Los diálogos del hampa

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

Entre ellos se trataban de ineptos, ladinos, cobardes y traidores. Pero, eso sí, todos se reconocían como ladrones. Todos no solo que robaban, sino que sabían quién robaba, cómo robaba y cuánto robaba. Y, como se lee en los textos, todos se tapaban entre ellos. Y tal era el saqueo de los fondos públicos que inclusive reconocen que terminarían en la cárcel.

Que hubo una organización para delinquir ya no hay duda. Y no solo por las pruebas que ha acopiado la fiscal, sino también por las propias declaraciones y verborrea del jefe de la banda que reconfirman esas pruebas. Resulta incomprensible, por ello, que algunos de estos individuos no estén ya en prisión y sigan desde sus casas halando cómodamente las cuerdas del poder para protegerse, de ese poder que aún controlan gracias a las decenas de colaboradores enquistados. O dando declaraciones desde Bélgica como si nada. O que otros no hayan sido aún incluidos, ni que se haga el más mínimo esfuerzo para recuperar lo robado.

Asombra también que no haya ninguna sanción disciplinaria a los abogados involucrados en estos crímenes. El nuestro debe ser de los pocos países en el mundo, si no el único, en el que los abogados, los profesionales del derecho, quienes han prometido ser leales a la ley, pueden dedicarse ora a delinquir, ora asesorar sobre cómo delinquir, ora a ayudar a encubrir sus delitos y, por lo tanto, obstruir la justicia. En cualquier parte del planeta, incluyendo el África, la suspensión de la licencia profesional para estos abogados sería inevitable. Ni la presunción de inocencia, ni el derecho de un acusado a tener un defensor impiden la aplicación de estándares mínimos de ética profesional que son incompatibles con ese tipo de conducta.

Pero probablemente lo más grave que se desprende de estos diálogos del hampa es que confirman la sensación que tiene la ciudadanía de que fue un gobierno que gobernó para un cerrado círculo de allegados, militantes o invitados, un gobierno que gobernó a espalda de la ley. Fue un gobierno de ellos, para ellos y por ellos. Y sin embargo, lo peor es que esto de haber convertido a un gobierno en una organización criminal no es nuevo. Ha existido antes de que llegaran las trompetas de la revolución ciudadana.

Los grupos que nos gobernaban antes del 2006 no eran muy diferentes a la mafia hoy procesada. Probablemente la pandilla correísta haya sido más avezada en su afán de asaltar los fondos públicos –y es que robaban a full time– y más inhumanos en sus métodos y odios, pero los que los antecedieron no eran muy diferentes que digamos.

Es por ello por lo que el país necesita debatir sobre cuál va a ser su futuro, y no seguir encantado por el circo. O construimos un Estado de leyes o de individuos; de instituciones o de amigos. Si las miserias del correísmo no nos hacen reflexionar, entonces estamos condenados a fracasar.

Pero nada de esto parece interesarles a nuestras élites.

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