Entre la dictadura perfecta y la democracia imperfecta

Duda y angustia. El entorno político electoral me afecta a pesar de que me repito que poco o nada puedo hacer a más de ir a ejercer ese derecho/obligatorio que es el voto: uno sobre diez millones de votantes. Sin embargo es la única oportunidad que tengo de ejercer el poder. En esta coyuntura no se trata de elegir entre dos individuos, un exbanquero y un humorista que, según sus palabras, lo único que desea es no trabajar. El asunto es más de fondo. Comparto con ustedes mis reflexiones.

1. Siempre voté por la izquierda. En su momento lo hice por Correa y Alianza País. Estaba convencido de que representaban la nueva izquierda. Una izquierda que había asimilado críticamente la experiencia autoritaria de la dictadura del proletariado, el Gulag, y el terrorismo de Estado que marcó el socialismo real. Una izquierda que había aprendido el extraordinario valor de los derechos humanos más allá de si las víctimas eran de derecha o izquierda luego del cruel aprendizaje de las dictaduras del Cono Sur. Una izquierda que se había nutrido de los movimientos sociales de los años noventa que transformaron no sólo la forma como mirábamos el planeta con los ecologistas, sino nuestra propia identidad gracias al movimiento indígena, al de mujeres y todos esos otros movimientos que buscaban ser reconocidos en su diversidad. No sólo eso: también consideré que trataba de una izquierda para la cual hacer política implicaba una mirada ética de la gestión del Estado como alternativa a años de corrupción y que comprendía el valor de una auténtica democracia. ¡Iluso!

2. El 2013 voté por Pachakutik. De esa nueva izquierda no quedaba nada. Salieron a luz los métodos autoritarios de la vieja y fracasada izquierda y un desembozado populismo de derecha. La Revolución Ciudadana impuso la gran minería, el anti ecologismo, el ataque y deslegitimación del movimiento indígena, el apoyo a los grandes monopolios empresariales, el autoritarismo y la corrupción, el silenciamiento de cualquier forma de oposición y crítica; hizo de la universidad un jardín de infantes en la que los maestros deben llenar un formulario para ir al baño; privatizó bajo cuerda los puertos y los campos petroleros y, por último, organizó un Estado policial y de vigilancia de los ciudadanos. La lista puede ser aún más larga.

El argumento de que se dieron avances en la política social es una verdad a medias: la reducción de la pobreza no es significativamente superior a los de otros gobiernos que tuvieron menos recursos y que no hicieron tanta alharaca. No debemos olvidar la destrucción financiera del IESS —institución clave de cualquier política social— que lo pone al borde de la quiebra. Tan sólo cuando la administración correísta concluya podremos acceder a la verdadera información financiera del seguro social, así como a las condiciones de los acuerdos con China y a la lista de Odebretch. También a las órdenes que desde la presidencia de la República se impartieron sistemáticamente a los jueces para beneficiar a quienes están en el poder.

Las promesas de futuro con que Alianza País subió al poder se han convertido en pesadilla: que hablen los diez de Luluncoto, los estudiantes del Central Técnico y del Montúfar, los dirigentes indígenas encarcelados, los ecologistas denigrados, los periodistas sometidos a la inquisición correísta, las familias shuar escondidas en la selva perseguidas por el Estado y los paramilitares de la gran minera China.

3. Correa y su séquito optaron por erigir una dictadura, la dictadura perfecta, sacralizada por una espuria reforma constitucional que abrió la reelección indefinida, en lugar de la consulta que nos escamoteó Alianza País. Autoritarismo y corrupción son las dos palabras que sintetizan el legado de los diez años del correato.

4. La última movida es la elección de Moreno. ¡Polichinela, máscara! El verdadero poder estará en manos del binomio: Correa-Glas. ¡Todo el poder del Estado a su servicio! ¡Dictadura perfecta y perpetua! Pierde el tiempo el señor Lasso invitando a Moreno a un debate, debe dirigirse a Correa, él es el verdadero candidato, en el lenguaje popular, el dueño del circo.

5. No me entusiasma Lasso. ¡Para nada! Sin embargo, en esta oportunidad no se trata de elegir entre dos individuos sino entre la dictadura perfecta y perpetua y una democracia imperfecta, pero democracia al fin. Más allá de las probabilidades de triunfo o fracaso, opto por esta última por el potencial que tiene para restablecer un diálogo democrático, la independencia de poderes, la no reelección indefinida, la investigación y sanción de la corrupción, el fin del control estatal sobre la sociedad civil y los movimientos sociales, la libertad de expresión. Puede que sea un iluso y me equivoque nuevamente, pero apuesto por recuperar, aunque sea parcialmente, la democracia falluta y limitada que vivir bajo la dictadura perfecta.

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