Rochester, Estados Unidos
Eso somos. Y es el mal nacional. Los vemos a diario. Son aquellos que abruman con sus ofertas, su visión simplista, su declamar fácil, para luego abjurar de su palabra, de su compromiso, de su honor.
Algunos, disfrazados de políticos, transitan de partido en partido, prevalidos de su labia, y encuentran siempre un atril para sus mentiras. Les importa un bledo la palabra empeñada.
Tanto en la vida pública como en la privada, desparraman mentiras para quedar bien.
No les importa el daño que hacen. Lo importante es lograr su cometido, llenar su vacío, aplacar su egoísmo.
Finalmente, son espíritus pequeños, sin grandeza, cuyo paso por el mundo es anodino, a pesar de su éxito circunstancial.
Porque hay gente que les cree. Ingenua, dócil, superficial. Embobada por la imagen, por el aspecto, por la palabra fácil. Convencida que las soluciones son mágicas , que los resultados son inmediatos, que no es necesario el tesón ni el esfuerzo.
Se dicen defensores del pueblo, pero lo hunden a cada paso porque le ocultan la verdad, apuntan al otro como responsable de los males de todos, y se eximen de su responsabilidad.
Los escuchamos a diario, solemnes y reflexivos, cicateros y mezquinos, poseedores de soluciones mágicas que nunca aciertan, porque pasan por al lado del problema y no atacan su esencia.
Ademas, con un cinismo insultante, cuando se quedan sin argumentos ante la realidad, cambian de tema, niegan su palabra, y se refugian en el malentendido.
Ese ha sido el modus operandi por décadas, y por eso las grandes soluciones se soslayan, se ocultan y se niegan.
Nuestra cultura, mendaz y fanfarrona, odia la verdad y aplaude el engaño, ensalza a quien le miente e insulta a quien le enfrenta con la realidad.
Son los cómplices de nuestra tragedia nacional y personal, son quienes nos ayudan a sobrevivir a nuestras propias mentiras, son nuestros lideres cuando nos tocan el bolsillo, son los grandes pillastres de nuestra vida diaria.
Por eso los elegimos y los reelegimos. Porque nos acompañan en la farsa nacional, la de los falsos valores, la de la apuesta hedonista, la del engaño permanente.
Una nueva generación empieza a abrir los ojos. Ojalá su visión sea superior a la nuestra.
Basta de farsas bien presentadas y bienvenida la verdad sin afeites.
El Ecuador necesita mano firme y decisiones definitivas para salir de una crisis provocada por la demagogia de sus anteriores gobernantes.
Es hora de apoyar medidas que nos saquen del marasmo y nos permitan mirar hacia adelante sin miedo.
Para ello, hay que ser consecuente con el Pais antes que con los dueños de los partidos. El pueblo los mira.
¡ No le fallen otra vez !