¿Para qué tantas banderas?

Diego Montalvo

Quito, Ecuador

Sumer fue el primer conflicto desarrollado en la historia. En esta guerra se enfrentaron Lagash y Umma, dos ciudades-estado de la antigua Mesopotamia hace 4500 años. El ser humano ha sido un experto en crear guerras y conflictos. Por sobre cualquier invento, el hombre se ha destacado por crear enemigos. Aunque muchas confrontaciones, al principio, eran más poder y tierras, que tenían una idea expansionista de reinos o imperios, con el paso del tiempo se volvieron menos claras y más bien han tomado un tinte ideológico arraigado en las modas actuales.

Luego de un sinnúmero batallas y confrontaciones durante la Edad Antigua, Media y Moderna, el mundo se dividió, a finales del siglo XIX, entre capitalistas y socialistas. Las Guerras Mundiales afianzaron esa brecha, donde además entraron los dos extremos: fascismo y comunismo, que culminó en la Guerra Fría. Los capitalistas creían en el libre mercado y la producción en masa y el socialismo en un híperestatismo y en lo social por sobre el capital.

En 1989 cayó el Muro de Berlín y el mundo sigue dividido. El capitalismo fue el modelo universal y dominante por estar más apegado a las nuevas democracias que abrieron campo a la Globalización del año 2000. Con ello pareció que el ser humano al fin pensaría de un modo más homogéneo. Sin embargo, hasta los 90, todavía pululaba el enfrentamiento entre conservadores y liberales. Pero, un nuevo fantasma cobró fuerza: el populismo. Vivir en libertad cada vez cuesta más.

Poco a poco, las sociedades fueron perdiendo valores éticos y morales y el activismo cobró fuerza en las mentes más frágiles y manipulables. Tomó fuerza ahora una nueva forma de adoctrinamiento que ya no recae precisamente desde el estado sino desde la sociedad civil. Ahora hay un sinnúmero de banderas que incluso parecen incontables. El colectivo GLBT tiene su bandera, el indigenismo tiene su bandera, el feminismo tiene su bandera ¿siguen lo que profesan? Históricamente, los piratas y bucaneros tenían su propia bandera, Hitler tenía su bandera, Stalin tenía su bandera…

Las insignias más bien son un símbolo de desunión entre ciudadanos entre aquellos que profesan la lógica y la razón y aquellos que no. El hombre sigue siendo un genio en crear demonios y santos. Hoy la batalla campal es la de blancos contra negros, ricos contra pobres, homosexuales contra heterosexuales, homosexuales contra creyentes, ateos contra creyentes, políticos contra la sociedad civil, la sociedad civil contra los políticos, colectivos sociales contra el resto de la sociedad. Lo que en el antiguo cristianismo se acusaba de ser “pecado”, hoy es «racismo», «xenofobia», «homofobia», «discurso de odio», «persecución política» y el más reciente término ‘lawfare’… Vivimos en un mundo donde ya no se puede reír, opinar, discutir con mesura o dar argumentos porque la inteligencia se vuelve marginada. La cultura y el arte más que nunca están a merced del tiburón de la corrección política y la cultura de la cancelación.

Se ondean banderas de todo tipo: arcoíris, de puños de mujer en verde o en morado, otra de una hoz y un martillo, que al final del día no sirven más que para hacer notar a unos cuantos desubicados su tan ansiado deseo de tener fama. Las cosas siguen mal y peor que antes (en años cuando tantas banderas sólo estaban en el sueño de unos cuantos). Se piden acciones a los gobiernos sin siquiera pensar, como ciudadanos, que rumbo queremos tomar. Sin apuntar con brújula el rumbo que deseamos. Queremos seguir a la deriva esperando un milagro o un falso mesías que comande el barco.

Continuamos creando infiernos y diablos, beatificando y fundando paraísos. Hay banderas para todo y discursos tan variados que al final distraen de la podredumbre y de la propia mediocridad de los propios abanderados y escuderos de la Edad Media actual. Cuando un discurso busca anteponerse a otro, de manera violenta, se vuelve totalitarismo. Ahora, ya no son los líderes políticos quienes forman dictaduras, sino la propia sociedad que evita que el individuo se exprese, por temor, por deseo de poder, o simplemente por fama.

En este tiempo el conservadurismo se ha desplazado hacia la izquierda y recayó en un grupo social que desde un supuesto «lado opuesto de los derechos humanos y los que buscan igualdad» marginan a los que piensan distinto, no creyendo en la ciencia y renegando el sentido de vivir en democracia. La vida se complica, pero no por nada más que la propia condición humana. Nos pasamos señalando malos y problemas sin fomentar un cambio o un deseo de desarrollo real. Coronamos un «Mes del Orgullo» sin saber absolutamente de a qué rumbo queremos ir, mostrando vacíos personales y no hay un deseo de crecimiento. Colectivos sociales que más causan bronca que soluciones con un doble discurso de amor o protección y en la práctica fomentan todo lo contrario.

Unos son santos, otros demonios. El verdadero demonio es el pensamiento populista que divide al ser humano. ¿Y si en lugar de tantas banderas tenemos una sola que exprese el éxito del otro y aprendemos a flamear la nacional de cada país? ¿Para qué tantas banderas que al final terminan contradiciendo sus supuestos principios? Deberíamos valorar el símbolo Tricolor que abandera a los ecuatorianos, rezar a viva voz el Himno Nacional y estudiar a nuestras figuras históricas, en lugar de pasarnos en discusiones banales y anticuadas que no nos llevan a ningún lado. El exceso de banderas, estilo a las viejas castas, nos volvieron al peor de los oscurantismos.

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