Venezuela, Ecuador y Bolívar

Iba al inevitable encuentro con su destino. En la hoy ecuatoriana población de Babahoyo, recibe una carta del mariscal Sucre a quien Bolívar había encarecido aceptar el mando que pensaba declinar irrevocablemente. El mariscal se niega a hacerse cargo del gobierno y previene los males que se desatarían como consecuencia de la decisión del Libertador de convocar un Congreso para definir la organización política de la República.  La negativa le produjo tremendo pesimismo y amargura.

“A usted -le contestó Bolívar– no le gusta la medida que he adoptado para consultar la opinión pública. También yo preveo los mismos males que se temen. Sin embargo no me arrepiento del paso dado, pues ya yo también estoy pensando en mí. Cada uno debe hacer lo que mejor crea conveniente: el Congreso hará lo que él crea que conviene a todos. Si yo fuera congresista haría mi deber, me conformaría con la opinión pública. Vería lo que realmente desea mi país  y lo haría sin pararme. Eso mismo es lo que me atrevería a decir a esos señores. Si no quieren ir por el país, sino por ellos mismos, eso es otra cosa. También soy liberal; nadie lo creerá sin embargo.”

Esto hay que repasar porque viene del Padre de la Patria Común que late en el flamear de nuestra común bandera y que en esta hora aciaga de nuestra geografía hay que rescatar. La conformidad con la opinión pública, ese es el sentido sencillo y profundo  de la soberanía. La libre expresión de la voluntad del hombre es la soberanía. Sin fraude, sin coacción, sin manipulación. Es en esa eterna, intrínseca e irrenunciable condición de libertad que Bolívar se proclama: “también soy liberal”. Mirando la tragedia de Venezuela, negándole  al pueblo su libre expresión; y las torpes maniobras de nuestra propia satrapía, donde los poderes  han construido un sindicato del fraude, podemos concluir  que si los bolivarianos del siglo XXI  supieran quien fue Bolívar, le mandarían dar palo a su efigie.

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