Retornar a lo clásico o la relectura

En lo clásico hallamos los fundamentos de todo lo que tenemos y somos en la actualidad. El idioma que tenemos, las palabras que usamos, los refranes, los temas del arte, todo esto ya fue alguna vez dicho y utilizado. En lo clásico podemos hallar todo lo moderno, porque lo clásico no pasa de moda. Por algo se ha convertido en un clásico. La pintura, la música, la literatura, la filosofía, obtiene en su origen, su todo.

En el caso de la literatura, a un clásico se lo lee y, luego, se lo relee. Ítalo Calvino nos dice qué son los clásicos y cuál es su importancia: la lectura y la relectura de los mismos. Sean en la juventud o en la madurez, no es necesario que se posea un orden determinado para leer a los clásicos. La riqueza que se obtiene de un libro o de otro es, en muchos casos, netamente una conexión en la que se involucra al lector como juez esencial de la obra y se introduce un plano subjetivo, hasta cierto punto, en la afinidad a ciertos clásicos. El autor también hace referencia al hecho de poder crear nuestra propia lista de clásicos, que puede ser parecida a la que conocimos en la escuela, pero no necesariamente la misma. Porque se debe dejar espacio para la sorpresa, para lo nuevo, que también podría llegar a convertirse en un clásico; en nuestro clásico.

La influencia que un libro u otro cause en el lector hará que ese libro sea más afín a sus intereses -podríamos decir que sería un clásico para ese lector-. Volvemos a tomar algo importante, quizá lo más importante de los clásicos: la relectura. Calvino, cuando comienza su texto, nos lo dice «Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: «Estoy releyendo…» y nunca «Estoy leyendo…»». Entonces, la relectura y el re-descubrimiento de la obra son componentes básicos para que el clásico llegue y sea tomado como tal. El clásico nos puede dar diferentes cosas en cada relectura, nunca acaba de decir todo lo que tiene que decir. El libro que nos causa un shock, el que no puede pasar desapercibido nunca, ése es un clásico. Calvino da varios ejemplos: Homero, Sófocles, Cervantes, Dostoievski, Rimbaud, Camus, Borges, etc.

Cuando nos dice que un clásico «se configura como equivalente del universo», se sugiere que lo mencionado anteriormente cobre sentido. En la medida en que se configura un universo, y éste no nos es indiferente, creamos una visión amplia y el libro nos marca, nos deja una huella de por vida. Uno no es el mismo luego de leer El extranjero de Camus, Una temporada en el infierno de Rimbaud, Seis personajes en busca de autor de Pirandello, Las epístolas morales de Séneca o La Ilíada y La Odisea de Homero, etc. Además, el lector descubre en la lectura de las obras clásicas al principal referente de una obra que le ha sorprendido en la actualidad. Por ejemplo, aquel que ha leído al Lazarillo de Tormes o al Guardián entre el centro, se sorprenderá cuando descubra que Apuleyo ya planteó eso en El asno de oro, varios siglos antes.

Sin embargo, el hecho de estar en la vanguardia de todo no es únicamente lo que les da valor a los clásicos. Hay que recalcar que otra de las características de estos textos, es la inmortalidad que adquieren sus autores y, sobre todo, sus obras. Hermann Broch plantea esto en su obra La muerte de Virgilio, en uno de los momentos en donde la voz narrativa reflexiona sobre la inmortalidad de la obra y de los autores. Justamente, Virgilio -de quien se habla en esa obra- y Ovidio están muertos, pero La Eneida y La Metamorfosis, no lo están. Jamás lo estarán. Han sobrevivido a los años, al cambio del tiempo, a las diferentes adaptaciones que se han hecho de ellas a otros tipos de expresiones artísticas. A todo. Un clásico sobrevive a todo porque contienen entre sus líneas la esencia del ser humano. Son universales.

Y cuando se relee aquellas obras que años atrás fueron disfrutadas, es posible que ahora se encuentre nuevas significaciones. El hecho de releer a los clásicos ya establecidos por la cátedra, es algo nutritivo en el ámbito literario. Leer a Shakespeare, Víctor Hugo, Ovidio, Homero, es algo que nos nutre y nos guía en el momento en que llegamos a Joyce, Borges, Cortázar, Faulkner, Lezama Lima o Bolaño (por que, obligatoriamente, debemos regresar la vista y mirar hacia el pasado para darnos cuenta de que ellos no fueron los primeros en idear o crear aquello que han realizado, sino que algún clásico universal ya lo hizo y que ellos, nos lo recuerdan). Así, debemos recordar unos de los más claros ejemplos de reverencia e influencia en dos clásicos: Dante Allighieri, rindiéndole tributo a Virgilio en su Divina Comedia, dándole el papel del guía del personaje principal.

Además, recordemos que muchos de los autores clásicos, que son más contemporáneos, suelen realizan reinvenciones de los clásicos del mundo antiguo. Borges o Cortázar, por poner un par de ejemplos en Latinoamérica; Yourcenar o Manfredi, en Europa. Y, así, cada tradición, cada continente tendrá un gran escritor que reconoció la importancia de los clásicos y por eso los lee y, lo más importante, los relee.

Émile Cioran planteó la situación de Sócrates antes de que le llegara la muerte para reforzar su argumento, en contra de aquello de lo que fue acusado: es mejor leer a los clásicos que no leer a los clásicos. Pero, sobre todo, leerlos por amor y por respeto, no por un deber o una imposición.

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