La verdadera urgencia

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

La combinación de errores del gobierno actual, sumada a la perversa utilización de las redes sociales por parte de sus enemigos, ha puesto al país en una situación de alarma permanente.

A diario, un escándalo reemplaza al otro, con una cadencia vertiginosa y exasperante. Las notas de prensa exudan corrupción, las redes sociales viven del escándalo, y las verdaderas causas y consecuencias de la crisis que vivimos no reciben la atención que el país merece.

Nadie cree en nada. La duda se ha instalado en nuestras mentes. Nos solazamos con pequeños escándalos sin mirar la verdadera urgencia. Clamamos por la cabeza de los “culpables” y allí nos quedamos. Y por lo tanto, poco hacemos para realizar la verdadera magnitud del desastre, gestado por supuesto en la época de mayor bonanza estatal de nuestra historia por un gobierno irresponsable y codicioso, pero dilatado y agravado por la ceguera del actual régimen.

Pocos comprenden el golpe artero que la pandemia asestó a la economía de un país ya debilitado y titubeante. Inmerso en la problemática diaria, al gran público le cuesta entender que el aparato estatal hace agua por todo lado. No parece comprender que la falta de moneda propia vuelve imprescindible un ajuste en el gasto y una gestión financiera ordenada y transparente, porque se agotó el crédito interno y el externo es hoy la única salida.

Que el IESS perdió autonomía hace años y se convirtió en un botín político, y que en este momento el Estado, su principal deudor, solo puede devolverle a cuentagotas los voluminosos préstamos que le obligó a otorgarle con subterfugios. Que la reserva de liquidez de los bancos, conocida como encaje bancario, también fue absorbida en parte por el insaciable Estado, y que el Banco Central tiene en su poder bonos más no la liquidez que debería.

Que el no honrar la deuda externa sería el último acto de hundimiento del buque, pues solucionaría cuatro problemas hoy y dejaría veinte no resueltos mañana. Hay que entender que ninguna entidad internacional estará dispuesta a poner más dinero en manos de un mal pagador o de un tramposo. El alejamiento de los mercados es el castigo inmediato.

Es incomprensible que pretendamos imponer condiciones en actitudes olímpicas cuando somos deudores y en mora. Lo hemos intentado en el pasado y el retorno a la normalidad ha sido caro, duro y difícil. No hay soluciones mágicas. Entender que la situación es sumamente delicada parece ser algo muy complejo de asimilar para ciertos analistas, más obsesionados por imponer sus razones que por lograr un consenso para salir de la crisis.

Lamentablemente, el proceso de reducción del Estado no puede darse de la noche a la mañana, como pretenden los espontáneos financistas, y peor con un gobierno tan débil. Tampoco es aconsejable rifar los activos estatales en una época de corrupción y acuerdos internacionales poco claros.

Es indispensable poner orden en las finanzas públicas, auditar las empresas estatales y analizar y reducir al gasto público hasta llevarlo a niveles compatibles con la nueva realidad. Y sobre todo demostrar transparencia en las cifras. Allí podremos pensar en concesionar activos.

Tengamos claro que no se puede imprimir dinero, lo que significa que cada dólar que se gasta debe existir previamente en las cuentas. No hay cómo inventarlo. El País se gastó aproximadamente 10 mil millones por anticipado, lo que significa que la cuenta sube mensualmente, junto con el déficit.

La tarea es reducirlo. Por lo tanto, la refinanciación liberará recursos, pero no para gastarlos, sino para recuperar el déficit acumulado. Hoy, no hay dinero para pagar los sueldos con puntualidad. Hoy no hay dinero para pagar a los contratistas. Hoy no hay dinero para emprender nuevas obras. Hoy, los créditos vienen de multilaterales gracias a una renegociación en curso y a la comprensión de la crisis mundial.

Hoy, no cabe hablar de descenso en las tasas de interés cuando la materia prima, el dólar, es lo que escasea. Eso aumenta el riesgo y reduce la capacidad de crédito. El sistema financiero es un intermediario, y su función es precautelar el dinero a su cargo, no rifarlo. Es legítimo pedir sensibilidad, pero no milagros.

El volver a enrumbarnos va a ser muy duro y difícil. El desempleo y la crisis no se van a solucionar de inmediato. Hay que entenderlo con la mente fría, sin demagogia ni discursos sectarios. Sorprende la poca atención que dan los medios a este tema de fondo. A cuáles son las alternativas para salir de la crisis y cuáles los mecanismos a implementarse inmediatamente.

Aquí no cabe ya el discurso sindicalista ni la queja empresarial sin opción a acuerdos. Es un tema de supervivencia y así debe ser entendido. Los candidatos deben explicar con claridad meridiana sus propuestas, sin lirismos ni proclamas. Lo honesto es ofrecer sacrificios, sudor y lágrimas antes que bienestar inmediato y magia en las palabras.

Hemos experimentado ya en qué terminan las ofertas de campaña. Es hora de un análisis serio por parte de los medios de opinión sobre las prioridades del país y sobre cómo las van a afrontar los potenciales candidatos. Y sobre ello demandar respuestas concretas ¡Basta de embelecos!

Necesitamos unión, pragmatismo e ideas probadas. No experimentos fracasados con argumentos noveleros. Todos tenemos que entender que nuestra preparación ha sido insuficiente. Que es obligatorio aprender, entender y prepararnos para lo que se viene. Cuando realicemos que el discurso patriotero sólo nos creará frustración y miseria, comprenderemos que hay que substituirlo por acuerdos prácticos en los que todos cedamos un poco para no ponernos la soga al cuello.

Mientras más rápido entendamos todos la nueva realidad, más sencillo será enrumbarla a nuestro favor. Dejemos a un lado lo intrascendente, el escándalo fácil y el discurso de odio. Actuemos con coherencia, con dureza y con fe para exigir a nuestros mandantes honradez, seriedad y soluciones reales.

Si hemos fracasado en el pasado, es necesario aprender la lección de cara al futuro, para dejar de marchar sobre el mismo terreno sin comprender que somos nosotros mismos los responsables de nuestro éxito o de nuestro fracaso.

Estamos llegando al fondo. De nosotros dependerá salir incólumes de la caída, o al menos con el espíritu listo para emprender el nuevo ascenso hacia el bienestar para todos. Se avecina una dura batalla. Todos debemos estar listos para enfrentarla.

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