Sorpresas

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Pasa el tiempo y se acumulan los recuerdos. Tal parece que a medida que nos aproximamos a la meta miramos hacia atrás con desenfado y solo atinamos a sonreír frente a lo que creíamos importante en el pasado. El dinero, la piel, el estatus, el boato, las triquiñuelas para figurar se revelan intrascendentes ante las realidades de la edad madura.

Hoy importan otras cosas. La paz, la estabilidad, la honradez en las relaciones, la genuina alegría de la vida diaria. Cuando se abandonan los complejos de adolescencia, la dura competencia en la edad madura, la vida ofrece otros parámetros de medida y de aceptación.

Perdemos el temor a acercarnos a quienes ayer provocaron nuestros miedos, entablamos diálogos con personas impensadas hace poco, o ponemos un alto a otras cuya lealtad no es lo que esperábamos. Recuperamos viejos amigos, aquellos que perdimos por los senderos del malentendido, y nos despojamos de viejos prejuicios con sabiduría y buen criterio.

El rechazo ya no duele tanto. Simplemente nos apartamos de quienes lo provocan. Valoramos mucho más la espontaneidad de un niño y sonreímos ante sus habilidades y su capacidad de asombro. Los cálculos de la edad madura resultan intrascendentes frente a ese remanso de agua fresca.

En el trato con el mundo, la coquetería sigue siendo una bella herramienta, y disfrutamos compartiéndola sin intenciones ulteriores. Las diferencias y los preceptos inamovibles de ayer se ablandan con el trato diario, y nos acercamos de forma genuina y sin temor para expresar lo que sentimos.

Es la hora de la coherencia, de la franqueza, de la admiración genuina. Atrás quedaron los celos, las envidias, los complejos. Es el momento de la sonrisa franca, del trato cordial, del sentimiento sin compromisos.

La experiencia nos ha enseñado ya lo pueril del cálculo y lo errado de las pretensiones, porque nunca se cumplen nuestros cálculos.

Es hora de entenderlo y dejarnos llevar por la vida sin pretender dirigirla. La sorpresa diaria y la calidez inesperada son nuestra recompensa cuando bajamos la guardia y privilegiamos la espontaneidad como remanso de vida. Si pudimos entender estas sencillas verdades, nuestro día a día se hará más liviano y agradable.

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