Inventario

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

De la somera revisión de los distintos aportes y comentarios que he recibido a través de chats y muros en redes sociales durante estos largos años de “revolución ciudadana“, lo que más me ha impactado es la absoluta desconfianza en todas y cada una de las proclamas e informaciones que provienen de los medios tradicionales o son emitidas por políticos de distintas facciones.

Luego de la ciega credulidad ante todas y cada una de las palabras del ayer dueño absoluto de la verdad y hoy cobarde prófugo de la justicia, parece que la reacción actual del público es de absoluta desconfianza a todo lo que digan las autoridades nacionales.

Sin lugar a dudas, el híper presidencialismo y la mediocridad intencionada de los demás poderes ha demostrado las fisuras de la constitución de Montecristi. Los últimos cuatro años han sido la mejor demostración de como un régimen puede convertirse en caricatura y como el partido más poderoso del país puede llegar al ridiculo de expulsar al Presidente de la República de sus filas porque no obedece a los designios.

Y creo que esa es la peor herencia que nos deja el correismo. La duda, la desconfianza, el odio, la división, la farsa gestada desde el poder y encaminada a crear un culto a la personalidad imperdonable y pernicioso, ha creado una honda división entre los ecuatorianos y ha reavivado extremismos peligrosos e inaceptables, vengan de donde vinieren.

Sorprende constatar las reacciones de incredulidad ante prácticamente todas las informaciones que se ponen a consideración del lector. Los comentarios van desde la agresión al medio hasta la duda encarnizada, pasan por el insulto personal y el agravio generalizado, y concluyen con una bocanada de odio esparcida con ventilador. Y en ese desasosiego permanente, florecen las teorías y las falacias con la misma celeridad con la que aparecen las noticias.

De nada sirve la confirmación de los hechos, las aclaraciones y las querellas por difamación que los afectados interponen para recuperar su honra y credibilidad. La semilla de la incredulidad ha calado hondo en las mentes del gran elector. Y es muy difícil reanimarlos de su sopor enfermizo y beligerante.

Lograr un análisis objetivo e imparcial de los hechos es también una tarea de romanos. Por supuesto, la pasión ha distorsionado y disfrazado la realidad de la historia desde hace siglos. Los intereses y rencillas de la aristocracia criolla y la complicidad obsecuente de los pequeños burgueses fue creando una red de mentiras que repetidas mil veces terminaron por negar la realidad para dar paso al chisme, la calumnia y la rencilla como elementos de cargo y descargo ante el análisis desapasionado de los hechos.

Nos acostumbramos a los mitos. A los ídolos con pies de barro. A las gestas heroicas inexistentes u olvidadas a pesar de su real importancia por afecto o desafecto del escribano de turno, convertido en historiador y suprema autoridad. Y claro, la ficción es generalmente mucho más atractiva e interesante que la realidad. Y la ignorancia es mucho más fácil de convencer que la ilustración.

Desde que tengo memoria, el consenso ratifica que los tiempos pasados fueron mejores, los políticos más impolutos y las administraciones más eficaces. Puede ser. Pero también puede ser que una sociedad hipócrita se protegía a sí misma para no hundirse. O que los descastados y terroristas no recibían el espacio del que usufructúan en estos tiempos.

En el pasado, también se cometieron terribles injusticias, se derrocaron presidentes, se cambiaron constituciones y se persiguieron a políticos injustamente. Y quizás por ello, por esa mentalidad cerril y campechana, el defenestrado de ayer era el elegido de hoy y la víctima propiciatoria de mañana.

Históricamente, los distintos presidentes y autoridades sólo han hecho un alto a sus odios personales frente a una amenaza externa. Nunca lo han hecho para sacar al Ecuador adelante a través de un diálogo honesto. Y esa incapacidad para hablar con honradez y tender puentes ha hundido al País en una vorágine de engaños populistas y de corto plazo, en vez de lograr una planificación de mediano y largo alcance en beneficio de todos.

El dejar atrás este bochornoso inventario de camorras intestinas y banales es probablemente el principal objetivo de un gobierno honesto y es también la respuesta que espera un pueblo maltratado e incrédulo. Poner un freno al enfrentamiento y al odio y substituirlo por un entramado de metas comunes de progreso y reencuentros es un gran primer paso para recuperar un Ecuador herido por la corrupción, la desconfianza, el odio y la manipulación de sus líderes.

Y eso solo podemos dejarlo atrás olvidando el pasado de división, de mentiras, de corrupción y de deslealtad que nos deja el correato. ¡Que así sea!

LaRepública.

Más relacionadas