Ávila, España
Después de las presiones internas recibidas tras el descalabro en el debate de hace unas semanas, el presidente Joe Biden ha anunciado que se retira de la carrera por la presidencia, por lo que no se presentará a las elecciones de noviembre y el Partido Demócrata tendrá que elegir a otro candidato. De momento, el liderazgo del partido recae en la actual vicepresidenta, Kamala Harris, pero en las apuestas sobre la sucesión en la candidatura electoral se incluye también el nombre de Michelle Obama.
De todos es conocido el deterioro cognitivo que tiene el presidente de EE.UU. desde hace bastante tiempo, aunque los medios progresistas han tratado de minimizarlo hasta que quedó muy patente en el debate mencionado. La caída de Biden coincide con el renacer del candidato republicano, y ex presidente, Donald Trump.
El intento de asesinato que sufrió durante un mitin en una localidad de Pensilvania, al que sobrevivió de milagro, ha aumentado la popularidad de su imagen en buena parte de la población, y es que el contraste de vitalidad y energía entre los dos candidatos, ambos de edad avanzada, era evidente. Además, muchos ciudadanos sospechan que detrás del atentado pudo haber algún fallo intencionado por parte de los propios Servicios Secretos, que se encargan de la seguridad de los líderes políticos.
Lo cierto es que EE.UU. tiene una larga trayectoria de violencia política y es el país democrático occidental que cuenta con más presidentes asesinados después de España (Abraham Lincoln, James Garfield, William McKinley y John F. Kennedy). En el caso de Kennedy, las teorías sobre la autoría intelectual son muy numerosas, pero en todos los casos, incluyendo el atentado fallido contra Trump, siempre ha habido un ejecutor material individual.
En todo caso, sea por un error e ineficacia de los servicios de seguridad o por la intención de “dejar hacer” al autor de los disparos, Thomas Crooks, lo cierto es que el clima de polarización creciente de la sociedad estadounidense y la demonización que se ha hecho de la figura de Trump no ayuda al desarrollo normal de unas elecciones. Algunos medios de comunicación contribuyen también a la desinformación, alimentando teorías absurdas como la de la “falsa bandera”, como si Trump o cualquier otra persona racional quisiera asumir ese riesgo (la bala pasó a escasos milímetros de su cabeza) o lo necesitara, cuando antes del atentado ya era el gran favorito para ganar las elecciones.
Es evidente que hay muchos intereses en juego, sobre todo en el plano geopolítico y económico. En el primer eje, Trump es más partidario de un cierto aislacionismo y está en contra de lo que en su día Eisenhower llamaba el “complejo militar-industrial”, que es muy poderoso en el país de las barras y estrellas. Quizás es en este ámbito, el de la política exterior, donde puede haber más diferencias con respecto a la actual administración, porque si nos fijamos en el ámbito económico no vemos muchas.
Hace unos días Trump nombró al que sería su vicepresidente, James David Vance, senador de Ohio y autor de un libro muy conocido titulado “Hillbilly Elegy”. Vance comparte muchos de los planteamientos económicos de Trump, que se basan en una serie de políticas (Juan Ramón Rallo, “Los cinco pilares de la política económica de Donald Trump”) que ya desarrolló durante su primer mandato:
– Política comercial proteccionista: Mediante la subida de aranceles se trató de proteger a la industria nacional, pero no se logró realmente reindustrializar el país. (Estas políticas han continuado con la administración de Biden).
– Defensa de la depreciación del dólar: Vance apuesta por un dólar barato para fomentar las exportaciones y desincentivar las importaciones.
– Reducción de los tipos de interés: Durante su primer mandato, Trump presionó a la Reserva Federal para que los bajara y se reactivara la economía norteamericana.
– Reducción de impuestos, pero sin recortar el gasto público: Esto es, aumentando el ya elevado déficit fiscal que tiene EE.UU. Tanto Trump como Biden han aumentado este déficit irresponsablemente, aunque Biden lo ha hecho más por el lado de incrementar el gasto público.
– Desregulación de la economía: Durante su primer mandato, Trump ya apostó por la desregulación y pretende seguir haciéndolo. Esto reduciría los costes regulatorios y fomentaría la competitividad de las empresas. En este punto sí podemos ver diferencias con el programa económico de Biden.
Habrá que esperar, pero todo parece indicar que después del verano vendrán unos meses decisivos en la primera potencia mundial, donde se decidirán muchas cuestiones económicas y geopolíticas de gran alcance.