¿Qué entendemos por pobreza?

La pobreza es considerada como una calamidad social que los políticos están llamados a atender como un imperativo dentro de su gestión. Basta ver la obsesión de nuestro Presidente yen general e todos los mandatarios, con el cardumen ese de las cifras, los porcentajes, los cuadros y las diapositivas. Basta ver como se han convertido en una especie de cábala al que los políticos le encienden una vela y al que los ciudadanos nos limitamos a creer, enorgulleciéndonos de las reducciones, de los números verdes y de toda la parafernalia estadística diciendo que vamos bien, que estamos mejor.

Sin duda alguna, en Ecuador una de las armas discursiva más fuertes del Gobierno es la reducción de la pobreza. El Presidente Correa ha anotado con insistencia que “la disminución de la pobreza y desigualdad es un logro histórico, contundente, incontrastable. Gobernamos para todos y hemos dejado en claro que nuestra opción preferencial es por los más pobres y más desposeídos… la pobreza disminuyó de 38.3% en 2006 a 25,8% en 2014, un 12,5 por ciento menos. todos los estudios demuestran que desde que somos Gobierno en el Ecuador existe un número menor de personas pobres, la pobreza es menos severa que antes, las brechas entre los que más tienen y los que más tienen se han acortado”.

Desde la perspectiva tradicional-presidencial y política, la pobreza es un mal cuantificable que puede ser expresado numéricamente y que tiene que ver con la calidad de vida, el poder de consumo, el acceso a servicios, etc. Es un tema de meta y saque. Invierta, mejore el acceso a los servicios y saque cifras menores de pobreza, gane popularidad y mejore su capital político.

Sin embargo, la teoría de los derechos humanos ha logrado superar estos atavismos reduccionistas que plantean a la pobreza como un fenómeno por el cual un sector de la sociedad no posee acceso a servicios básicos o tiene bajos ingresos. No. La pobreza, desde una dimensión más profunda, tiene que ver necesariamente con el desarrollo y la expansión de las capacidades y libertades reales que disfrutan los individuos dentro de la sociedad. De acuerdo con esta nueva línea de pensamiento –promulgada por célebres autores e inclusive sostenida por jurisprudencia de organismos supervisores de derechos humanos-, el bienestar material/económico y el acceso a los servicios, como prerrogativas básicas para “salir de la pobreza” no son suficientes sino se complementan con el pleno goce de las libertades civiles.

El ejercicio pleno de las libertades civiles –la libertad de expresión, de asociación, etc.- se relacionan directamente con aquellos caracteres tradicionales de la pobreza que deseamos mitigar –acceso a la salud, a la educación, la desnutrición, etc. Entonces, desde esta visión de la pobreza y, en especial, del desarrollo, el ejercicio de los derechos políticos juegan un rol fundamental para analizar y evaluar la calidad del crecimiento económico esta visión ha sido uno de los aportes fundamentales del Premio Nóbel de Economía, Amartya Sen.

Una sociedad que acepta desarrollismo de infraestructura e inclusive mejoras en el acceso a servicios públicos en detrimento del ejercicio de sus derechos civiles, es una sociedad que entiende al desarrollo como una manifestación de concreto y de hierro puesta en escena con un fin meramente utilitarista. Al final del día aquello, irremediablemente, forma sociedades sumisas, coaccionadas y embrutecidas por los servicios y beneficios que el poder concede.

La pobreza sí que puede ser entendida como el desmedro progresivo de las libertades civiles y políticas. Es como tener una casa rica, con todo lujo y toda comodidad pero sin poder hablar o escribir libremente, sin poder cuestionar al dueño de casa, un escenario donde el goce de los bienes materiales va progresivamente condenando nuestra condición de humanos a meros usufructuarios de las mieles que gotean del poder.

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