El gran acontecimiento de 2020

Víctor Hugo Becerra

Ciudad de México, México

Casi con seguridad, la elección presidencial estadounidense será el acontecimiento capital del 2020, tanto por la importancia política y económica de los Estados Unidos, como por la capacidad de Donald Trump de provocación y de desestabilizar el escenario internacional.

Muchas cosas dependerán de la elección de noviembre próximo: la continuación del buen momentum de la economía norteamericana, la continuidad de la estrategia china de posicionamiento internacional, el arrinconamiento cada vez mayor del régimen venezolano, la presión sobre el gobierno de López Obrador en México (la única oposición en los hechos del cada vez más autoritario régimen mexicano) y de que el acoso sobre el régimen iraní y norcoreano rinda resultados.

A diez meses de los comicios donde aspira a reelegirse, Trump ha manejado bien sus cartas hasta ahora.  Se podrá estar en desacuerdo en cuanto a los medios, pero sin duda el fin (la reelección) va bien encaminado.

El acuerdo con China para terminar su guerra comercial, las derrotas infligidas a Corea y México en sendas disputas comerciales, el ajusticiamiento del general Qassim Soleimani en Irak y la más bien resignada respuesta (para las galerías) del régimen iraní permitirán a Trump presentarse como un césar victorioso frente a su electorado.

Adicionalmente, con la economía en buen estado (tres de cada cuatro estadounidenses ven positivamente las condiciones económicas de Estados Unidos según una encuesta para CNN en diciembre), el desempleo en niveles históricamente bajos y la agenda migratoria a nivel regional bajo control gracias a la complicidad de México y de los gobiernos centroamericanos, Trump se perfila como el gran favorito.

En su intento de permanecer cuatro años más en el poder, Trump contará con más recursos y con mejores probabilidades que en 2016. Ya se habla de la recolección de cantidades de recursos mucho mayores que sus posibles contrincantes demócratas. Trump también ha logrado aglomerar al Partido Republicano en torno a él (tiene un 89 % de aprobación entre votantes republicanos, según Gallup), algo que será muy difícil que cualquier posible candidato demócrata logre.

Finalmente, el hecho de ocupar hoy la Casa Blanca en una nación propensa a reelegir a sus presidentes puede servirle a Trump como otra ventaja ante un candidato demócrata aún indefinido. Así, desde 1933, apenas tres presidentes de Estados Unidos han sido derrotados en sus intentos de reelección presidencial: Gerald Ford en 1976, Jimmy Carter en 1980 y George Bush padre en 1992, con gobiernos más bien catastróficos, lo que no puede decirse de Trump, por ahora.

Pero hay al menos dos obstáculos que conviene considerar en ese escenario casi irrevocable, hoy por hoy. Por un lado, que el régimen iraní o las células terroristas a las que apoya lancen en los próximos meses (o muy cerca de la elección) una operación que sea tan dura que el electorado le recrimine a Trump haber azuzado el avispero de Medio Oriente. O tan débil, que una a los norteamericanos en torno a Trump y le garantice la reelección.

Históricamente, los índices de aprobación de los presidentes estadounidenses aumentan casi siempre con cualquier acción suya de política exterior. Incitan al patriotismo en la sociedad y los presidentes pueden jugar con la bandera durante cierto tiempo, al menos mientras los costos no sean elevados. Habrá que estar pendiente de una reacción de ese tipo.

A menos que Trump decida continuar con la presión sobre el régimen iraní, con el riesgo de involucrarse más y más en un conflicto armado externo, que en principio no es bien visto por los norteamericanos, o bien, continuar con las escaramuzas con China o con México, siendo este último el escenario que menos problemas le plantearía: Trump solo necesita conectar con el electorado que lo llevó a la Casa Blanca en 2016, y para el que México fue la víctima propiciatoria ideal.

Trump no necesita hablarle a todo el país, solo necesita que lo escuche el segmento del electorado que le entregó la victoria frente a Hillary Clinton. Ese 25 por ciento de votantes blancos de la clase trabajadora que formó parte de la coalición Obama, pero que dio la espalda a los demócratas en 2016.

Por el otro lado, el proceso del impeachment presidencial puede traerle costos aún imposibles de adivinar. Trump es desde diciembre el tercer presidente en la historia de Estados Unidos sometido a un juicio político —y el primero que busca ser reelecto bajo tal proceso de impeachment —.

Ciertamente la crisis con Irán y los buenos resultados económicos distrajeron a la opinión pública del proceso, por abuso de poder y obstrucción al Congreso, pero esta semana reiniciará con sus primeros pasos formalmente en el Senado estadounidense, una vez que la Cámara de Representantes le envíe los artículos de impeachment que aprobó en diciembre pasado.

No obstante, puede descontarse que no se le removerá, por la mayoría republicana en el Senado y la poca prominencia allí de los críticos republicanos de Trump, seguramente los demócratas escarbarán todo lo más posible y buscarán hacer un gran escándalo de todo el proceso. Habrá que medir su impacto en el electorado.

Por todo lo dicho, el escenario pinta idealmente para la reelección de Donald Trump dentro de diez meses. A menos que ocurra una verdadera catástrofe, de gravísimas consecuencias, lo cual, en vista del estado actual del mundo, desgraciadamente no puede descartarse.

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