La deuda eterna

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

El gobierno ha anunciado con orgullo la renegociación de la deuda externa con un grupo importante de acreedores. Excelente. El perfil agobiante de los pagos ha sido rediseñado para dar un respiro a un fisco contra las cuerdas. El riesgo país ha tenido un descenso importante como consecuencia. los analistas internacionales confirman el buen manejo. Solo un grupo de críticos ya conocidos ha tratado de echar sombras sobre la negociación.

Y es que en este tipo de decisiones es muy difícil tener consensos totales. Hay que medir los resultados. Y sobre todo, por respeto al Ecuador, hay que entender que el éxito y el fracaso es de todos. Abogar por un default o cese de pagos es una alternativa más larga, más compleja y con muchas posibilidades de negocio para intermediarios, pues los tenedores de bonos pugnan para tener prioridad en el repago frente a la crisis.

Quienes manejaron deuda en el pasado lo saben. El equipo económico actual optó por una estrategia más directa, debido a lo excepcional de la situación. En efecto, pocas veces confluyen situaciones internas y externas tan complejas como las actuales.

Sin moneda propia, el default impacta en la economía de inmediato por la falta de recursos en las arcas fiscales. La pandemia y sus consecuencias requieren aportes y préstamos inmediatos para enfrentarlas. El mundo financiero está además consciente de la necesidad de bajar el tono de sus exigencias frente a la crisis. Un país sin inversión extranjera por sus propias falencias se ve abocado a la vía del préstamo externo como único camino para pasar el bache. Y finalmente, para tomar decisiones hay que estar en el gobierno.

Desde la oposición se pueden dar sugerencias, opiniones pero no pretender manejar la deuda a su antojo ni infamar a quienes la manejan. Esa es una actitud que sorprende. Caer en el ataque personal habla muy mal de quienes lo emplean.

Si hay dudas, presenten la denuncia ante la fiscalía. Si conocen de tenedores de deuda que se estén aprovechando de información privilegiada, denuncien ante la fiscalía. Pero no hagan el papel del perro del hortelano. Ni suelten al viento nombres de beneficiarios sin pruebas plenas.

No es pecado ser tenedor de deuda externa. Lo grave es beneficiarse de la información o de la complicidad del poder para lucrar indebidamente. En este como en muchos aspectos, es necesaria la objetividad. Los técnicos que han aplaudido esta reestructuración merecen el aplauso por su patriotismo. Quienes la manejaron también.

Por supuesto, falta mucho aún para salir del problema. La reducción del tamaño del Estado sigue siendo una meta inaplazable. Los estímulos a la producción y a la inversión de riesgo son decisiones urgentes. Restablecer la confianza es un proceso largo y aún difícil de lograr. Pero no seamos mezquinos. Aplaudamos el primer paso y exijamos los posteriores sin amarguras ni intereses personales ocultos.

El país no puede seguir acudiendo a la deuda como único camino para solucionar sus problemas de financiación. Es imperativa una estrategia para atraer capitales de riesgo. Hay que arremangarse la camisa y volver a empezar con reglas claras y un estado austero. Se acabó la bonanza y la irresponsabilidad consiguiente. Hay que entenderlo.

El país tiene futuro. Los críticos tienen pasado. Por supuesto, siempre se podrá elucubrar sobre soluciones alternativas. Pero la realidad es lo que cuenta. Hay que respetarla y mejorarla desde una óptica constructiva y no destructiva. Eso no le hace bien al País.

La deuda externa no puede ser eternamente un dogal para el crecimiento sino una herramienta para un mejor futuro. Todo depende de su uso. Y las próximas autoridades tienen que entenderlo así. Este es un solo país y las soluciones son para todos. Falta aún mucho trecho por recorrer. Y tenemos que caminar juntos en esa dirección con ideas claras y planificación eficaz. Es lo que realmente cuenta.

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