Nicaragua y su ‘revolución’ en cenizas

Gonzalo Ruiz Álvarez. Quito, Ecuador.

Gonzalo Ruiz Álvarez

Quito, Ecuador

Una revolución decrépita. Un comandante decrépito, imitando y hasta superando las actitudes del tirano contra el que luchó en el siglo pasado. Clérigos perseguidos, medios de comunicación cerrados y opositores en prisión.

Daniel Ortega es la caricatura esperpéntica de la que un día fue una revolución que derrocó la tiranía dinástica de los Somoza.

En 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), vanguardia armada de una gran entente de opositores de distintas tendencias políticas, acabó con años de opresión de Anastasio Somoza Debayle, último eslabón de una cadena dinástica que se apropió del poder y acumuló una riqueza exorbitante en la empobrecida Nicaragua.

El Frente fue un grupo político y guerrillero de izquierda que mostró facciones disímiles sobre las formas de lucha y caminos para llegar al poder. Entorno al FSLN se aglutinaron liberales democráticos (el Partido de Somoza era el liberal, pero aniquiló cualquier disidencia), demócratacristianos, religiosos de izquierda y empresarios independientes de las prácticas mafiosas de la oligarquía que Somoza construyó, un poder económico inmenso de él y su familia y, a distancia, una sociedad desobligada. Académicos, intelectuales, curas, comerciantes, estudiantes y una masa campesina preterida, un sub proletariado marginado constituían un tejido social dispar, complejo y a la vez disperso.

La revolución tardó años en cuajar y acumuló mártires como el simbólico Carlos Fonseca Amador, fundador del FSLN. Miles de personas se pudrían en las mazmorras somocistas.

La Guardia Nacional, un ejército pretoriano al servicio de la tiranía dinástica, reprimía y mataba sin pudor.

Pero la lucha revolucionaria iba ganando adeptos entre la población civil.  Los rebeldes en las montañas se refugiaban y preparaban en las tácticas de guerra de guerrillas. El FSLN se toma repentinamente pequeños poblados e infringía derrotas a la Guardia somocista.

Con el apoyo político de Cuba, la URSS y la simpatía de progresistas y demócratas internamente y a nivel internacional, su prestigio se fue fortaleciendo y la causa de derrocar al tirano se expandía.

En una calle de Managua, en enero de 1978 pistoleros y matones somocistas asesinaron a Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, prestigioso periodista, director de Diario La Prensa de tendencia demócrata cristiana. Un crimen que pintaba de cuerpo entero los métodos y alcances de la tiranía de Somoza.

Meses más tarde en agosto, en la ‘Operación chanchera’ un grupo guerrillero se tomó el Palacio Nacional donde operaba el Congreso. La repercusión en la prensa mundial fue contundente y las proclamas del FSLN ampliaban su repercusión.

Así, un 19 de julio de 1979, luego de años de lucha, destrucción y derramamiento de sangre el Frente Sandinista se tomó Nicaragua y los partidarios de Somoza huyeron despavoridos, lo mismo que el tirano que dejó su bunker. Se asiló en Paraguay donde murió en un atentado terrorista años más tarde.

‘Los Muchachos’ como los llamaban a los guerrilleros, formaron una junta de Gobierno y Reconstrucción. En ella estuvo el emblemático Edén Pastora, ‘Comandante Cero’ y la Señora Violeta Barrios, viuda de Chamorro. Daniel Ortega y Sergio Ramírez Mercado, destacado intelectual. Pronto la junta se fue desintegrando.

El gobierno sandinista afrontó una arremetida armada que operaba desde la frontera con Honduras, la famosa ‘contra’, con viejos guardias somocistas y otros mercenarios bien pagados con dineros que, según denuncias oficiales, provenían de Estados Unidos. Más tardes las denuncias de armas para la  ‘Contra’ y apoyo militar y económico fueron destapadas en el Congreso de Estados Unidos.

Ayer como hoy, Daniel Ortega hablaba de una conspiración desde el imperio yanqui. Ayer con argumentos y pruebas, hoy, seguramente con un discurso antimperialista cargado de demagogia que pretende esconder la represión y actor tiránicos de todo orden de su gobierno.

En 1984 Ortega organizó elecciones limpias. Aunque el músculo de los demás partidos era débil y ni los liberales, conservadores y socialcristianos y alguna fuerza de izquierda lograron entusiasmar a la población que votó mayoritariamente por la fórmula Ortega Saavedra – Ramírez Mercado.

El poder  crecía y se acumulaba por Ortega y el Frente Sandinista (ya entonces se criticaba en las calles de Managua que las siglas del Frente significaban: Felices Son Los Nueve, en alusión a los nueve comandantes de la Revolución que ocupaban la cúpula del poder, la presidencia y varios ministerios y embajadas).

Poco a poco el Frente se fue desgranando, el poder de Ortega crecía mientras los auténticos revolucionarios se apartaban y hasta algunos se volvieron opositores.

La historia es conocida con las derrotas electorales del sandinismo a cargo de Violeta Barrios y Arnaldo Alemán. Fue entonces cuando Ortega reaccionó, y tejió una red para evitar perder elecciones en los años siguientes. Volvió a la Presidencia, persiguió a los disidentes y ex partidarios a tal punto que hoy su hermano, el comandante Humberto Ortega que fue jefe del Ejército vive en silencio en Costa Rica y varios de sus colaboradores son opositores o prefirieron el anonimato o el ostracismo.

Sergio Ramírez, destacado intelectual y escritor, otrora miembro de la junta y vicepresidente, es un crítico serio y profundo del Sandinismo y de Ortega Saavedra.

Ortega se volvió un populista que proyectó la imagen de su esposa y superó las denuncias severas de violación a su propia hija con el silencio y la supuesta compra de los fallos judiciales.

Daniel Ortega, el ex comandante de la Revolución, acumuló poder político, transformó la Constitución para procurase reelecciones infinitas y hoy es un tirano más, de igual o peor especie de aquel que quiso y supo combatir en tiempos de la guerrilla.

Luego de las protestas y manifestaciones de hace cuatro años la represión fue la moneda de cambio. Quedaron 300 muertos. Los estudiantes presos se cuentan por cientos y los dirigentes opositores detenidos suman cerca de un centenar.

Así, con denuncias de traición a la patria, calumnias y falsedades limpió el camino y sus principales rivales no pudieron participar en los comicios, están presos o exiliados. Y, claro, ’ganó’ con todas las cartas del naipe en sus manos.

En estos días formó un espectáculo denigrante. Sacó a pasear al sol de los patios de las cárceles a los opositores políticos. Una humillación sin nombre y una amenaza a aquellos disidentes que están libres. La condena de los organismos serios de Derechos Humanos no se ha hecho esperar, pero es inútil frente a una personalidad sin límites de decencia, ética pública y ningún pudor.

Para colmo de males y ante la perplejidad de la comunidad nacional e internacional el tirano Ortega empezó una tenaz persecución contra sacerdotes. El más emblemático es el obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, a quien primero se impidió salir a la calle y luego se le obligó a arresto domiciliario. Él desde el púlpito condenó al régimen. Varios otros sacerdotes han sido amenazados. Muchas frecuencias de radio en manos de la Iglesia se han clausurado. Por eso es que sorprendió la magra reacción y la tímida condena a estos actos de Su Santidad, el papa Francisco.

Como otra bofetada a los derechos y libertades, en días pasados se mostraba que las instalaciones de Diario La Prensa, aquel que dirigió Pedro Joaquín Chamorro y luego su viuda Violeta Barrios, se ha convertido en un ‘centro cultural’. Un nuevo disfraz del blanqueo de imagen que pretende Ortega y su séquito que han cerrado medios de información y han perseguido periodistas. Otra falta grave contra una liberad, clave en el mundo de hoy, la libre expresión es pisoteada y perseguida en Nicaragua.

Composición gráfica de los presos políticos exhibidos por el régimen de Daniel Ortega, en NIcaragua.

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