Ruta viva

Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Hace pocas semanas descubrí un puente largo, de concreto, bien señalizado, que le daba continuidad a un camino de tercer orden, tanto que a no ser por una invitación que me forzó a adentrarme por los intersticios de Tababela, hubiera dudado que existiese, y menos con una infraestructura digna de nuestras mejores quebradas, las cortadas por el Machángara, el San Pedro, el Guayllabamba. Pero no, este puente no maridaba con ningún abismo que lo mereciese.

Y allí está, milagro de la revolución ciudadana, el puente que une San Vicente con Bahía de Caráquez. Y el que cruza el Napo, espectacular obra de reciente inauguración. Y los nuevos aeropuertos de Tulcán y Santa Rosa. Obras todas sobredimensionadas a sus demandas actuales. En todo caso, es preferible anticiparse a las necesidades a verse desbordado por estas, como sucede en los valles orientales de Quito.

Contaba quien fuera uno de sus ministros que Velasco Ibarra, de visita en un poblado oriental, ofreció levantar un puente hasta que, advertido en mitad de su iluminado discurso que por allí no pasaba ningún río, prometió también suministrarles uno. ¡La geografía no debe interponerse a la política! Pero las bromas se transforman en hechos con más frecuencia de la que resulta graciosa, y así sucedió con el Aeropuerto del Tena, obra perfecta salvo por un detalle: no hay vuelos, al menos los suficientes como para justificar el gasto. De modo que las obras que obedecen más a los desafíos electorales que a las demandas ciudadanas no son originales del Socialismo del siglo XXI, sino teoría vieja. Menuda práctica habría encontrado con Velasco si disponía de petróleo…

En el contexto actual, en un país con más autopistas que destinos, más puentes que esteros, más aeropuertos que los necesarios, cuando el Estado ha recibido en los últimos cinco años por ingresos petroleros cerca del 40% de lo que por ese concepto ha ingresado desde que se exportó el primer barril hace 40 años, y los ha aplicado en buena medida a la obra vial, es inverosímil que la capital de la República siga dependiendo de un viejo, angosto y oxidado puente para conectar con los valles de mayor expansión y desarrollo del País, sin que hasta la fecha se sepa exactamente cómo, dónde y cuándo se construirá uno nuevo.

No le interesan tanto al usuario las historias de culpas pasadas o presentes, los dedos acusadores, que si hubo o no estudios, que si ya esperamos 40 años con un puente transitorio, podemos apañarnos otros cinco y explicaciones semejantes. Mientras las discutimos, la vía colapsará, junto con el vaso de la paciencia, con o sin la gota de tráfico adicional del nuevo aeropuerto de Quito. Lo que interesa es que las autoridades, municipales, centrales o las que incumba, pongan en orden sus prioridades, acepten que están frente a una emergencia y procedan en consecuencia, y dándole a Quito por lo menos la misma prioridad que al Tena, contraten de una buena vez el nuevo puente sobre el Chiche. Si la revolución avanza, no se la ve por la Interoceánica, que comparada con el desarrollo de otras vías de menor importancia relativa, ha quedado reducida a un peligroso chaquiñán.

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