendo que toda monarquía, con el tiempo, debe convertirse en República. Sin embargo, es importante no caer en la redundancia sobre los privilegios heredados, el costo de los matrimonios reales para el bolsillo del contribuyente y los últimos escándalos del príncipe Harry de Inglaterra. Es primordial apreciar la importancia de la monarquía como institución que cumple una función constitucional fundamental y que es fuente de estabilidad, unidad y continuidad, factores muy importantes en este mundo de cambios bruscos e inesperados.

Las monarquías, y me refiero claramente a las constitucionales y no a las absolutas, son una representación visible del Estado, y el monarca, un Jefe de Estado no elegido, es políticamente imparcial y libre de cualquier afiliación política. Por consiguiente, está por encima de la política, más que nada de la politiquería, y puede funcionar como una especie de mediador entre gobierno y oposición en tiempos de crisis nacional. Es una forma de intermediario de última instancia, y funciona como un contrapeso a los otros poderes constitucionales. Sin tendencias políticas, un monarca constitucional no divide tanto como un presidente, quien es, al mismo tiempo, Jefe de Gobierno y Jefe de Estado. Un monarca provee a la nación una figura cuyo mensaje puede llegar a los dos lados de la brecha política. Para entender mejor el rol conciliador del monarca, se puede destacar el papel del rey Juan Carlos de España, quien fue crucial en el proceso constitucional español de 1978 y la exitosa transición del franquismo a la democracia.

En las monarquías, además, reposa nuestra historia. El actual primer ministro del Reino Unido, David Cameron, en sus reuniones semanales con la reina Isabel II, sabe que puede contar con la experiencia y la sabiduría de una monarca que ha conocido 12 primer ministros, -comenzando con Winston Churchill- y ha enfrentado tiempos difíciles durante su reinado. Las monarquías nos conectan con mil años de historia, y nos hacen acuerdo de dónde venimos y hacia dónde vamos.

La crítica más frecuente a las monarquías es la del poder heredado. No obstante, hay que considerar que tener un sistema hereditario es una forma de salvaguardar el puesto de Jefe de Estado de la manipulación política. El sistema evita que la política contamine la función del representante del Estado y no permite que los políticos utilicen el puesto para su agenda e intereses. La separación de las funciones de Jefe de Gobierno y Jefe de Estado es una gran ventaja del sistema de monarquía constitucional.

Por otra parte, y lo más curioso es que dentro de este sistema  un presidente o un primer ministro tienen mucho más poder que un monarca.  De hecho, el híperpresidencialismo que existe en algunos países de Latín América tiene toda la pinta de monarquía, y absoluta por cierto, en todo menos en el nombre.  A veces parece que los Jefes de Estado democráticamente elegidos son menos democráticos que un rey o una reina, quienes tienen un rol ceremonial y una función constitucional con varios controles y límites. Entonces valdría decir que la monarquía es más benigna de lo que sus opositores quieren admitir.

Pero me dirán los detractores de la monarquía que también existen Jefes de Estado sin funciones políticas que son elegidos por un parlamento como es el caso en Alemania e Italia. Sin embargo, pese a que estos presidentes son relativamente libres de afiliaciones políticas, son, por lo general, políticos jubilados quienes también responden a una agenda política. Por ejemplo, dos de los últimos cinco presidentes alemanes se vieron involucrados en escándalos de corrupción y tuvieron que renunciar sus cargos.

Hay que considerar también que los presidentes sin función política, fuera de sus países, son personas casi desconocidas. ¿Quién, por ejemplo, a parte de los germanófilos e italofilos entre nosotros puede nombrar sus actuales presidentes? En cambio, monarcas como Isabel II del Reino Unido, Felipe VI de España y el rey Guillermo Alejandro de Holanda tienen más renombre fuera de sus países. ¿Entonces, no es mejor ser representado por una figura reconocida y respetada en el ámbito internacional que alguien poco conocido?

Los monarcas son infatigables servidores de sus países, cumplen un rol constitucional importante en donde todavía la mantienen y, me atrevería a decir que, es la razón por la cual nunca hemos tenido sistemas dictatoriales en el Reino Unido. En los países que existen monarquías el sistema funciona, se encuadra bien con la identidad nacional y es un sistema democrático muy válido y relevante.

@rhysjd84

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