No la palabra, sino el silencio

Por Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España

Cuentan una anécdota de Jorge Luis Borges –y el periodista y escritor español Javier Cercas la reseña en su artículo del domingo en el diario “El País”–, de cuando se encontraba en Sevilla en 1984 y recibió la visita del escritor italiano Ítalo Calvino y su mujer Chichita, ciudadana argentina, antiguos amigos de Borges. Como buenos porteños comenzaron a hablar y Calvino quedó relegado hasta que en un momento dado la mujer dijo: “Jorge Luis, aquí está también Ítalo”. Y Borges: “Sí, ya lo he notado”. La mujer: “¿Pero cómo, si no ha dicho ni una sola palabra?”. Borges: “Por eso mismo, lo he reconocido por el silencio”.

Dicen que Calvino (1923-1985), autor de la célebre trilogía “Nuestros antepasados” (1952-1959), era conocido por sus silencios. Por encima de la sabiduría del escritor italiano, en este caso, la sabiduría de Borges al valorar, a través de su ceguera, la presencia de una persona que se ha llamado a silencio.

Releyendo las cosas que se han venido publicando en la última semana en nuestro país, a la búsqueda de algo importante que se me hubiera pasado, o un detalle al que no le hubiera dado la debida importancia o, lo que es muy probable, aquello insignificante en su momento y que después adquirió un valor distinto, me detuve en el lenguaje utilizado para calificar los hechos previos, el juicio, la destitución y posterior rebeldía de Fernando Lugo.

Sin generalizar, pienso que en la mayoría de los casos se ha recurrido a un lenguaje soez donde la razón fue sustituida por la agresividad y las posibles ideas y su debida fundamentación fueron pasto de la irracionalidad. Ante tales situaciones se evidencia lo poco que conocemos de nuestra historia y cuánto sabemos de tópicos, prejuicios y episodios inexactos propagados por profesores mal preparados.

Deberíamos volver a leer (o leer) las cartas enviadas por caciques indígenas al rey de España, Carlos III, protestando por la expulsión de los jesuitas y el fin de las Reducciones. Ojalá pudiéramos tener hoy dirigentes como aquellos indígenas, el Corregidor Santiago Pindó y D. Pantaleón Cayuarí, quienes con una elegancia que posiblemente no se ha vuelto a repetir en toda la historia diplomática del Paraguay colonial y luego independiente, le exponen al rey la situación en que se encuentran: “nosotros no somos esclavos”; le piden ser escuchados: “Oye estas súplicas de unos pobres como nosotros”; para decirle el desamparo en que se encuentran: “A la hora de nuestra muerte, ¿a quién tendremos que nos auxilie? A nadie absolutamente”.

Una de las frases más utilizadas en estos días fue que con la destitución de Lugo se “produjo una herida a la democracia paraguaya”. Más herida quedó la inteligencia y nadie atinó en ello. ¿Es importante? Claro que sí, porque con la palabrería soez y descalificante no podemos debatir los problemas que se nos presentan. “Miserable actitud de la mayoría del Congreso Nacional”, “maniobra artera”, “senachorros” (senador+chorro), “dipuchorros” (diputados+chorro), “en el Congreso se encuentra la ratonera violenta y asesina del país”, “maldita conjunción de varias mafias como las multinacionales”, “el enano golpista, la CIA, la mafia ganadera, el Vaticano productor de agrotóxicos, los masones, en fin, una diabólica alianza de los peores cánceres de la humanidad”, “sinvergüenzas, ladrones, inútiles, delincuentes, corruptos, inoperantes, caraduras, confabuladores”, y etcétera, para ahorrar papel y tinta. Todo es transcripción literal.

El colegio en el que estudié, Cristo Rey, tuve un profesor de filosofía, el padre Teófilo Osuna S.J., natural de San Antonio y cada vez que decíamos una burrada nos reprendía: “Fulano de tal, ha perdido usted una brillante oportunidad de permanecer callado”. La pena es que hayamos sido tan pocos los discípulos de este hombre sabio, los que tratamos de no perder esas oportunidades brillantes de quedarnos callados, pues alguien quizá ciego, quizá distante, pueda reconocernos a través de nuestro silencio.

* Jesús Ruiz Nestosa es periodista paraguayo. Su texto ha sido publicado originalmente en el diario ABC, de Asunción, Paraguay.

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