En el reino del eterno ausente

No por la posibilidad de que su ausencia haya sido coordinada cuidadosamente con las fechas de la convocatoria de la Asamblea, lo cual es perfectamente posible, sino por un motivo mucho más trascendente y traumático: la figura del eterno ausente se ha instalado y será, desde hoy, la piedra del toque de la política ecuatoriana.

Como fue Juan Domingo Perón para la Argentina desde Madrid y José María Velasco Ibarra para el Ecuador desde Buenos Aires o Medellín, Rafael Correa desde algún lugar en Europa, una vez que haya concluido su mandato en el 2017, será el fantasma al cual los ecuatorianos estarán atados inexorablemente, a no ser que alguien o algo desactive la reelección indefinida.

Con la aprobación de la reelección indefinida, excluyendo a Correa para el 2017, la Asamblea ha dado a luz al gran y eterno ausente que marcará todos o casi todas los escenarios políticos del Ecuador. Lo dijeron ya hoy varias de sus más apasionadas y sumisas fanáticas: Rosana Alvarado, Marcela Aguiñaga y Gabriela Rivadeneira.  Para Alvarado, por ejemplo, Correa regresará “cuando haga falta” y Aguiñaga dijo que luego de un merecido descanso “volverá en el 2021”.  Rivadeneira, su más entrañable alumna, lo dijo en la tarima en las afueras de la Asamblea: “lo volveremos a tener en nuestra patria” porque  “Rafael Correa seguirá garantizado una patria para todos y para todas”.

Correa tampoco permite equívocos. “No hay que decir de esta agua no beberé, pero por lo menos sí retirarme ahora un tiempo y venir a pasar algunos años aquí a Europa”, ha dicho desde Francia según la prensa de ese país.

El problema de este fenómeno es que es terriblemente pernicioso para cualquier país.  La permanente idea de que el caudillo puede volver en cualquier momento distorsiona las expectativas que una sociedad puede tener de su futuro.  Lo fue Perón para la Argentina, Velasco Ibarra para el Ecuador, como en menor medida también lo fue Abdalá Bucaram. Keiko Fujimori, de alguna forma, también encarna la figura del eterno ausente en el Perú, en su caso representando a su padre Alberto.

El gran ausente es, sobre todo, la expresión más dramática del caudillismo, fenómeno al que el Ecuador ha decidido adherirse, una vez más y con mayor devoción, desde hoy.

La sombra de Correa será, así, el crucifijo en el que estará sellado para siempre la dinámica política ecuatoriana.   A no ser que el próximo año una crisis económica  engulla su figura como ocurrió con aquella de 1999 que desterró por siempre a Jamil Mahuad al frio campus de Harvard. Y eso no es para nada descabellado.

  • El texto de Martín Pallares ha sido publicado originalmente en el sitio Las Remiendas.

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