Los requisitos de una violación

En España, el abuso sexual tiene una pena menor a la violación.  La fiscalía y la acusación particular sostenían que lo sucedido fue una violación y pedían hasta 24 años de prisión para los entonces acusados.  La justicia determinó que fue abuso debido a que no hubo violencia ni intimidación.  En el proceso se destacó que no hubo consentimiento por parte de la víctima así como que tampoco hubo resistencia evidente.  La sentencia de este caso ha desatado una serie de manifestaciones por parte de colectivos feministas y por parte de miles de personas que sienten que la pena impuesta a los culpables es insuficiente.

En este caso quisiera mostrar mi inconformidad con la forma en la que se contemplan las agresiones sexuales y la forma en la que se trató a la víctima.

En el proceso seguido en contra de los cinco culpables se destacan algunos terroríficos clásicos comportamientos.  La transferencia de la culpa a la víctima tal vez es el más despiadado y evidente.  La defensa quiso mostrar que la víctima no opuso resistencia, como si el que ella no se resistiera le restara culpa a los acusados, como si la falta de resistencia fuera una muestra de disfrute.  Es aberrante que, para demostrar la ausencia de consentimiento, se le “exigiera” a una mujer que está siendo forzada por cinco hombres a resistirse.  La resistencia en ese caso podía suponer lesiones mayores e incluso su muerte.  Obviando esta posibilidad y también obviando el estado de shock de la víctima, la defensa quería deslegitimarla resaltando su pasividad.  ¿Acaso una violación solo lo es cuándo la víctima lucha contra el agresor?  ¿No luchar contra el agresor es el delito en cuestión?

La defensa espió a la víctima semanas después de la agresión para mostrar que ella siguió con su vida, que no se recluyó y que por lo tanto esto era una prueba de que su trauma no era para tanto.  Increíble.  Anonadante.  Irresponsable.  Irrelevante.  La defensa esperaba sostener que el que ella no se haya enterrado en la miseria era una muestra de que en realidad lo que sucedió no fue tan grave.  Los exámenes psicológicos realizados a la víctima demostraban el intenso estrés postraumático que sufría a raíz de la agresión. Prueba contundente, a diferencia de la estrategia prejuiciosa de la defensa.  ¿Acaso una víctima de violación no tiene derecho a seguir con su vida? ¿Seguir adelante es el delito en cuestión?

Cuando llegó el momento de sentenciar se encontró que no hubo violencia ni intimidación. Al leer este análisis, me pregunté: si a mí, en estado de vulnerabilidad total provocado por la ingesta de alcohol, cinco hombres me arrinconan, me llevan a un lugar aislado, comienzan a tocarme y a quitarme la ropa ¿no hay intimidación?  Siguiendo la línea del Tribunal Constitucional español la intimidación se constituye cuando una serie de actos logran que la víctima ceda con tal de evitar un perjuicio mayor.  Solo pensando en la diferencia numérica del contexto -cinco hombres contra una mujer-  ya se debería considerar que hay intimidación, pues es lógico que la víctima cedería si se encontraba en absoluta desventaja.  Las fotografías que se le tomaron al cuerpo de la víctima el día de la denuncia mostraban señales de agresión física como por ejemplo moretones. Entonces: ¿En serio no hubo violencia? ¿No hubo intimidación?

La estrategia de la defensa triunfó.  De todos los escenarios posibles -exceptuando la absolución-, ser condenados por abuso y no violación era lo mejor para La Manada.  ¿Cómo se está entendiendo la violación en España? ¿Acaso la ausencia de consentimiento en una relación sexual no es suficiente para que se constituya una violación? ¿Hace falta lacerar más, golpear más, someter más a la víctima? ¿No son todos los anteriores una serie de agravantes en lugar de elementos del delito?  El caso de La Manada no debe ser una excusa para que la justicia se someta a la voluntad popular y corte la cabeza de los delincuentes.  Es la oportunidad para revisar cómo se entienden las agresiones de carácter sexual.

Yo quisiera cuestionar la forma en la que una estrategia nada ética, humillante e irrelevante tuvo éxito e incluso atreverme a afirmar que esta realidad se debe a la serie de prejuicios que giran en torno a un delito tan asqueroso como la violación.  La culpa es de ella por no pelear.  La culpa es de ella por no resistirse.  La culpa es de ella por seguir con su vida.  La culpa es de ella y por eso no hubo violación.

Después de ser violada por cinco hombres, la víctima tuvo que encontrarse con un último agresor: el sistema.  Reitero, este no es un llamado a cortar la cabeza de los culpables, ni de los jueces, no es un llamado a romper el Estado de Derecho.  Es un llamado a mirar con otra óptica un delito horrible.  Imponerle requisitos que deberían ser agravantes a un delito semejante permite justificar la violencia y transferir la culpa a quien no la tiene.  El sexo sin consentimiento es violación.  No hay más.  No hay nada más.

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