Del segundo aluvión

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

De la penosa tragedia que enluta hoy a Quito, tragedia que tiene un antecedente dramático y casi olvidado, se deduce que estas cosas no pasan solas.

No se trata únicamente de ejecutorias de la incontrolable naturaleza, sino sobretodo de la ausencia de precauciones y decisiones humanas.

Que existen entre las dos fechas un sinnúmero de descuidos de constructores, olvidos municipales, faltas de planificación o de remediación, es decir una suma de irresponsabilidades acumuladas.

Una ciudad construida entre las montañas, ampliada entre quebradas y rellenos, necesita planes de control y contingencia antes que urbanizaciones al galope para satisfacer necesidades económicas de privados. Una ciudad sinuosa y estrecha no puede vivir sometida a los caprichos de tal o cual autoridad sin que existan prioridades claras en sus administraciones para protegerla.

No es dable negociar permisos de construcción o cerrar los ojos ante invasiones en áreas protegidas.

Recuerdo aún el escándalo que provocó el primer aluvión, combinado en el imaginario popular con la caída en la misma zona de un avión piloteado por un oficial de apellido Morejón.

Luego de la consabida acusación, lapidación mediática y queja, ambos incidentes fueron archivados. Alguna obra de contención se hizo, algunas precauciones se tomaron, pero solo sirvieron para aplazar la siguiente tragedia.

Porque con el olvido se vuelve a las prácticas peligrosas, a las aprobaciones inconsultas y a los hábitos tan humanos de enterrar las causas y continuar sin mirar atrás.

No es un problema solo nuestro. En todo el mundo se aprecian los mismos descuidos, los mismos abusos, las mismas lamentables tragedias. La diferencia está en la capacidad para enfrentarlas. En la fortaleza para reconstruir con mayor fuerza y mejores elementos áreas seguras, espacios protegidos, barreras naturales sin boato y demagogia.

Hagamos votos para que las autoridades no escondan los verdaderos riesgos bajo el felpudo y emprendan una campaña consistente a través de los años para evitar o minimizar al menos estas desgracias.

Y que sea una exigencia de la ciudadanía escoger a sus futuras autoridades con criterios sólidos y proyectos tangibles antes que con ofertas irrealizables y demagogia incluida. Porque de la poca preparación de sus autoridades se deriva la corrupción, la improvisación y la imprevisión. Y estos son los dolorosos resultados.

LaRepública.

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