La paradoja de Lenin

Sin embargo, seis meses después, los más optimistas dicen que bordea el 40% de intención de voto, otros, que ha caído por debajo del 30%, pero todos coinciden en que ha caído, y 20 puntos no es poco.

Y es que no se puede ser pasado y futuro a la vez, no se puede ser cambio y permanencia a la vez, no se puede defender el continuismo y al mismo tiempo prometer ser todo lo contrario de su mentor y antecesor.

Lenin se enfrenta a una paradoja sin precedentes: debe vender a un electorado diverso, al mismo tiempo, un mensaje de continuidad y uno de cambio de modelo.

Se enfrenta a un electorado joven pero a la vez cansado de un modelo autoritario y estatista, debido a que muchos no han vivido nunca bajo un gobierno que no sea el de Rafael Correa.

A este electorado debe ofrecer modificar políticas públicas como el acceso a la universidad, a la vez que debe defender estas mismas políticas como una bandera del movimiento que lo cobija.

Se enfrenta a un electorado que demanda empleo, que sabe que el estado no puede ser el único motor de la economía como hasta ahora, y para ello ha buscado acercarse al mensaje de Lasso, ser amigable con los empresarios y ha renegado, a regañadientes, de algún impuesto. Pero a la vez, la militancia del movimiento que lo auspicia y que confirma el ‘voto duro’ correista, no cree en la empresa privada ni en los acuerdos de comercio, cree en la estatización de sectores estratégicos, en el crecimiento del Estado, y ha sido crítico de todo lo que huela a privatización o flexibilización tributaria o laboral e incluso del Acuerdo con la Unión Europea, llegando a afirmar algunos que combaten al ‘neoliberalismo de afuera y de adentro’ de Alianza País.

¿Como contentar al voto duro militante, estatista, socialista, ideológico, a la vez que acercarse al votante no políticamente informado, no militante, pero que siente el desempleo, cree en la reducción de impuestos y está cansado del estado interventor?

Es una paradoja imposible. El mensaje ‘revolucionario’ está desconectado de la realidad por primera vez en años. El Che ya no es el collarín que, cual rosario, colgaba de los cuellos de los universitarios de antaño. Los capitalistas Steve Jobs y Mark Zuckerberg llaman más la atención.

Por un lado, ante los cambios de tono y modelo, el votante militante de AP, ideológicamente convencido, quizá no vote por otro candidato, pero será menos activo en campaña y quizá hasta ‘rompa la plancha’ en algunas listas de asambleístas, donde es claro que se han impuesto los del bando más ‘pragmático’ y menos ‘leninista’ de PAÍS.

Por otro lado, ante los inevitables guiños a los 10 años de correismo, o las ineludibles defensas a figuras cuestionadas del gobierno, el votante no militante sí buscará otra opción.

La estrategia de la purga hacia adentro es riesgosa. Ver a los mismos miembros del gobierno denunciando a otros funcionarios del gobierno puede acrecentar la imagen de corrupción generalizada. Sin embargo, todos los dictadores de izquierda lo han intentado en su momento, siendo famosas las purgas de Lenin (el tocayo), Stalin, Castro y Mao.

Pensemos que por primera vez en 10 años la agenda de intereses de la opinión pública la ha marcado la oposición. No hay sondeo de interés que no coincida en que al votante le preocupan: empleo, economía, lucha contra la corrupción, y combate al micro-tráfico, en ese orden (a excepción de Cuenca, donde aparece primero ‘movilidad’, por él caos del tranvía).

El votante viene identificando a Lasso con la rebaja de impuestos y reformas para el empleo desde hace buen tiempo, no por nada fue quien le dijo ‘mashimpuestos’ a Correa.

Para crear empleo, es mejor un empresario exitoso que un político de carrera, ¿no?. Preguntémonos, ¿A quien le queda mejor el mensaje pro inversión, pro emprendimiento? ¿A quien le suena más creíble el mensaje anti impuestos excesivos?

He ahí la paradoja de Lenin: ser cambio y estancamiento a la vez, sin dejar de ser creíble para ninguno de los dos.

Hasta ahora, la única estrategia que parecen haber encontrado sus asesores es mantenerlo alejado del país, e intentar una campaña sin candidato. Pero entonces, para el votante no políticamente informado, saltan las dudas sobre si la salud de Lenin le permitiría concluir el periodo de gobierno, con un ritmo de trabajo intenso como el que ha tenido Correa. Frente a esa duda, cobra importancia la figura del posible sucesor, el vicepresidente Glas, cuya posible presidencia abre aún más frentes de batalla.

He ahí la paradoja de Lenin: ser cambio y continuismo a la vez, con un binomio que es continuismo, y que para algunos, es más un sucesor que un binomio.

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