El mundo del tango lucha para que no se rompa su abrazo

Una mujer con tapabocas camina este miércoles frente a un mural en homenaje al tango, durante la cuarentena obligatoria contra la pandemia COVID-19, en Buenos Aires (Argentina).

Buenos Aires.- Una mano en la cintura, otra en el hombro y dos rostros separados por centímetros… El abrazo del tango lucha por adaptarse a la nueva época de distanciamiento social en la que espera tener cabida a través de internet y la solidaridad.

La plaza Dorrego, el escenario del mítico Café Tortoni o el de El Viejo Almacén, las escuelas de baile y una infinidad de lugares de Buenos Aires en los que personas de todo el mundo se reunían cada semana para bailar se encuentran desiertos.

Los tangueros han tenido que cambiarlos por las habitaciones de sus casas y las redes sociales, donde aún disfrutan su arte, mientras aquellos que viven del baile popularizado en el porteño barrio de La Boca luchan por salir de la precariedad impuesta por la falta de ingresos.

Los aficionados incorporan el tango a su nueva rutina de mil formas. Por ejemplo, Lucía Gonzalez, una habitual en las milongas de plaza Dorrego, sigue bailando tango el último día de la semana, como siempre.

Solo que ahora, cada domingo, pone su lista de reproducción favorita y practica su técnica o “hace una piruetita” mientras realiza las tareas del hogar.

CANCIONES EN 10 DÍAS Y FESTIVALES EN REDES

“Todo lo que podamos hacer para levantar el ánimo, para levantar la energía, como ya hacíamos antes, lo tenemos que hacer ahora con más razón”, cuenta en una entrevista con Efe el integrante del grupo Amores Tangos, José Teixidó, quien lamenta la precariedad en la que la pandemia sumió a los artistas.

El coronavirus supuso para Amores Tangos la cancelación de cuatro giras internacionales, pero pusieron al mal tiempo buena cara y colaboraron en un vídeo junto a bailarines internacionales para animar a los amantes de su música en la cuarentena.

Tras esto, el grupo se propuso un reto: componer una canción en 10 días y acercar en redes ese proceso creativo a sus seguidores que colaboraron en los coros y el vídeo del nuevo tema.

Al ver cómo algunos colegas de profesión se quedaban “varados” fuera de sus países, la bailarina Natasha Lewinger también se decidió a hacer algo y reunió a diez compañeros residentes en lugares tan dispares como Emiratos Árabes Unidos, Grecia, Serbia, Italia y Argentina con un objetivo: ayudar a los que lo necesitaban.

De las interminables jornadas de “una de la tarde a cinco de la mañana”, surgió el Unidos Tango Festival, un evento online de trece días en el que participaron más de 100 personas: desde profesores de tango hasta abogados y contables.

Gracias a este esfuerzo, se creó un repositorio en línea con más de 90 clases de tango en distintos idiomas que engloban técnica individual, baile en parejas, historia e incluso fotografía, entre otros.

Para acceder a este repositorio, hasta hoy, 30 de abril, había que hacer un donativo destinado a ayudar a artistas en situaciones precarias, y ahora la organización debate que hacer con todo el material generado.

SOLIDARIDAD EN LA TORMENTA

“Todos estamos bajo la misma tormenta, pero en diferentes barcos. Algunos pueden estar en un yate, otros en un barquito más chiquito y muchos tienen ahí un flotador, nada más”, resume Lewinger, quien cuenta a Efe que más de 1.200 personas de 75 países distintos donaron en el festival.

La Asociación Trabajadores del Tango Danza elaboró un censo de trabajadores de su gremio en Argentina a comienzos de la cuarentena en el que se inscribieron 2.678 personas.

“Obviamente hay muchos más”, explica Lucila Díaz, integrante de esta agrupación, que recuerda que la mayoría de trabajadores del tango están en situación informal y se encuentran desamparados ante la falta de ayudas.

Díaz reclama que se proteja al tango a través de subsidios del Ministerio de Cultura, ya que es una “industria cultural del país” y “la cara de Argentina frente al mundo”.

En este sentido también se expresa Marisa Vázquez, integrante del colectivo Tango Hembra, quien pidió ayudas para el sector como la exención del pago de algunos impuestos o que se dé a los casos más precarios la tarjeta Alimentar, en la que se carga una ayuda gubernamental para pagar alimentos mensualmente.

Vázquez afirma que lo mejor que hizo su colectivo en la cuarentena fue dividir el dinero que tenía para ayudar a las cuatro madres solteras del grupo a aliviar su situación financiera.

Para la cantante, el sector estaba ya afectado por la crisis que azota al país desde hace dos años y teme que tarde más que otros en recuperarse por el temor de la gente a las concentraciones de personas cuando termine la pandemia.

Los integrantes de Amores Tangos recibieron algunos de los pocos subsidios públicos para músicos y con ellos cubrieron deudas, explica Teixidó, pero no cree que el Estado vaya a sacar al tango de esta situación de precariedad e incertidumbre y confía en los amantes de la música.

“Lo que esto nos puede dar es un cambio de conciencia, de decir que bueno, si yo quiero que el artista que vive a media cuadra de mi casa siga haciendo arte, tengo que escucharlo, tengo que colaborar con él”, sostiene.

En algún momento, llegará el día en que la pandemia remita y, desde el azul del cielo, las estrellas celosas miren a los tangueros llenar de nuevo las plazas: dependerá de su solidaridad que los abrazos vuelvan a desprender pasión al son de un bandoneón. EFE

Buenos Aires, 30 abr – Una mano en la cintura, otra en el hombro y dos rostros separados por centímetros… El abrazo del tango lucha por adaptarse a la nueva época de distanciamiento social en la que espera tener cabida a través de internet y la solidaridad.

La plaza Dorrego, el escenario del mítico Café Tortoni o el de El Viejo Almacén, las escuelas de baile y una infinidad de lugares de Buenos Aires en los que personas de todo el mundo se reunían cada semana para bailar se encuentran desiertos.

Los tangueros han tenido que cambiarlos por las habitaciones de sus casas y las redes sociales, donde aún disfrutan su arte, mientras aquellos que viven del baile popularizado en el porteño barrio de La Boca luchan por salir de la precariedad impuesta por la falta de ingresos.

Los aficionados incorporan el tango a su nueva rutina de mil formas. Por ejemplo, Lucía Gonzalez, una habitual en las milongas de plaza Dorrego, sigue bailando tango el último día de la semana, como siempre.

Solo que ahora, cada domingo, pone su lista de reproducción favorita y practica su técnica o “hace una piruetita” mientras realiza las tareas del hogar.

CANCIONES EN 10 DÍAS Y FESTIVALES EN REDES

“Todo lo que podamos hacer para levantar el ánimo, para levantar la energía, como ya hacíamos antes, lo tenemos que hacer ahora con más razón”, cuenta en una entrevista con Efe el integrante del grupo Amores Tangos, José Teixidó, quien lamenta la precariedad en la que la pandemia sumió a los artistas.

El coronavirus supuso para Amores Tangos la cancelación de cuatro giras internacionales, pero pusieron al mal tiempo buena cara y colaboraron en un vídeo junto a bailarines internacionales para animar a los amantes de su música en la cuarentena.

Tras esto, el grupo se propuso un reto: componer una canción en 10 días y acercar en redes ese proceso creativo a sus seguidores que colaboraron en los coros y el vídeo del nuevo tema.

Al ver cómo algunos colegas de profesión se quedaban “varados” fuera de sus países, la bailarina Natasha Lewinger también se decidió a hacer algo y reunió a diez compañeros residentes en lugares tan dispares como Emiratos Árabes Unidos, Grecia, Serbia, Italia y Argentina con un objetivo: ayudar a los que lo necesitaban.

De las interminables jornadas de “una de la tarde a cinco de la mañana”, surgió el Unidos Tango Festival, un evento online de trece días en el que participaron más de 100 personas: desde profesores de tango hasta abogados y contables.

Gracias a este esfuerzo, se creó un repositorio en línea con más de 90 clases de tango en distintos idiomas que engloban técnica individual, baile en parejas, historia e incluso fotografía, entre otros.

Para acceder a este repositorio, hasta hoy, 30 de abril, había que hacer un donativo destinado a ayudar a artistas en situaciones precarias, y ahora la organización debate que hacer con todo el material generado.

SOLIDARIDAD EN LA TORMENTA

“Todos estamos bajo la misma tormenta, pero en diferentes barcos. Algunos pueden estar en un yate, otros en un barquito más chiquito y muchos tienen ahí un flotador, nada más”, resume Lewinger, quien cuenta a Efe que más de 1.200 personas de 75 países distintos donaron en el festival.

La Asociación Trabajadores del Tango Danza elaboró un censo de trabajadores de su gremio en Argentina a comienzos de la cuarentena en el que se inscribieron 2.678 personas.

“Obviamente hay muchos más”, explica Lucila Díaz, integrante de esta agrupación, que recuerda que la mayoría de trabajadores del tango están en situación informal y se encuentran desamparados ante la falta de ayudas.

Díaz reclama que se proteja al tango a través de subsidios del Ministerio de Cultura, ya que es una “industria cultural del país” y “la cara de Argentina frente al mundo”.

En este sentido también se expresa Marisa Vázquez, integrante del colectivo Tango Hembra, quien pidió ayudas para el sector como la exención del pago de algunos impuestos o que se dé a los casos más precarios la tarjeta Alimentar, en la que se carga una ayuda gubernamental para pagar alimentos mensualmente.

Vázquez afirma que lo mejor que hizo su colectivo en la cuarentena fue dividir el dinero que tenía para ayudar a las cuatro madres solteras del grupo a aliviar su situación financiera.

Para la cantante, el sector estaba ya afectado por la crisis que azota al país desde hace dos años y teme que tarde más que otros en recuperarse por el temor de la gente a las concentraciones de personas cuando termine la pandemia.

Los integrantes de Amores Tangos recibieron algunos de los pocos subsidios públicos para músicos y con ellos cubrieron deudas, explica Teixidó, pero no cree que el Estado vaya a sacar al tango de esta situación de precariedad e incertidumbre y confía en los amantes de la música.

“Lo que esto nos puede dar es un cambio de conciencia, de decir que bueno, si yo quiero que el artista que vive a media cuadra de mi casa siga haciendo arte, tengo que escucharlo, tengo que colaborar con él”, sostiene.

En algún momento, llegará el día en que la pandemia remita y, desde el azul del cielo, las estrellas celosas miren a los tangueros llenar de nuevo las plazas: dependerá de su solidaridad que los abrazos vuelvan a desprender pasión al son de un bandoneón. EFE

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