Marcelo Chiriboga y La caja sin secreto (II): «el duro arte de la reducción de cabezas»

En palabras del escritor mexicano Carlos Fuentes, en la entrevista que concedió a Milagros Aguirre para El Comercio (1 de Julio de 2001), a la que me referí en el artículo anterior, los escritores ecuatorianos que recuerda son Aguilera Malta (1909-1981), Jorge Icaza (1906–1978) y Benjamín Carrión (1897–1979). Es la imagen de una literatura anclada en el pasado, una literatura que cayó al vacío y que Carlos Fuentes y José Donoso llenaron con la invención de Marcelo Chiriboga. 

¿Qué sucedió con la literatura ecuatoriana desaparecidos aquellos escritores que sobrevivían en la memoria de Carlos Fuentes? Agustín Cueva constataba, en el año 87, la imagen de una narrativa que se inmovilizó en Huasipungo (1934) de Icaza.  La situación no ha cambiado significativamente.

Jaime Peña, un experimentado editor de literatura ecuatoriana, comentaba en una entrevista: “Los maestros (se refiere a los profesores de literatura de Ecuador) se han quedado con la visión de los años treinta, la obra más relevante sigue siendo Huasipungo, también en Alemania, aquella obra sigue siendo la novela de Ecuador, como si después de eso no se hubiera escrito nada.”  En otra entrevista, un joven librero y estudiante de letras afirmaba (desde la perspectiva de quienes adquieren libros) “Jorge Icaza es el único que tiene algo de peso”.

Que esto suceda (recuerden que mi artículo data de 2006)  es, en parte, explicable y dice mucho del impacto que tuvo aquella obra de Icaza, como representativa de la generación de los treinta. Huasipungo es la novela ecuatoriana más veces editada y traducida (más de 40 idiomas) y opacó toda la producción posterior de este autor. Icaza fue el más conocido de los escritores ecuatorianos de aquella generación, cuya obra, por su originalidad, marcó un hito en la narrativa de Ecuador.

Luego de la publicación en 1949 de El éxodo de Yangana de Ángel Felicísimo Rojas (Ecuador, 1909) —que al decir de Cueva es la obra que marca el fin de la narrativa de la generación de los treinta— se abre un interregno que a primera vista no pudo superarse con Alfredo Pareja Diezcanseco (1908-1993) y sus obras, La advertencia (1956), El aire y los recuerdos (1959), Los poderes omnímodos (1964) publicadas por Editorial Losada de Buenos Aires, una de las más importantes casas editoriales de América Latina. Tampoco con la publicación de El chulla Romero y Flores (1958) de Jorge Icaza, que para A. Cueva, que no fue crítico fácil, ni complaciente, es la más lograda novela de Icaza. Otro crítico, Hernán Rodríguez Castelo dijo de aquella obra: “Es la gran novela de Icaza”. Paradójicamente El chulla…, no alcanzó, ni remotamente, la difusión de Huasipungo, permaneciendo enclaustrada en los estrechos límites del mundo cultural local.

En los sesenta sobrevino una gran ruptura cultural, uno de cuyos actores fue una generación intelectual de la que participaron jóvenes poetas e intelectuales provenientes de la sociología y la filosofía, que hizo su aparición pública en aquella década. Fueron Los Tzánzicos que sometieron a la literatura de la época anterior, a los intelectuales y escritores a una crítica demoledora. El movimiento de los Tzántzicos era parte de movimientos similares que existían en América Latina.

Son años particularmente intensos en términos de análisis, debate y producción, especialmente de poesía.  Sólo en la ciudad de Quito se publican las revistas Pucuna, —a través de la que se expresan los poetas del movimiento Tzántzico—, La Bufanda del Sol, Indoamérica y Ágora, entre otras. En Pucuna, La Bufanda del Sol e Indoamérica participaron poetas, ensayistas y narradores con diversos grado de compromiso político con los movimientos de izquierda, en tanto que en Ágora lo hizo un grupo de intelectuales y poetas relacionados con el ala renovadora y progresista de la Iglesia Católica.

La crítica, por un lado, significó un ataque frontal contra escritores e intelectuales de la generación precedente; puso en el debate el imperativo del compromiso político del escritor; reivindicó el realismo como forma de expresión y por último, ajustó cuentas con la novela indigenista y con el conjunto de expresiones de lo que en aquel momento se podía englobar bajo la denominación de “cultura nacional”. En el debate destacan Francisco Proaño Arandi, que después se dedicó a la carrera diplomática y Fernando Tinajero Villamar, filósofo de formación y que escribió El desencuentro (1976) novela representativa de esta generación; Alejandro Moreano, ensayista y novelista y Agustín Cueva, que muere en 1992. En la poesía Ulises Estrella, Alfonso Murriagi, Euler Granda, Rafael Larrea, Raul Arias y Humberto Vinueza, entre otros.  Los Tzantzicos, el grupo de poetas que lideró aquel momento,  no solo recurrió a la poesía, sino a una forma de expresión pública distinta, espontánea, provocadora, retadora de la ‘buena conciencia’ de la cultura oficial.  Buscaba a través de recitales y de happenings provocar efectos políticos y culturales, de allí la importancia que tuvieron como forma de expresión. Ulises Estrella, el principal animador del movimiento, los definía como «insurrección mental y práctica contra todo el academicismo y los amplios y abstractos temas de moda.»  Moreano iba más allá. Los recitales tzántzicos llevaban la intención del poeta de «sumarse al pueblo en su lucha por encontrar la voz propia, libre, auténtica, total, en una sociedad también total y libre.»

Es difícil desde el presente, imaginar el efecto de este tipo de acción cultural en una ciudad y una sociedad provinciana y pacata, que vivía aún bajo la férula de un régimen tradicional basado en las haciendas, en la que el arte estaba asociado a una noción de buen gusto, marcadamente elitista, que recién iniciaba un tímido camino hacia la modernidad. Piénsese en el efecto que debe haber tenido el definir como tarea de la revista Pucuna  (Nº 3 de julio de 1963),  «el duro arte de la reducción de cabezas.»

Paradójicamente ese número de Pucuna circuló el mismo mes en que las Fuerzas Armadas de Ecuador se hacen del poder e imponen una dictadura militar que gobernará hasta 1965. Esa dictadura tuvo dos rasgos, aparentemente contradictorios: el anticomunismo y un plan modernizador de la sociedad y del Estado, amparado en la Alianza para el Progreso, impulsada por los EEUU, que entre otras acciones implicó poner en marcha una reforma agraria que afectó parcialmente los intereses de la elite terrateniente, así como la promoción tardía, con relación a otros países de América Latina, de una política de industrialización para sustituir importaciones, y una reforma educativa orientada a garantizar el acceso a la educación. Aquella dictadura fue una expresión de la modernización autoritaria que siguieron algunos países de América Latina.

Alejandro Moreano, en un artículo escrito en 1965, cuando el movimiento estaba en su apogeo, fundaba la «necesidad» histórica del movimiento en la degradación a la que se había sometido a la literatura, al haberla convertido en «diversión refinada» del señor feudal (los hacendados de la Sierra y sus descendientes) o para la pequeña burguesía, en un mecanismo de ascenso social y carrera política, «oficio para ganarse una reputación… Se hizo, pues, necesaria la rebelión [y] acabar con la falacia de nuestros cancilleres-poetas, cónsules-pintores, embajadores-prosistas. 

Los  Tzántzicos era «la impugnación absoluta de la concepción misma que sobre el arte tenía la vieja guardia literaria».  Las palabras de Moreano se dirigen a quienes en ese momento eran las grandes figuras intelectuales del Ecuador como Benjamín Carrión, Gonzalo Zaldumbide y el poeta Jorge Carrera Andrade, embajador y ministro de Educación, que tenía una posición consolida, no solo en el campo específico de la cultura, sino también en el campo del poder.

La reducción de cabezas, no solo significaba desbancar a la vieja generación sino también abrir el mundo cultural local a los grandes debates que se producen en otros países de América Latina, en Europa y en los mismo EEUU. Se trata, en palabras de Moreano, de «destruir el mito del patriotismo literario y el provincialismo mental.»  Esto explica la importancia que, especialmente en La bufanda del sol se dio a la traducción y difusión de ensayos, poemas, reflexiones y noticias de otros ámbitos culturales. ¿Cuál fue finalmente el aporte de los Tzántzicos?  (Continuará)

Más relacionadas