De Greenwald a la Amazonía, Bolsonaro se abona a la polémica en Brasil

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El presidente de Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro, continúa sumando polémicas a sus espaldas, que van desde insinuar la prisión de un periodista crítico, hasta defender la explotación de la Amazonía o negar que se pase hambre en su país.

El mandatario, con poco más de 200 días en el poder, levantó en la víspera una enorme polvareda después de decir públicamente que el periodista estadounidense Glenn Greenwald podría pasar un tiempo en la cárcel por sus publicaciones en el portal The Intercept.

«Tal vez vaya preso aquí en Brasil, no va a serlo fuera, no», dijo Bolsonaro, tras participar ayer sábado en una ceremonia militar en Río de Janeiro.

Greenwald viene publicando desde junio pasado supuestas conversaciones entre el entonces juez Sergio Moro, hoy ministro de Justicia y pieza clave en el Gobierno de Bolsonaro, y fiscales que han puesto en entredicho esa operación anticorrupción, que llevó a prisión al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva.

Asimismo, Bolsonaro, líder de la extrema derecha en Brasil, calificó al periodista de «pícaro» por «estar casado con otro hombre (el diputado federal brasileño David Miranda) y tener hijos adoptados brasileños», lo que impide, según dijo, que sea deportado.

Esos comentarios fueron inmediatamente condenados por la oposición, asociaciones de prensa y por el propio Greenwald, y se suman a otras declaraciones explosivas dadas en las últimas semanas.

Aún resuena en Brasil la indicación de uno de sus hijos, el diputado federal Eduardo Bolsonaro, para convertirse en embajador de Brasil en Estados Unidos, aunque el proceso aún está en trámite.

«Pretendo beneficiar a mi hijo, sí», admitió el gobernante el pasado 18 de julio en su tradicional directo de los jueves en redes sociales, en respuesta a los críticos que le acusaban de nepotismo.

Un día después en un encuentro con corresponsales extranjeros en el Palacio presidencial de Planalto, negó que en Brasil se pase hambre con el particular lenguaje informal y socarrón que le caracteriza.

«Es una gran mentira; que se come mal, es cierto, pero «no se ve a gente pobre con el físico esquelético como en otros países», aseveró para horas después matizar y decir que una «pequeña parte» de la población brasileña «pasa hambre».

Según la ONU, alrededor del 2,5 % de la población, es decir, 5,2 millones de brasileños, pasan un día entero o más sin consumir alimentos.

En ese mismo encuentro con periodistas foráneos, el jefe de Estado fue víctima de un micrófono abierto que le captó refiriéndose a los habitantes de la región nordeste, la más pobre pero la segunda más poblada y con mayor número de electores de Brasil, como «paraíbas».

«De aquellos gobernadores de ‘paraíba’, el peor es el de Maranhao (Flávio Dino, del Partido Comunista de Brasil). No hay que tener nada con ese tipo», le espetó al ministro de la Presidencia, Onyx Lorenzoni.

Pese a que «paraíba» es el gentilicio para los nacidos en Paraíba, uno de los estados del nordeste, ese término se usa en varias regiones de Brasil para referirse despectivamente a todos los habitantes del nordeste.

Por otro lado, desde que volvió de la cumbre del G20 en Japón, Bolsonaro, un capitán de la reserva del Ejército, ha multiplicado sus llamados a «explotar» la Amazonía junto con otros países.

«Brasil es nuestro, la Amazonía es nuestra», exclamó también ayer en la ceremonia militar.

Después volvió a resaltar la riqueza mineral del mayor bosque tropical del planeta e insistió en que su objetivo es «explotarlas» con otros socios.

«Por eso, mi aproximación con Estados Unidos. Por eso, quiero una persona de confianza en mi embajada de los Estados Unidos», expresó sobre la decisión de presentar a su hijo como candidato para ese cargo.

También este mes de julio, Bolsonaro amenazó con «extinguir» o «privatizar» la oficial Agencia Nacional de Cine (Ancine), si no pone un filtro a sus subvenciones, aunque no especificó cuáles o con qué criterios, luego de lanzar sus críticas sobre la película ‘Bruna Surfistinha’.

«Mira, dinero público para hacer la película de Bruna Surfistinha, no», garantizó de la producción que cuenta la vida de una prostituta en Sao Paulo que se convierte en una exitosa escritora.

En días pasados, también fueron igual de polémicas sus bromas sobre el pequeño tamaño de todo lo oriental, o sus referencias positivas en relación a la dictadura militar que imperó en el país entre 1964 y 1985.

Todo ello mientras su apoyo social se tambalea.

En un sondeo divulgado a principios de este mes, un 33 % de los brasileños consideran mala o pésima su gestión como presidente, el peor registro para un gobernante en el primer semestre de su primer mandato desde el retorno de la democracia, en 1985. EFE

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