Literatura no más es. Filosofía no más es

Fernando López Milán

Quito, Ecuador

En estos días, como miembro del Consejo Directivo de la Facultad de Comunicación de la Universidad Central, llegaron a mis manos dos documentos: la política y el reglamento de publicaciones de la Editorial Universitaria, que deben ser aprobados por el Consejo Universitario.

No me voy a referir aquí a los aspectos específicos de estas normas, sino a la visión que, en relación con las humanidades y los estudios sociales, subyace a la propuesta de política editorial de la U.C.E.

Aparte de la docencia, la función principal de la universidad es el fomento de la producción intelectual de sus miembros. Esta producción se refiere tanto a las obras que son producto de la investigación científica: básica, aplicada y tecnológica, como a aquellas resultantes de la reflexión individual y la creatividad de los miembros de la comunidad universitaria.

Esta precisión es muy importante en el caso de la Universidad Central del Ecuador, que no es una politécnica, sino una entidad en la que coexisten las ciencias naturales con las humanidades y las ciencias sociales.

C.P. Snow afirmaba allá, por los años 50 del siglo pasado, que en el mundo existían, cada vez más separadas e incomunicadas, dos culturas: la de las ciencias naturales y la de las humanidades (filosofía, historia, literatura, lenguas clásicas, etc.) y los estudios sociales. En la actualidad, no solo la brecha que separa a la una de la otra se ha hecho más grande, sino que la primera se ha impuesto a la segunda.

Esta imposición ha llevado, en muchas instituciones de educación superior, a minimizar la producción en el ámbito de las humanidades y los estudios sociales, y al intento, forzado y autoritario, de ajustar la producción intelectual de estos campos a los parámetros de la producción propios de las ciencias naturales.

Desde esta posición de dominio, directivos y tecnócratas han decidido ignorar la especificidad de la producción del área social y humanística. Y, poco a poco, han tratado de asimilarla a la de las ciencias naturales, hasta convertir a las publicaciones de dicha área en textos insípidos, carentes de brillo, profundidad y originalidad, cada vez más alejados de los intereses de los ciudadanos; de aquellas personas, pues, que constituyen el público objetivo más importante de la producción humanística y social. El público de un literato, como el de un politólogo, no es el crítico ni el especialista, es el lector común y corriente: el ciudadano.

De hecho, acercar a la ciudadanía a la cultura es otra de las funciones sustanciales de la universidad pública. Detrás del deterioro de la vida política en el país y de la bajísima calidad del debate político que hemos observado en estos días se encuentra la falta de contacto de los ciudadanos con las mejores ideas de la filosofía política y otras ramas humanísticas. El ciudadano de a pie no lee revistas indexadas, pero puede leer con gusto y provecho un ensayo o una novela.

Los resultados del desprecio burocrático y tecnocrático a las humanidades es el empobrecimiento de la vida espiritual de los ciudadanos. De ahí que, en Ecuador, han tenido que ser ellos -políticos incluidos- quienes, al advertir la pobreza intelectual y ética en la que hemos caído, han propuesto restituir en la enseñanza oficial materias como ética y cívica.

Javier Marías, en un reciente artículo publicado en el diario “El País” de España, nos advierte de las graves consecuencias que el desprecio a las humanidades puede producir: “Me entero –afirma-  de que la nefasta ley Celaá de Educación elimina la asignatura de Ética en el curso o cursos en que se impartiese. Creo recordar que la también funesta ley Wert suprimió Filosofía (…). Ya mucho antes cayeron el Griego, el Latín, buena parte de la Literatura y no sé cuántas cosas más. Es asombroso que los pedagogos actuales tengan titulación y facultades para determinar qué se enseña y qué no. Si por la mayoría fuera, “se aprendería a aprender” y no se enseñaría nada, y así conseguiríamos el ideal de toda sociedad totalitaria: individuos que no saben, no entienden, no razonan, no se expresan, no piensan”.

Para evitar que lo que Marías vaticina se vuelva realidad, la universidad ecuatoriana, -y de manera especialísima la Universidad Central- tiene que reflexionar con seriedad acerca de su papel en la aproximación de los ciudadanos a la cultura. La universidad debe publicar textos de calidad, sin duda, pero debe hacerlo respetando la especificidad del pensamiento humanístico y de sus peculiares formas de escritura y expresión, y evitando, al mismo tiempo, la centralización, que lo complica todo para no hacer nada, y la asimilación epistemológica, que intenta homogenizar los conocimientos que por naturaleza son diferentes.

Afirman que, en Ecuador, cada ciudadano lee medio libro por año. Imagínense lo que ocurriría cuando, en lugar de libros, solo publiquemos artículos indexados.

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