Hugo Marcelo Balderrama
Miami, Estados Unidos
En su libro, Pablo Escobar, lo que mi padre nunca me contó, Juan Pablo Escobar transcribió una entrevista que le hizo a Quijada (tesorero del patrón en Estados Unidos). En parte de esta se puede leer lo siguiente:
“El negocio llegó a ser tan grande en los primeros años de los ochenta que El Patrón compró doce casas en diferentes sectores de Miami, tres más en Nueva York y dos en Los Ángeles, y a todas les hizo construir escondrijos subterráneos con ascensor. Igualmente, llegó a tener una nómina de 35 empleados, algunos de ellos uruguayos, brasileños, mexicanos, colombianos y uno que otro estadounidense. Y para desplazarse por esas ciudades recogiendo dinero, se compraron cerca de 50 automóviles para evitar que los reconocieran. Además, todos se comunicaban en clave a través de mensajes de busca y teléfonos públicos”.
Por otra parte, varios expertos en narcotráfico, incluido el mismo Juan Pablo Escobar, mencionan las ganancias que generó Escobar a comienzos de los años ochenta. Por ejemplo, El tren, una ruta de narcotráfico directa entre Medellín y Miami, reportó utilidades de alrededor de 768 millones de dólares para el cártel. Ojo, estamos hablando de una sola de las rutas. Si analizamos el total de la cocaína traficada, seguramente, el monto subiría a varios billones de dólares.
Por ende, no debería extrañarnos que Fidel Castro haya puesto sus ojos en esa enorme fuente de dólares. De hecho, la historia demuestra que fueron Pablo Escobar y Roberto Suarez Gómez quienes introdujeron al dictador cubano al negocio del perico.
Al respecto, Juan Reinaldo Sánchez, guardaespaldas de Fidel Castro durante 17 años, en su libro, La vida oculta de Fidel Castro, describió las relaciones del dictador con los capos del narcotráfico. Los acuerdos incluían el uso de las bases militares cubanas para despachar droga a La Florida. Además, de la capacitación y entrenamiento a elementos subversivos ―Evo Morales, Gustavo Petro y las FARC, entre ellos― en terrorismo y guerrilla urbana. Esos grupos tendría como misión tumbar gobiernos democráticos, e instaurar narcoestados.
Penosamente, el 2003 en Bolivia ―con los dólares de Hugo Chávez, la logística terrorista de Sendero Luminoso y la vil traición a la patria del oportunista de Carlos Mesa― lograron uno de sus primeros «triunfos».
El gobierno de Carlos Mesa fue, tan solo, un proceso transitorio para que Evo Morales tomé la presidencia el 2005. Desde su arribo al poder, el dirigente cocalero proclamó la «nacionalización» de la lucha contra las drogas y la sacralización del acullico de coca. Pese a los rimbombante de los nombres, ambas acciones no pasan de ser simples eufemismos para ampliar la frontera cocalera. Por añadidura, permitir que los cárteles se muevan en total libertad al interior del territorio boliviano.
En la actualidad, Bolivia ocupa el tercer lugar mundial en el cultivo de coca, el ingrediente base para la producción de cocaína. Su extensa frontera con Brasil contiene vastas franjas de territorios remotos y poco resguardados. Lo que la convierte en un lugar ideal para las operaciones de los narcotraficantes. El país es, además, la principal fuente del tráfico y la venta de cocaína para el PCC ―uno de los cárteles más peligrosos del mundo―, como ya lo reveló el grupo InSight Crime.
Adicionalmente, la satanización de la DEA de los Estados Unidos es otra de las estrategias del narcotráfico para operar con impunidad. La DEA fue expulsada de Venezuela con Chávez y Maduro, de Bolivia con Morales, de Ecuador con Correa, y acusada por todos los panegiristas del socialismo del siglo XXI como instrumento del «imperialismo» gringo.
Ya son varios años que Bolivia es un país productor y exportador de drogas. Los cárteles ostentan, de manera descarada, sus influencias en las altas esferas políticas, militares y policiales. Los tiroteos a plena luz del día en varias ciudades ya no sorprenden, incluso se volvieron cotidianos. El Chapare es una especie de narcorepubliqueta donde los peces gordos ponen la ley.
Sin embargo, todo ese deterioro institucional es algo que a la gran mayoría de los opositores no les interesa. Para ellos lo más importante es la carrera por los cargos y el presupuesto público. Esa es la única razón para sus desvelos. Son cómplice de los tiranos de El Socialismo del Siglo 21.
- Hugo Balderrama es un economista boliviano con maestría en administración de empresas y PhD en economía. Su texto ha sido publicado originalmente en el sitio del Instituto Interamericano por la Democracia.