La opinión

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Todos tenemos una con respecto a todo. Y en cada una hay un poco de acierto y de error. Eso hace tan complicado el entendernos y lograr consensos. Finalmente, la verdad inamovible no existe o al menos no alcanzamos a dimensionarla en su totalidad.

Pero es nuestro placer diario emitir un criterio acorde a nuestra visión, defenderlo con ahínco y pretender imponerlo como dogma. Para la mayoría, los conceptos son amalgama corriente. Los va cambiando y reformando de acuerdo a las circunstancias.

Hay inclusive carreras y facultades especializadas en dorar la píldora del conocimiento. Y es bueno que así sea. Le permite al ser humano pensar, rectificar y caer de pie luego de una vergonzosa derrota en los hechos.

El tiempo se encarga de colocar una lápida piadosa sobre los conceptos que se extraviaron en el camino. Y les permite reencarnar en movimientos igual de absurdos pero recubiertos de una pátina nueva y sorprendente.

En todas las áreas del conocimiento, lo que ayer fue aceptado y aplaudido es hoy censurable u obsoleto. Para los lectores y observadores del alma, resulta fascinante explorar estos dogmas. Mirar y remirar la habilidad conque se exponen las ideas, como otros las destruyen, las modifican, las cuestionan y finalmente las presentan como propias, a pesar de haber sido objeto de un mismo y minucioso análisis hace varios siglos.

Pero el verbo, la retórica y la personalidad del carismático de turno les llena de un influjo nuevo, de una novedad dudosa pero siempre eficaz. No hay escapatoria. El ser humano tropieza siempre con la misma piedra. Porque cree en ella, aunque el dolor le haya enseñado que no es el camino correcto, aunque la experiencia objetiva le indica que el camino es otro, aunque la evidencia esté en su contra.

Con tozudez notable, arremete contra la lógica armado únicamente de su criterio, de la creencia que su opinión es infalible y su mundo perfecto, y que lo que percibe desde el exterior es siempre responsabilidad del otro, de su insensibilidad frente a los avatares de la vida, de su egoísmo innato, de su suerte más no de su talento, pues los méritos son siempre propios y las fallas ajenas.

Y así vamos por la vida, reeditando errores y orgullosos de defenderlos, porque nuestra zona de confort nos impide ver más allá de ellos.

Impresiona la cantidad de falsedades que se difunden a diario y la necedad con la que las defienden. Y la retórica habilidosa con la que se pretende tapar las evidencias del fracaso a la teoría expuesta. Y aplica para todo. En los deportes, el equipo de nuestros amores no pierde por su ineficacia o por los méritos del adversario, sino por malos cambios del estratega, errores del chivo expiatorio, o por la corrupción de los árbitros.

En la política, no es la tesis la que fracasa en la práctica, sino la visión del líder que ayer fue ídolo y hoy es convenientemente relegado para no afectar al proyecto.

Y a pesar de la vergonzosa sucesión de prohombres incapaces de concretar los cambios tan obvios que defendieron sobre el papel, la idea sigue viva para que los ideólogos sigan lucrando de la ingenuidad de sus seguidores. Las religiones, a pesar de la aplastante evidencia científica, siguen aferrándose al dogma y a la fe, aunque su ceguera provoque una corriente cada vez mayor de escepticismo en los otrora creyentes.

Normas inaceptables, inhumanas y atentatorias contra la dignidad siguen sin embargo en vigencia en amplios sectores de la humanidad, y asombran por su obstinación y crueldad.

Finalmente, la humanidad evoluciona a pesar del ser humano, que simplemente se adapta, con mayor o menor esfuerzo, a las nuevas pautas. Desde la censura en redes hasta la voluntad totalitaria de los líderes de opinión, la verdad oficial varía de país en país, e impide mirar las noticias con objetividad.

Todo depende del cristal con que se mire. Y ese es uno de los grandes dogales al desarrollo. La visión del dirigente no es sino eso, una opinión. Lo grave es confundirla con una verdad absoluta. En democracia se debe tener la opción a equivocarse y rectificar. Y ese es el camino adecuado.

LaRepública.

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