Polonia se deshace de su herencia soviética ante las críticas de Rusia

Varsovia, 17 jul (EFE).- La demolición en una localidad polaca de un monolito en honor al Ejército Rojo ha provocado las críticas de Rusia, que ha calificado la acción de «blasfema», pero otras poblaciones de Polonia estudian retirar sus monumentos soviéticos y dejar así atrás una etapa que muchos ciudadanos quieren olvidar.

La ciudad de Limonowa, en el sur del país, se ha convertido en protagonista del último desencuentro entre Varsovia y Moscú a cuenta de los monumentos levantados durante el periodo comunista.

Esta población demolió el pasado fin de semana un obelisco levantado en los años 60 en gratitud al Ejército Rojo, alegando el mal estado de la construcción, que prácticamente había perdido el bajorrelieve en el que se mostraba a un soldado acompañado de unas campesinas, un minero y un montañero.

Desde hacía más de veinte años varias asociaciones locales habían pedido retirar el monumento, pero la tarea no era fácil y el consistorio ha necesitado más de dos años de gestiones y múltiples permisos para poder deshacerse de él.

Tras conocer la noticia, el Ministerio de Exteriores ruso calificó la demolición de «acción blasfema» y recordó que la decisión de las autoridades municipales, sin consentimiento de Moscú, viola el acuerdo suscrito en 1994 entre ambos países para proteger los monumentos y sitios históricos, incluidos cementerios, vinculados a la lucha contra el nazismo.

Las autoridades rusas recuerdan que en Polonia existen alrededor de 300 monumentos de la era soviética y que en suelo polaco descansan más de 600.000 soldados rojos muertos durante los combates contra el Ejército nazi.

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Sin embargo, otras localidades polacas han tomado nota del caso de Limanowa; la ciudad de Nowy Sacz estudia retirar su propio monumento, aunque en este caso será más difícil porque exigirá trasladar los restos de los soldados soviéticos enterrados en las cercanías, ya que en muchos casos los monumentos señalan cementerios soviéticos.

La desmantelación de la herencia soviética puede no acabar en Limanowa o en Nowy Sacz, ya que las últimas tensiones entre Moscú y Varsovia a cuenta de Ucrania han provocado que aflore el sentimiento antirruso en Polonia, donde se recuerda que, tras la teórica «liberación» y la salida de los nazis, los soviéticos impusieron un régimen comunista que duró más de cuarenta años.

Precedentes hay, y en la vecina Estonia las autoridades retiraron en 2007 un monumento a los soldados soviéticos del centro de Tallin, lo que provocó una grave crisis diplomática, mientras el Gobierno de Polonia en aquel año, liderado por el nacionalista-conservador Jaroslaw Kaczynski, anunciaba la desmantelación o reubicación de los monumentos soviéticos.

Vladímir Putin criticó entonces a su homólogo polaco y Kaczynski esgrimió el apoyo de Bruselas y respondió que Polonia no toleraría «que ningún otro país decida qué hacer con su patrimonio histórico», a la vez que aseguraba que ceder ante Moscú sentaría un peligroso precedente que podría llevar a que «un día también quieran decidir el nombre de nuestras calles».

Aunque ese plan no se llevó a cabo de manera sistemática, lo cierto es que la mayoría de estos monumentos han quedado a su suerte, descuidados en muchos casos y sometidos al vandalismo constante, algo que el Kremlin ha denunciado en numerosas ocasiones.

«Los monumentos a los soldados soviéticos que liberaron Polonia de los invasores nazis durante la II Guerra Mundial han sido objeto de vandalismo con más frecuencia, y últimamente ha habido más intentos para reubicar estos monumentos sin permiso», dijo recientemente en un comunicado el ministerio ruso.

«Incluso teniendo en cuenta el contexto negativo, la demolición del monumento que expresa gratitud al Ejército Rojo en la ciudad polaca de Limanowa es un acto verdaderamente indignante», añadió.

El punto álgido de esta «lucha» por los monumentos soviéticos llegó hace dos años, cuando el ministro polaco de Exteriores, Radoslaw Sikorski, planteó la demolición del Palacio de Cultura, un edificio de proporciones colosales que la extinta Unión Soviética regaló a Varsovia, para situar en su lugar un gran parque que aleje definitivamente el recuerdo del periodo comunista.

El palacio, que sigue en pie, es inmenso, con más de 234 metros de altura y 44 pisos entre los que se reparten diferentes instalaciones, desde cines, piscinas, gimnasios, salas de conferencias, museos, teatros y librerías hasta locales de ocio. EFE

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