No son correístas

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Lamento decepcionar a todos aquellos que creen haber descubierto el agua tibia. También a aquellos que ayer respaldaron incondicionalmente al gobierno y hoy se pasan a la vereda de al frente. En política, el agua y el aceite no se mezclan. Este gobierno no está en manos de correistas, como se pretende insinuar cada vez que Lasso hace algo que no gusta a alguien, ni la fórmula es generar escándalo cada vez que se procede con tacto frente a problemas de fondo.

Coincido sin embargo en que muchas decisiones urgentes se han postergado, que no existe un afán de cortar por lo sano frente a una Constitución y unas leyes asfixiantes, y que tal parece que no será este el gobierno que haga los cambios que se requieren para que el País tome otro rumbo. Pero soy escéptico ante las acusaciones de contubernio y negociado que se han lanzado en estos días.

La fragilidad del gobierno consiste en la incapacidad de dialogar con la clase política, y viceversa.

Y es que la clase política se devela cada día más extremista y torpe, aferrada a paradigmas caducos y con veleidades golpistas, frente a un gobierno cada vez menos reactivo y poco firme.

Los exabruptos de Lasso, más parecidos a una rabieta contenida largamente que a una decisión de estadista, solo complican un panorama de por sí complejo y radical.

Los funcionarios de gobierno no cometen errores por correístas, sino por falta de determinaciones claras. No hay una elemental consecuencia con los nombramientos ni con los lineamientos que se trazaron previamente. Las decisiones se toman en caliente y sin reflexión, porque hay un afán de empujar la pelota hacia adelante antes que tomarla en las manos y definir las reglas del juego.

Las mesas de diálogo parecen más una fórmula de capitulación que una negociación en beneficio de los ecuatorianos. Todo esto genera incomodidad e incertidumbre al gran público, acostumbrado a un líder gritón y autoritario de soluciones rápidas y sin esfuerzo.

Lasso es la antítesis de Correone, para desesperación de muchos votantes. Pero de allí a acusar a todo el mundo de correista hay un abismo y una contradicción. Generalizar es siempre equivocarse, y además es peligroso. Que un burócrata siga los lineamientos de su ministerio no lo vuelve correísta, lo vuelve indolente. Que no tenga la capacidad de oponerse a determinaciones que pueden afectar el futuro del País lo retrata como ingenuo, no conspirador.

La falta de cultura política ha convertido a los funcionarios en atentos y seguros servidores del poder, sin el análisis elemental de lo correcto o incorrecto de sus decisiones. Esa es la tragedia. Si el Presidente es pusilánime, sus ministros también. Si no hay capacidad para oponerse o rectificar, no es porque son correístas, sino porque son torpes.

Frente a tanto silencio oficial, a la incapacidad de explicar el porqué de tal o cual decisión, el rol de tal o cual gritón o “denunciólogo“ adquiere más trascendencia ante un público ávido de escándalo y sanción. El gobierno arrinconado se ve obligado a explicar y justificar lo lógico, frente a la sin razón y el afán de notoriedad de sus adversarios.

Pocos se toman la molestia de leer los argumentos de ambas partes, convencidos como están que todos son ladrones y nada está bien hecho. Nuevamente, esa generalización tan dañina. En el tema Coca Codo, la posición del gobierno es la racional y ponderada. Los intereses del País y la necesidad de llegar a acuerdos que preserven la operación de la represa van por delante del afán de protagonismo del denunciante.

Las sanciones a los deshonestos, a los intermediarios y a los beneficiarios deben tratarse y sancionarse en la fiscalía y el poder judicial, no en la Asamblea, cuya función es investigar pero no sancionar, porque así es la ley vigente.

Es hora pues de sacarnos la venda de los ojos y analizar cada tema con ponderación y visión de País, antes que caer en el escándalo fácil y la descalificación como único argumento para señalar el fracaso de las decisiones de gobiernos anteriores. Las obras mal hechas deben corregirse y mejorarse, no derrocarse, ni supeditarse a un amasijo de papeles que impiden la comprensión del problema global.

Aprendamos a hacer País, no a buscar culpables para todo.

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