Lasso, sin contendor

Carlos Jijón

Guayaquil, Ecuador

Acabo de escuchar al señor Andres Arauz, en un video difundido en redes sociales, sostener que la cuestión minera en el Ecuador se soluciona con extraer el oro a unos 35 celulares, y empezar así una promisoria industria de exportación de oro que aporte al país al menos unos dos mil millones de dólares anuales que necesitamos para cubrir parcialmente las urgentes necesidades sociales. Es probable que existan problemas de comunicación, pero hasta Correa sonaba más sensato con su afirmación, en la campaña de 2006, de que era más valioso el petróleo que se quedaba bajo tierra que el que se extraía para exportar.

Pero ahí está, con esa enigmática sonrisa, segundo en las encuestas, sosteniendo sin sombra de duda que en veinte años no habrá en el Ecuador ganadería suficiente para satisfacer el consumo de carne de una población que, según explica, no solo crecerá en número sino en capacidad adquisitiva, para luego de exponer situación tan apocalíptica terminar el tema de manera abrupta con un “se los dejo de tarea”, mientras sonríe nuevamente a la audiencia.

Y uno no puede entender cómo semejante personaje puede ser considerado por un amplio sector de la población (en gran medida, de las zonas rurales de la Costa) como una opción por la cual votar. Más cuando se advierte que es candidato por un partido, Compromiso Social, cuyo fundador, el señor Iván Espinel, se encuentra en la cárcel por corrupción. Sin contar con que su impulsor, su principal asesor de la campaña, como él mismo ha reconocido, es un hombre, el expresidente Rafael Correa, que ha sido condenado a ocho años de prisión por liderar una banda que exigía millonarios sobornos a las empresas contratistas del Estado para financiar ilegalmente sus anteriores campañas electorales.

El panorama es desolador. Salvo Guillermo Lasso, el candidato de la alianza CREO-PSC, que emerge nítido en el escenario, no hay opción. En la misma orilla de Arauz, está el exprefecto del Azuay, Yaku Pérez Guartambel, el abanderado de Pachakutik, con la propuesta de reemplazar las exportaciones petroleras por las de agua. Ecuador necesita urgentemente recuperar unos mil o mil quinientos millones de dólares que el fisco ha dejado de percibir por la caída del precio del petróleo a consecuencia de la pandemia. Y al señor Pérez Guartambel no se le ocurre mejor idea que difundir un video en que aparece con los pantalones remangados, y el agua a los tobillos, en algún idílico río de la Amazonía, clamando para que no se privaticen «la lluvia, ni el arco iris, ni los sueños».

Es de locos. Quizás más cuando uno recuerda que hace poco más de un año, en octubre de 2019, el pacífico señor Pérez Guartambel, el tercero en las encuestas de intención de voto, intentaba disputar el liderazgo del levantamiento indígena a sus compadres de la CONAIE encabezando una violenta marcha contra la Asamblea Nacional, al menos en los textos, sede de la soberanía popular.

En la otra acera está el señor Álvaro Noboa, pugnando por inscribir su candidatura presidencial cuando ha terminado ya el plazo para las inscripciones. Ha tenido todo el tiempo del mundo, el mismo que han tenido los otros quince o dieciséis aspirante. Pero él ha decidido que por ser él, heredero de una de las mayores fortunas del país, merece un tiempo adicional, una vez que ha llegado a un acuerdo con un partido sospechoso de haber utilizado dinero de la corrupción, del mismo Caso Sobornos, para recoger las firmas, que según ha informado la Contraloría, son en gran parte falsificadas.

Álvaro Noboa quiere ser candidato a la presidencia por el partido de Pamela Martínez, la exsecretaria de Correa. Eso lo dice todo.

Normalmente, el Ecuador ha sido una república por la cual dos de sus más preclaros hijos disputaban cada cuatro años el honor de presidirla. En 1978, el líder de la derecha, don Sixto Durán Ballén, era un exalcalde de Quito rodeado de una aura de dignidad republicana; su opositor, Jaime Roldós Aguilera, era un populista ilustrado de esencia democrática. Ambos habían llegado a la segunda vuelta tras superar a tribunos de la talla de Raúl Clemente Huerta o Rodrigo Borja. En 1984, el debate entre León Febres Cordero y Rodrigo Borja fue un enfrentamiento dialéctico entre dos hombres que, opuestos en ideas, eran los políticos más importantes del país y de similar talla. Siento lo mismo de la segunda vuelta de 1992 entre Sixto Durán Ballén y Jaime Nebot. E incluso la de 1998 entre Jamil Mahuad y el Alvarito Noboa de esa época.

Yo encuentro que en las  elecciones de 2021, Guillermo Lasso no tiene contendor. No solo tiene una clara propuesta ante la debacle en la que se encuentra sumida la nación (no solo a consecuencia de la pandemia, sino principalmente por un gobierno de tardías medidas y el desgobierno de la década anterior) sino que se proyecta como una figura de sensatez en el incierto panorama latinoamericano. En Chile, Sebastián Piñera sobrevive a un estallido que nadie esperaba. Perú se acerca a una elección presidencial sin líderes. Brasil con Bolsonaro. Argentina con los Fernández. Venezuela con su Maduro. Bien es posible que en ese escenario, Guillermo Lasso brille con luz propia, acaso acompañado de Iván Duque, en Colombia,  o Lacalle Pou, en Uruguay.

En medio del desastre, tenemos una opción. Lo que me impresiona es que el país no parece darse cuenta de la necesidad de que esa opción gane en primera vuelta. El mayor problema a estas alturas, no es que el país camine al borde del abismo, sino que lo haga alegremente, despreocupado, como si no se hubiera dado cuenta del enorme precipicio junto al cual transita.

Más relacionadas