Il Gattopardo

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Un príncipe siciliano, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, después de una vida aparentemente anodina, decidió plasmar sus vivencias familiares en un libro, como antídoto para la depresión que lo estaba consumiendo. Y el resultado fue una novela histórica de una actualidad sorprendente a pesar de los años transcurridos.

Los relatos de las vicisitudes de una Italia convulsionada, las manos unificadoras de Garibaldi y del Rey, su efecto en la vida diaria de nobles y burgueses son el telón de fondo para una narración que atrapa y enseña con una claridad sorprendente a reconocer los fenómenos sociales.

El sobrino Tancredi, con quien el viejo aristócrata mantiene una relación estrecha, le espeta desde su recién estrenada camisa roja la frase inmortal: todo tiene que cambiar para que todo siga siendo igual. Mensaje de resignación y esperanza que explica el proceso generacional y de cambios en sociedades aparentemente agotadas. Cambian los nombres pero continúa el esquema. Cambia la ideología pero continúan las élites. Se habla de libertades pero continúan los dogales. Al final, es una limpieza profunda para mantener al mismo estatus-quo.

Y esa parece ser una fórmula infalible, que se repite con éxito en la historia de los países hasta el día de hoy. Ecuador es un gran ejemplo. Han cambiado las formas pero el fondo es el mismo. Los privilegios del poder no sólo que se han mantenido sino que han aumentado. A pesar de los discursos igualitarios, los políticos al mando han aumentado sus patrimonios y sus alcances.

Y luego de diez años de revolución ciudadana, hemos soportado tres años de lo mismo. Se me dirá que las cosas han cambiado. Sí. Algo ha cambiado pero todo sigue igual. Basta raspar un poco la superficie para encontrar los mismos nombres, la misma podredumbre, el mismo discurso de honradez que socapa una realidad de picardías.

Se han hecho correcciones de forma, pero el fondo sigue allí, apestoso e insondable. Luego de tres años de aprendizaje, está claro que no pasaremos el año. Seguimos anclados a un sistema paternalista, incapaz de detectar sus propias fallas, a un esquema opresor que privilegia la burocracia sobre la productividad, y el estatismo sobre la libertad.

Estamos agobiados y hartos. Y aún no entendemos una realidad que nos golpea en el rostro. Mientras no cambie la mentalidad que nos gobierna, el Ecuador no tiene salida. Mientras el discurso de redistribución del ingreso no esté respaldado por hechos tangibles, seguirá siendo un discurso. Mientras no entendamos que ese discurso nos empobreció en medio de la bonanza cualquier sacrificio será inútil, porque únicamente servirá para seguir manteniendo a un estado adiposo e inmovilizado.

He perdido ya la esperanza de un vigoroso golpe de timón hacia mejores rumbos. Mucha suerte tendremos si logramos salir vivos de la suma de crisis que nos rodean. El País naufraga junto a la orilla por la ceguera de sus dirigentes y la soberbia de su mandatario, impertérrito en su ignorancia e inamovible en sus cuatro ideas.

La necedad con los años se hace más visible, y es dramática cuando es obvia. Dos tipos distintos de ego pero al final un resultado igual de angustioso. No es solo una cuestión de cifras y de déficit. Es la incapacidad para entender que el mundo cambió desde la década de los sesenta y seguimos en el subdesarrollo mental por la incapacidad de mirar a nuestro alrededor.

Que nos empeñamos en apoyar un sistema fracasado y centralizado que ya no da más. Que es la hora de copiar modelos prácticos y exitosos en vez de insistir en el error comprobado. Que el precio de la tozudez se verá en los años venideros, cuando sigamos ahogados mientras los demás países de la región reboten con mayor agilidad y rapidez. Que son nuestros dirigentes los que nos condenan pero es nuestra pasividad y miedo al cambio la que nos hunde.

Por el día de la Madre, ya que se permiten serenos, entreguemos al licenciado una lira para que cante como Nerón mientras Roma se quema. Es lo ultimo que falta para graficar el fracaso.

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