Glas y los extremos

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

No pretendo aburrirles con otro análisis jurídico sobre la salida de Jorge Glas. Hay una clara manipulación de las leyes en todo el proceso y un resultado inaceptable como corolario. Tampoco voy a señalar con el dedo a los culpables, que en mayor o menor grado, son responsables del fracaso de la justicia en el País. De eso se ha encargado ya la opinión pública y con bastante acierto.

Quiero enfocarme en los hechos y en las consecuencias. Lo cierto es que un convicto de alta peligrosidad ha escapado de la cárcel gracias a la complicidad de incondicionales de poca monta y el silencio de quienes estaban en la obligación de impedirlo. Y eso revela los niveles de podredumbre a los que ha llegado el País.

Tampoco descargaré mi furia contra el Presidente pero sí hago pública mi decepción por su actitud laxa y resignada. No me referiré a los pactos ni a sus responsables porque el tiempo se encargará de ventilarlos. Una asamblea que se devora a sí misma es la mejor demostración de la pobreza intelectual que nos domina y de las ambiciones que la definen. Quiero centrarme en las reacciones que esta injusticia ha creado.

Y empezaré por el reclamo airado de una parte del público por la falta de solvencia testicular del Presidente. Mirado a la distancia, parece que la imagen del sabelotodo populista ha arraigado hondo en nuestros corazones tropicales. Ansiamos hoy un Correa de derecha que atropelle todos los procedimientos para darnos la razón. Y al pensar así seguimos apostando al hombre sobre la institucionalidad en el País.

No es una coincidencia que el Ecuador caiga una y otra vez en el mismo lamento de la falta de líderes. Es el claro resultado de la falta de confianza en las instituciones. Y el total desconocimiento de cómo actúan. No conocemos lo intrincado de la ley y por lo tanto clamamos por el atajo de la fuerza para resolver el entuerto.

Sin duda, en un primer momento eso funciona. Pero en el largo plazo, el daño es incalculable porque nos obliga a seguir buscando dictadores. Y regresar a ver de un lado al otro para ver quien nos soluciona el siguiente problema.

Otro hecho que impacta es la volubilidad de la clase media. Insatisfecha, petulante, dueña de la verdad y exigente. Por supuesto desde la comodidad de sus teclados. Incapaz de dar la cara cuando se la necesita, pero llena de furia desde los tendidos.

Los que ayer votaron por Lasso hoy demuestran su descontento porque nunca fue su primera opción. Nuevamente, las personas sobre las instituciones. Dan soluciones y vociferan si no se las sigue. No entienden los procesos. Solo exigen resultados. Como si fuera tan sencillo.

En tercer lugar, espanta saber que el País alberga a una minoría sin escrúpulos que no se detiene ante nada para lograr sus fines. Una minoría afecta a la trampa, la falsificación, la mentira y la manipulación. Y cuya falta de ética logra este tipo de victorias.

Para el pueblo llano, la sensación de injusticia y abandono ante sus reales problemas genera rebeldía y una cierta envidia. Se preguntan porqué sale Glas y en cambio sus seres cercanos siguen en la cárcel. El concepto de inocencia o culpabilidad no tiene mayor importancia. Lo importante es estar afuera. Y el que lo logra es un ejemplo a seguir. Y cuando la suma de lo antes descrito se vuelve obligatoria, es necesario entender que el resultado arroja un País que está fragmentado, maltratado y maniatado.

Que nuestro subdesarrollo intelectual, fruto de demagogias inmemoriales y de clientelismos imperdonables, es cada vez más profundo y difícil de romper. El hecho que para unos, Glas debe estar cien años en la cárcel y para otros es un héroe que busca su redención es una clara muestra de lo extremistas que nos hemos vuelto. De nuestra incapacidad para ver las cosas con objetividad y de nuestra desesperación por tomar partido y señalar culpables.

En lo medular, solo el regreso a la cárcel del “héroe” podrá restablecer la confianza en las instituciones. Y su libertad, mientras más se extienda, más daño le hace al Ecuador y a su vocación democrática. A esta situación al límite se ve abocada la sociedad ecuatoriana. Este es solo un indicio de los intereses subterráneos que se mueven alrededor de la República.

El tiempo dirá si el tropicalismo se impone sobre la reflexión madura y si el Ecuador se arrodilla o se levanta. Nosotros somos el problema, pero también la solución. Empecemos a buscarla en nuestras actitudes diarias. Menos gritos destemplados y más conocimiento y objetividad en los temas sería un gran primer paso. Y el cerrar filas ante la injusticia con firmeza pero sin venganza sería otro.

El exvicepresidente Jorge Glas, tras su salida del Penal de Latacunga, el 10 de abril de 2022.

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