Christian Noboa y la selección de los pluscuamperfectos

No estamos fuera, aún estamos vivitos y coleando. De hecho, hasta el momento, somos los mejor direccionados y seguimos punteros sin importar el empate que Uruguay obtuvo en Brasil. Lo cual, de por sí, es bastante raro. Ecuador puntero y Uruguay segundo. Por lo general, a esos dos equipos los vemos peleando siempre por el repechaje y solemos ver los nombres de Brasil o Argentina –últimamente el de Chile– en los primeros puestos. No obstante, esto es fútbol, es un deporte y todo puede pasar. Hasta esto.

Sin embargo, resulta extraño que el jugador más ofensivo de la cancha haya sido, justamente, el que nunca se luce, el olvidado por todos porque le toca una labor menos vistosa y fotografiada: la de marcar y patear al oponente, hacer de chico malo y rudo, repartir pelota, pero jamás una gambetita, una finta alhaja, una chilenita por ahí, no, nada de eso. Lo que le vemos hacer es quitar pelota y dársela al que sabe moverla, al que porta la 10, para que él cree juego. Por su parte, el jugador de marca, espera a que venga otro oponente con el balón para seguir con el mismo proceso, infinitamente.

Recordemos que, en la Tri, el defensa lateral izquierdo –de mucha experiencia, no cabe la menor duda–, porta la 10. Pero, ¿en serio la 10? ¿La de Maradona, la de Messi? Bueno, eso queda ya al criterio del entrenador. A veces, los que conducen el juego tampoco portan la 10, sino que portan la 8 de Gerrard, la 7 de Cantona, la 13 de Ballack, la 14 de Cruyff, el 6 de Xavi, el 18 de Scholes, entre otras tantas. Pero, éste no es el caso del actual 10 de Ecuador. Álex Aguinaga, en sus tiempos, sí que lo fue y también Jaime Iván Kaviedes, ocasionalmente y sólo si le daba ganas de hacerlo.

Ahora, hablemos del hacedor de lo inconcluso. El 10 que no es 10 –ni 5–, sino un poquito más. Christian Noboa, el “clásico cinco”, elemento de marca y distribución, fue el que condujo todo el partido de la selección. Pero, es increíble como ese marcador, que pasa desapercibido durante el partido, que no es tan hábil en el regate y la conducción, haya rematado tres veces al poste. ¡Tres veces al poste! ¡Y una de chilena! ¡Elé, ahí está, para que lleven!, como se dice vulgarmente. Todas estas acciones, ciertamente, implicaron claridad en el ataque. De una de ellas, nació nuestro primer gol. Un regalo de semana santa para Súper Enner que estuvo solitario en la delantera, recordando que, aunque sea, Felipao estorba a los rivales y se lleva la marca. Fidel ya no luce ni por el peinado. Ya ni cómo decirle el Neymar ecuatoriano.

Noboa fue el artífice de lo que pudo –y lo que, a la final, no pudo– hacer la Tri. El primer gol nace de un disparo suyo al poste. El remate vino por parte de Enner Valencia que, como delantero, sólo tiene que empujarla y listo. Luego, al finalizar el partido, con el 2-1 a favor de Paraguay pesándole a la Tri más que la altura de Quito a los guaraníes, se saca una magia de quién sabe dónde y le pone un pase, como con la mano, al recién ingresado –y, por lo general, no tomado en cuenta– Ángel Mena y, bueno, él sólo tuvo que anotar el gol. Y ya. Eso fue todo. Simple y contundente. Empero, ¿qué pasó con los demás ofensivos que sí son ofensivos? ¿Juanito Cazares, Fidel Martínez, Jeff Montero, Antonio Valencia (éste fue sepultado, como muchas veces en el Manchester United, al ser lateral derecho)? Y en los cambios tuvimos a Renato Ibarra y Michael Arroyo, igual de perdidos que los anteriores. Arroyo, quizás, un poco menos.

Como dijo Alejandro Ribadeneira, al calificar a los jugadores de la tri: «A ratos se notaba que el equipo no estaba a su ritmo, que Noboa iba en tren y los demás en burro». Todos se quedaron en la carrera al intentar seguir al armador de todo el trajinar. Quizá no lo querían seguir o no se dieron cuenta de que debían seguirlo. Montero y Martínez lanzaban centros como locos. Es inentendible el juego de los centros si el delantero mide 1,75 y los centrales del equipo contrario más de 1,85. Además, considerando que Paraguay tiene uno de los mejores juegos aéreos de Sudamérica. Los volantes, debieron haberse acordado de que esa era nuestra solución cuando el Tanque Hurtado o el Tin Delgado eran nuestros referentes ofensivos. Esta vez, no estuvo Felipao, que es el más cercano a ellos en cuanto a forma de juego y contextura.

Después de todo, debo decir que si la selección del Ecuador va o no al mundial, eso no cambia en absoluto el rumbo de mi vida. Sino, ¡imagínense!, estuviéramos fregados. Ahí hablando de pasados pluscuamperfectos todo el día: que si no hubiéramos perdido con México en el 2002, que si no pateaba Beckham el tiro libre en el 2006, que si hubiera pateado rápido Arroyo contra Suiza en el 2014, que si no nos hubieran metido gol los Suizos en el último minuto, que ni sé otras cosas más.

Lo más triste de todo es que estos pluscuamperfectos no los usamos solamente cuando no podemos ganar en el fútbol –aunque un defensivo se lance, con todo el ímpetu, al ataque y haga lo que pueda, pero no logre más que llegar al empate–, sino que ese tiempo verbal está presente en el inconsciente ecuatoriano. Piensen en que si hubiesen votado por otro, que si el petróleo no hubiese bajado, que si hubiésemos guardado reservas, que si mijito hubiera estudiado para el examen del Senescyt, etc.

Christian Noboa, como héroe silencioso, como atacante desapercibido, intentó romper el pluscuamperfecto que suele rodear los partidos de la selección ecuatoriana. No lo logró, lastimosamente. Lo que sucede es que uno solo contra el mundo, jamás lo va a lograr. Ojalá, la gente entendiera que el fútbol –aparte de ser una sustitución de la guerra y el rey de los deportes y una de las mafias más grandes del mundo–, no es más que un trabajo conjunto. Son once los jugadores que ganan el partido, once son los obreros que construyen la casa, once los que forman una empresa, once los que ayudan a consolidación de un país. Sí solo colabora uno. Estamos fritos y nos quedamos sin mundial.

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