Los pobres cubanos

Carlos Alberto Montaner

Miami, Estados Unidos

Primero el “disclosure”: Paola Ramos es la mayor de mis nietas. Ha hecho un excelente documental para Showtime. (Es, además de brillante y audaz, absolutamente bilingüe y bicultural, dado que se crió en España). Trata de los cubanos en la mexicana Ciudad Juárez que intentan entrar en Estados Unidos. Son miles y viven acosados por el “Cártel de Juárez” y, en menor medida, por las autoridades mexicanas. Me conmovió especialmente una mujer que prefiere ser asesinada en Juárez antes que regresar a Cuba.

Les llaman “Cajeros (ATM) vivientes”, como recordó Pedro Sevsec en TV América cuando entrevistaba a Paola. Los secuestran y maltratan severamente hasta que los familiares, casi todos avecindados en Miami, muchos de ellos ciudadanos estadounidenses, y supuestamente solventes, pagan el rescate y les permiten seguir vivos.

Pese al inminente peligro que corren, los jueces americanos, en vez de fallar conforme a Derecho,  una  vez capturados, los envían a México violando todos los acuerdos internacionales firmados por Estados Unidos que supuestamente protegen a los refugiados. Una vez en manos del “Cártel de Juárez”, si los familiares de los cubanos no pagan, los asesinan sin compasión. Se lo explicó a Paola un matarife frente a las cámaras de la televisión americana:

–¿Ha secuestrado a algún cubano?

–Sí, por supuesto.

–¿Tiene alguno secuestrado en este momento?

–Sí.

–¿Qué les sucede cuando los familiares no pagan?

–Van directos a la fosa común.

Tras ver la pieza le pregunté a Paola por qué el criminal se autoacusaba sin temor. Los extorsionadores también  requieren “relaciones públicas”, me dijo. Hasta los cárteles necesitaban ese tipo de propaganda para vender su mercancía. La mercancía era la supresión del dolor causado por ellos mismos y evitar el balazo en la cabeza mediante un pago. ¿De cuánto hablamos? De diez, quince o veinte mil dólares, me respondió. Además, en Ciudad Juárez ellos son la autoridad. Se sienten fuertes. La policía les pasa información.

Los delincuentes, como la materia, no desaparecen, sino se transforman en otra cosa. Como el tráfico de drogas está muy vigilado en la frontera americana, se dedican a la extorsión, al chantaje, a la prostitución, y a cualquiera de las conductas penadas por la ley que requiera a una persona sin empatía y capaz de hacer mucho daño. En Ciudad Juárez es fácil secuestrar cubanos. Repito: son miles. El resto de los indocumentados o no tienen parientes en Estados Unidos o carecen de recursos.

Los pobres cubanos han sido víctimas de múltiples engaños. Primero, les tomó el pelo Barack Obama cuando dijo y reiteró hasta el cansancio que no le haría ninguna concesión al régimen cubano hasta que la Isla diera señales de cambio hacia la libertad. Era mentira. Negociaba con el régimen cubano tras bambalinas hasta que, en diciembre de 2014, anunció súbitamente la apertura de relaciones diplomáticas normales.

Poco antes de abandonar la presidencia, dio un sensacional discurso en la Isla que puso a temblar a los carceleros y se negó a reunirse con Fidel, pero liberó a  unos espías cubanos, responsables, entre otros delitos, del asesinato de los pilotos cubanoamericanos de “Hermanos al Rescate” mientras realizaban misiones de salvamento sobre aguas internacionales.

El pretexto utilizado por Obama fue un “canje” de espías. No era verdad. El régimen cubano, interesado en la devolución de sus espías, le proporcionó a Obama un supuesto agente norteamericano llamado Rolando (Roly) Sarraff Trujillo, preso desde hacía veinte años, al que le fabricaron una biografía de Rambo secretamente vinculado a la CIA. Todo era una fabricación para plantear como un “canje” lo que era otra concesión.

Simultáneamente, a pedido de La Habana,  Obama eliminó la disposición de “pies secos y pies mojados”, firmada por su correligionario Bill Clinton, que les permitía a los refugiados cubanos permanecer legalmente en suelo americano. Mientras la “Ley de ajuste”, promulgada por Lyndon Johnson en los sesentas, otro demócrata, les daba acceso a la residencia y, eventualmente, a la ciudadanía.

Todas esas excepciones demostraban el mejor camino para conseguir la incorporación de una minoría, en este caso hispana, al “sueño americano”. No había que esconderse de la “Migra”, se trabajaba dentro de la ley y se pagaban impuestos inmediatamente. Y funcionó muy bien: a los diez o quince años de trasladados al suelo americano, los cubanos eran estadísticamente indistinguibles de la media blanca de Estados Unidos. Pero la segunda generación cubanoamericana tenía un desempeño aún mejor que los estadounidenses de cualquier origen, menos los hindúes que nos superaban en casi todo.

Luego vino el engaño de Donald Trump, especialmente doloroso porque los cubanos habían sido los latinos que más lo habían apoyado en las urnas (un 50%), pese al tufo castrista de su liderazgo de macho alfa que sabía de todo y en todo se metía. Quien había prometido liquidar inmediatamente todos los decretos presidenciales de su predecesor Barack Obama, se cuidó mucho de mantener vigente la cancelación de “pies secos, pies mojados”.

Era mayor el desprecio a los inmigrantes que el rechazo a las concesiones de Obama a Castro. No es verdad que a Trump le preocupe el daño que sufren los ciudadanos norteamericanos. Depende del origen de esos ciudadanos. Si son cubanos (o puertorriqueños, pero esa historia merece otra crónica) no los apoya. Los cubanamericans son más cubanos que “americanos” a los ojos prejuiciados de un Trump que carece de la sofisticación intelectual para entender lo que es el “patriotismo constitucional”, el único al que están obligados los inmigrantes.

En Miami son cientos las familias que tienen que pagarles a los asesinos del Cártel de Juárez. Al presidente de USA parece no importarle. Lo suyo es impedir, a cualquier costo, que entren en el país los perseguidos por el hambre, por la ideología, o incluso por ambas, más aún si se trata de hispanos. Y especialmente si tienen la piel oscura.

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