Objeciones de conciencia y atropellos a la razón

 

Resulta que ahora la democracia se ejerce dentro de la lógica bruta, ciega sorda y muda de la bandada. Fernando Bustamante, hombre clave dentro de la Revolución Ciudadana, experimenta en carne propia la incómoda y, seguramente, trágica transición de hombre a objeto, de individuo a mano/votante. El hombre, eje central de atención del humanismo y del socialismo del que se precia ser parte Alianza País, es nulificado totalmente cuando la libertad de su voluntad tiene que adecuarse a los odiosos y frívolos cánones del “acuerdo” o del diálogo, de la concertación o de las coaliciones.

El hombre de Alianza País es, en definitiva, un espejo de la visión de proyecto político que abandera. Un proyecto donde la voz se escucha en la medida en que canta al tono y trinar de la arenga, acertada o absurda, que promulga la mayoría. Un proyecto donde se sanciona con la mayor naturalidad a una persona por hacer precisamente lo que es congénito y esencial dentro del órgano legislativo: la discrepancia, la disidencia de fuerzas, el contraste ideológico y de voluntades.

En el fondo, el problema es que el modelo de gestión del Presidente Rafael Correa dentro de la función ejecutiva, ha irradiado todos los ámbitos del poder. Quizás dentro de la Presidencia, sea aceptable e inclusive se justifique la sanción o remoción de un Ministro que tome una decisión contraria al deseo del Presidente. Es entendible. Hay un equipo de trabajo, el Presidente elige y puede disponer y sancionar a su antojo. La Asamblea Nacional, por el contrario, es un organismo donde se expresa, al menos idealmente, la pluralidad y diversidad de la sociedad. Es el ente que por excelencia, está llamado a debatir y disentir para crear las leyes con la menor carga de uniformidad, con la mayor expresión de la complejidad de ideologías, identidad y fuerzas que se representan en las más de 130 curules donde está sentado el pueblo.

Que nos guste o no Fernando Bustamante no importa. Que se merezca o no las sanciones producto de un sistema que ayudó a crear, tampoco importa. Lo de fondo, más allá del hombre que hoy padece los garrotazos de la develación de Alianza País, es el secuestro en el que el sistema represivo de este movimiento político tiene a la democracia. Un secuestro bien solapado –como aquel que opera en Estados Unidos, donde dos partidos se turnan el poder por los siglos de los siglos- donde el ardid y la feria del acuerdo y de la “posición única” acaban aniquilando la riqueza de la ruptura ideológica, base fundamental para construir sociedades democráticas, capaces de generar cambios profundos más allá de la mediocridad que representa la aceptación del grupo.

Como ciudadano, es muy frustrante comprobar cómo hay periodos en que a nuestra élite política –¿próximamente casta política? – le estorba su inteligencia o no le es útil para lo que pareciere único e insoslayable: no soltar el poder, seguir empantanados en esas mieles aún a costa de la propia consciencia, aún a costa de la razón.

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