El horizonte

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

El silencio y la reflexión han sido mis compañeros estos días. Sin duda el mundo está convulsionado y tenso. Un rey está en la picota, un ex presidente bajo arresto domiciliario, un país está destruido y desolado por circunstancias aún no claras.

El universo siempre ofrece novedades. Y explicarlas es siempre más complicado que escucharlas. Tomar partido es lo inmediato. No se si lo justo. Pero mantenerse indiferente es una forma de cobardía. Los que golpean a otro no tienen escrúpulos. Los que reciben el golpe probablemente se lamentan de sus excesos, de sus errores, de sus pasiones.

La justicia es cada vez menos ciega y más influenciada por los hechos políticos. Y eso no es bueno. La figura de Uribe en Colombia es hoy el centro de una interminable polémica por los odios acumulados por su gestión anti guerrilla.

En un país que se había acostumbrado a vivir de prácticas non santas y violentas, un postergado y doloroso llamado al orden abrió y reabrió hondas heridas. Colombia es un país desgarrado por décadas que no logra encontrar la paz para enrumbar sus destinos. Pueblo aguerrido y de armas tomar, tiene aún mucha discordia por delante.

En España, las veleidades del rey emérito le están pasando factura a un sistema monarquico pegado con babas. Lo humano y sus debilidades finalmente pasan facturas. Y una pléyade de oportunistas políticos pretende derrocarlo todo para satisfacer sus ambiciones de poder “popular”.

En esta lucha sin cuartel, los traidores, los quinta columnistas y los delatores cumplen una función importantísima. Están dispuestos a todo con tal de lograr la victoria para su causa. Forjar testimonios, robar documentos, crear videos manipulados parece ser la práctica de moda para escandalizar, manipular y lograr el caos en distintos niveles de una sociedad crédula, cansada y superficial, que se mueve al vaivén del escándalo diario antes que al análisis de los porqués.

Los puritanismos de una sociedad aún tradicional sirven a la izquierda para escandalizar a los pequeños burgueses, y los excesos de los “camaradas” bolcheviques encienden la luz de alerta en los mismos hogares que ayer se rasgaron las vestiduras por lo contrario.

Un galimatías sin filtro recorre los medios y confunde los fines. Cada quien pretende llevar el agua a su molino para denostar al otro. Y en esta lucha fratricida, es el país el que pierde estabilidad. Los países en desarrollo parecen sentirse más cómodos con un tirano. Los desarrollados con un sistema. Ambos son, sin embargo, atacados continuamente por movimientos totalitarios para radicalizar “el cambio”, frase ambigua cuyo verdadero significado sólo se revela cuando los totalitarios se apoderan del mando.

Los esfuerzos de los políticos contemporizadores sólo logran aumentar el descontento. Cada facción desea la derrota total de su contrincante. Y está dispuesta a lograrla por cualquier medio.

Estos canibalismos están afectando seriamente a nuestras sociedades. Han convertido a los poderes democráticos en un campo de batalla en que el escrúpulo ya no cuenta. Lo que cuenta es destruir y humillar al enemigo. No importa si en el proceso el país se estanca o retrocede definitivamente. Lo que importa es enseñar los despojos del enemigo en la plaza mayor.

Estas pasiones, fruto del primitivismo, han enrarecido la atmósfera de muchos países hasta niveles impensados hace pocos años. Todos los poderes se parapetan gracias a medios de comunicación que olvidaron la ética para convertirla en negocio para sus dueños, millonarios con o sin valores éticos, multinacionales de indudable influencia, transnacionales políticas con consignas cada vez más obscuras y designios destructivos, auspiciados por plumas de alquiler cuyo único fin es ponerle barniz a una teoría eternamente remozada en vista de su fracaso en la práctica.

Agoreros del desastre, pregonan el Apocalipsis como resultado lógico de la falta de apoyo a sus enseñanzas, y obtienen adeptos fáciles entre las huestes desmoralizadas y desempleadas que forman la mayoría de los países sin educación ni ética.

No importa lo sonado que sea el fracaso en la práctica, siempre habrá una disculpa, una canción protesta y el libelo de algún intelectual, millonario gracias a sus auspiciadores, para que se logre manipular a los incautos y convencerlos que la culpa fue de los otros y no de su propia miopía.

Y así vamos por el mundo, pescando a rio revuelto una teoría, cuatro ideas, un trabajo a tientas y un descontento en el alma. Y por eso somos más flexibles a un discurso engañoso que a una verdad responsable, a una frase de efecto que a un proyecto estructurado, a un demagogo que a un estadista.

Las encuestas de voto revelan una vez más lo macondiano de nuestras preferencias. Lo irresponsable del voto hacia el abismo, la vigencia electoral de un cobarde y un ladrón por la incapacidad de sancionarlo con todo el rigor de la ley, la supremacía de los subterfugios sobre la ley, la atracción hacia el milagroso candidato que va a poner un cheque para solventar nuestro gigantesco déficit fiscal porque es rico y “no va a robar”, como si la codicia tuviese un límite, el aplauso a un movimiento indígena que casi destruyó la capital en octubre, los delirios de candidatos sin peso ni referencia son el resultado de la incapacidad para entender que de una crisis se sale con unión, trabajo y diálogo, y no en base de cuentos baratos, odios adquiridos y palabras grandilocuentes.

El “nacionalismo” y “la patria grande” sirvieron como escenario para robarse todo lo disponible en la “patria chica”, abusar de fondos públicos para beneficio de pocos, empeñarnos a China por temor a ser supervigilados por los multilaterales y no poder robar a manos llenas.

Nos vieron la cara. Y sin embargo, todavía hay fanáticos que defienden estos argumentos que solo esconden su frustración por no ser parte de los elegidos para el lleve. En vez de solazarnos por la molestia de Lasso y su comentario, deberíamos reflexionar sobre la triste imagen de un país que puede resumirse con esa vulgar exclamación, que por lo demás ha sido ya expresada con frases similares por muchos gobernantes anteriores, decepcionados por la torpeza de un populacho más a gusto con la vulgaridad y la maledicencia que con la guía firme y correcta de un discurso sensato.

Elevemos el debate. Si. Pero elevémoslo todos. Con una mayor conciencia de país, con una mejor comprensión del nivel de crisis que nos acecha, con la cabeza fría y no llena de prejuicios ni soluciones fantásticas que nunca se cristalizaron ni se cristalizarán. La historia del país es la mejor referencia. Pero hay que leerla, no desde la óptica de Calderón y sus mitos sino desde la de Sucre, Bolívar y sus fracasos. Así aprenderemos, quizás, a mirar el horizonte y no las piedras…

Más relacionadas