Guayaquil, Ecuador
La Asamblea Nacional no deja de sorprender a los ecuatorianos. En octubre de 2008 la Asamblea Constituyente controlada por el correísmo dictó una amnistía política que benefició a un individuo que había sido condenado a 16 años de prisión por haber violado a una menor de edad.
Como las autoridades se resistían a dejarlo en libertad, el violador recurrió a la Corte Constitucional, la infame Corte dominada por el hoy prófugo de la justicia. En septiembre de 2009, la Corte correísta convalidó semejante crimen y ordenó que se lo deje en libertad.
Nadie, pero ni uno de los asambleístas del correísmo de entonces, ni ninguno de los militantes del correísmo de ahora, protestó por semejante barbaridad. A todos les pareció muy normal que se libere de la cárcel a un violador de una menor de edad por el hecho de ser un simpatizante de la llamada revolución ciudadana.
A ningún parlamentario se le ocurrió invitar a los padres de la niña violada o a su abogada a una sesión legislativa para escuchar su clamor ante semejante bofetada a los derechos de una menor de edad. No lo hicieron para que el Gobierno de entonces no pase una vergüenza.
Algo parecido a lo que hizo un ministro de Educación del correísmo que, para no empañar la imagen del nefasto Gobierno de entonces, no denunció la extendida práctica de abuso sexual de los maestros sobre los estudiantes.
Ahora bien, esta es la misma gente que hoy parece haberse apoderado del cadáver de una víctima del machismo, del machismo que ellos toleraron y avivaron cuando eran Gobierno. Lo han hecho con el exclusivo fin de cosechar adhesiones electorales y dizque hacer oposición.
Es probablemente el acto más vergonzoso que un ser humano puede hacer: aprovecharse del dolor ajeno para ganar popularidad. Y lo hacen sin ningún tapujo. Así como jamás les interesó la vida de aquella niña violada o de los estudiantes abusados sexualmente por años, por no convenir a sus intereses políticos, hoy se rasgan las vestiduras condenando un deplorable crimen únicamente porque les sirve a sus cálculos.
Pero la bajeza de nuestra clase dirigente no termina en esta paradoja. Resulta ahora que la Asamblea se ha ofendido porque uno de sus miembros ha sido tildado de “tetón” y de corrupto.
Pero lo curioso es que no se ha ofendido por lo segundo, por lo de corrupto, sino por lo de “tetón”. En otras palabras, para la Asamblea el calificativo de corrupto no es tan grave como lo es el de “tetón”.
Y es que la corrupción se ha generalizado tanto entre nuestros políticos que ello ha dejado de ser algo ofensivo para ellos. No así esto lo de ser un “tetón”.
Debe recordarse que la Embajada de los Estados Unidos en días pasados ha retirado la visa que tenía el ofendido para ingresar a ese país, pero no lo hizo por ser “tetón”, que es lo que más preocupa a la Asamblea, sino por serios indicios de corrupción que existen sobre él. El referido calificativo ingresó a nuestro diccionario criollo a raíz de una histórica fotografía donde el susodicho aparece en una piscina de una casa de Miami con otros tantos tetones, casi todos ellos involucrados en delitos de corrupción.
El país requiere modernizar su legislación para prepararnos a enfrentar graves desafíos. Nada de eso les importa. Lo que les importa es que a un tetón no le digan “tetón”.