Un relato futurista

Maríasol Pons
Guayaquil, Ecuador

“¿Idealista? Totalmente ¿Desadaptada? Quizá”. Así responde un guión que da vueltas en mi imaginación con respecto de una novela que está en proceso. En el futuro, donde se da la novela, la gente ha perdido la noción de lo que es la humanidad. Los contactos son escasos, pero todos los recuerdan con nostalgia.

En ese futuro la gente está aislada por la fragmentación de la comunicación que ha sido “desdoblada” en virtual y real. Los historiados recuerdan que la velocidad no permitió a los individuos acoplarse lo suficiente a los retos que planteaba la tecnología, sino que fueron barridos por una especie de vorágine consumista poco cuestionadora del valor de la vida.

El hombre que hace esa pregunta lleva una bata blanca con una carpeta donde hay indicadores digitales de “normalidad”. La mujer responde abrumada por lo que ella aduce ser “una disfuncionalidad crónica del entorno”.

Los poderes han sido arrebatados por jugadores que supieron leer la poca capacidad del ser humano de cuestionar las olas de la mayoría, gente que sólo se adhería a la mente colectiva por la pereza mental que generaba el acto de escoger. “Escoger te lleva a abrazar una cosa y a rechazar otra, es inevitable”, decía la misma mujer mientras rechazaba el líquido con la medicación que la llevaba a dejar de preguntarse cosas. El pequeño robot la perseguía listo para inyectárselo visto que no tenía la suficiente voluntad para renunciar a sus pensamientos.

En ese futuro, todos visten igual, no hay género, los bebes por poco y no existen, deben ser protegidos por un ente institucional especial. La mujer recuerda, mientras observa a lo lejos un afiche con la sonrisa de un bebé que dice “recuerda que soy tu futuro, no tu enemigo”, que ya no se ven bebés en las calles como lo vio en antiguas tomas digitales del pasado.

Le pasa que no compatibiliza con el entorno, todo aquel que no evidencia su complacencia con la autoridad es mal visto y sancionado. La autoridad construye en su estructura de poder, aun cuando puede ser efímera, insiste en los mismos vicios del pasado; imposición y negación. Esta historia es triste porque no existen almas que respondan a la curiosidad o a la rebeldía para sacudirlos del atontamiento. “¡Despiértate!” le grita el hombre a la mujer que ha quedado absorta en la leyenda del bebé. “¿Para qué me despierto? para obedecerme” le contesta el tipo, cansado de tener que lidiar con este paria de la sociedad post-moderna que osa en cuestionar.

El robot se acerca por detrás y le inyecta el líquido en el pie, al rato cae desmayada sobre una cama desplegada con increíble eficiencia robótica, toda eficiencia aplicada a adormecer su humanidad. Despierta para dormir y piensa para obedecer, es como decir que todo no es un sí. Así fue como manejó el poder antes de derrumbarse derrotada.

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