Convertirse en lo que tanto se criticó

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

Nicmer Evans, politólogo venezolano, fue secuestrado el 13 de julio por los cuerpos de seguridad chavistas. Se le acusa de instigación al odio, por dirigir unos tweets al mercenario de la información y portavoz de la dictadura Fidel Madroñero, deseándole una pronta recuperación de su contagio por Covid-19 “para que la justicia del hombre llegue antes que la divina”.

El mensaje no sentó bien dentro del chavismo y la represalia fue secuestrar a Evans y juzgarlo por un tweet bajo el marco de la Ley contra el Odio, esa norma que la dictadura se inventó para aumentar las regulaciones en la comunicación del país y silenciar voces críticas. He visto comentarios de quienes celebran la detención de Nicmer Evans, tomando en cuenta su pasado político y sus nexos con el chavismo. No comprendo a aquel que se pone del lado de una dictadura cuando le quitan la libertad a alguien que no es de su agrado. Cuando se defienden los derechos humanos, se defienden los derechos de absolutamente todos los humanos, no se puede ser selectivo y denunciar los crímenes del chavismo solo cuando atentan contra la vida de uno de mis aliados.

El secuestro, sin hacer uso del eufemismo arresto, de Nicmer Evans es un atentado hacia la libertad de expresión en Venezuela y un ejemplo más del mecanismo represivo que cada vez se extiende más a cualquier faceta de nuestras vidas. Cuando empiezan a secuestrar a ciudadanos y juzgarlos en tribunales militares por ser críticos de una dictadura en redes sociales, se entiende que cualquier persona que usted conozca puede ser el siguiente, y con solo ese ejemplo ya tiene razón suficiente para abogar por la libertad de Evans.

Sí, Nicmer Evans fue chavista. Hizo proselitismo desde los medios de comunicación para que votaran por Chávez. Justificó detenciones arbitrarias y violaciones a los derechos humanos como las ocurridas a Leopoldo López y a Iván Simonovis. Aplaudió las medidas económicas que llevaron a Venezuela a la destrucción y cuando se distanció del chavismo lo hizo con cierto escepticismo, solo tras haber encontrado disidencia en el rumbo que tomaba el país con el dictador Maduro al mando. Posteriormente, rectificó y definió con mayor contundencia su aversión al modelo chavista escribiendo un artículo para The New York Times titulado: “Creí en Hugo Chávez y fue un error”, iniciando un periodo de autocrítica para denunciar desde sus distintas plataformas las falencias del sistema político que alguna vez apoyó.

Existe el argumento de que el secuestro de Evans es la cosecha de todo lo que sembró votando por Chávez, que está siendo víctima del fuego que ayudó a encender y que es un ejercicio de justicia divina que pierda su libertad bajo las mismas reglas de juego en las que apoyó ciegamente las persecuciones a dirigentes opositores. Si comparten ese pensar, les recomiendo mil veces que dirijan sus ataques con esa misma fuerza y entereza hacia los verdaderos culpables del desastre en Venezuela, quienes sí deben ser escarmentados y tienen cuentas por pagar con la justicia, y no hacia un arrepentido mensajero.

No me encuentro en el mismo espectro ideológico que Nicmer Evans y me parece que hizo mucho daño como periodista de trincheras, algo que no considero que es periodismo sino propaganda pura y dura. Pero jamás voy a aplaudir que le quiten la libertad a alguien solo porque piensa distinto a mí. Pensar así me convertiría en lo que tanto he criticado. Me haría perder. Me haría sucumbir ante el resentimiento social y la polarización que tanto promovió el chavismo. Me convertiría en uno más de ellos, que encontraron en la venganza y el extremismo un camino libre para despertar pasiones y apoderarse de un país.

Y también, aplaudir el secuestro o el ataque a todo aquel con un pasado chavista significaría que estoy de acuerdo con que atenten contra la vida de algunos de mis familiares, de mis colegas, de mis maestros y de gente que es o fue parte de mi vida. Algunos parecen olvidar que Chávez, por más que sea un dictador cleptocrático cuyo legado destruyó mi país y me obligó a mí y a más de 5 millones de venezolanos a emigrar, ganó una elección en 1998 con una vasta mayoría de votos. Si promuevo la detención de los que alguna vez votaron por Chávez, estoy poniendo un blanco en la espalda en más de la mitad de todo un país. Votaron engañados, pensando que vendrían tiempos mejores. Ninguno votó por la destrucción de Venezuela. No los culpo y prefiero darles la oportunidad de arrepentirse, aprender de sus errores y apoyar la causa de la libertad. Entiendo de dónde nace el odio y también lo siento, pero no podemos dejar que nos domine.

Y piensen que, si son de quienes apuestan a un quiebre militar en la cúpula de Nicolás Maduro como la solución para la crisis de Venezuela y el inicio de una transición democrática, no hay nadie que esté más manchado por el chavismo que el alto mando militar de la FANB. Estamos rodeados por personas con pasados chavistas, y por el momento el apoyo es necesitado venga de donde venga. Yo no quiero ver a todos los que apoyan o apoyaron alguna vez al chavismo presos o perseguidos. Quiero ver a Maduro y a sus secuaces, entre esos a Fidel Madroñero, presos por crímenes de lesa humanidad, y que regresen los miles de millones de dólares robados. Quiero ver un país reunificado tras pasar los últimos 21 años viviendo en un modelo político que encuentra su fuerte en la polarización y la criminalización de lo distinto. Quiero que exista un lugar donde las condiciones de vida me permitan volver, sabiendo que ni mi vida ni la de nadie corre peligro por pensar de alguna u otra manera. Con eso me basta.

Ya el chavismo nos ha quitado demasiado, no dejen también que les roben su humanidad. Es de los poco que nos queda. No sea cómplice aplaudiendo las acciones de una dictadura solo porque creen que Nicmer Evans se lo merece.

Nadie merece que lo desaparezcan. Liberen a Nicmer Evans.

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