La doble moral

Alfredo Ortega
Miami, Estados Unidos

Hace poco más de tres años, en una declaración de prensa conjunta, los Presidentes Pepe Mujica de Uruguay y Hugo Chávez de Venezuela se referían a una serie de acuerdos que estaban firmando las dos naciones suramericanas. Como era frecuente cada vez que Chávez tomaba la palabra, cualquier tema podía salir a relucir. En aquel entonces, luego de cantar no sé qué canción, Chávez dijo una frase difícil de olvidar dada la trascendencia de su mensaje implícito.

Corrían los días de marzo de 2011 en los que la OTAN había comenzado (por mandato del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas) su operación de intervención en la Libia de Mohammar Gadaffi luego que éste llamara “ratas” a los opositores y les declarara la guerra. Dijo Chávez, para mi asombro (y creo que para el de Mujica también): “Ni el peor de los sátrapas merece lo que le están haciendo a Gadaffi en Libia”. Si bien el vocablo sátrapa se usó originalmente para referirse a los gobernantes del antiguo imperio persa, el término ha pasado a utilizarse en sentido peyorativo hacia una persona que gobierna despóticamente. Chávez tenía claro que Gadaffi era un sátrapa, como también lo fue él por cierto. Y si un sátrapa es el que gobierna despóticamente, ¿Se imaginan al peor de los sátrapas? ¿Qué quiso decir, entonces, Hugo Chávez con semejante afirmación? ¿Será que, sin importar lo que un gobernante haga, nadie puede meterse? ¿Gadaffi tenía todo el derecho del mundo a asesinar a los opositores y nadie tenía el derecho ni la obligación de evitarlo? Esa frase, tan lamentable como reveladora, describe, en mi criterio, quién fue Hugo Chávez y cómo concebía la política.

Además de la aterradora frase, Chávez mostraba, una vez más, su doble moral. Nadie podía meterse en Libia -ni en Siria, ni en Ecuador, ni en Zimbabue, ni en Cuba, ni en ninguno de los países gobernados por sus amigos-. Pero si alguien había de meterse con EE.UU., Israel, Corea del Sur, la Colombia de Uribe, el Chile de Piñera, o cualquier gobierno que el dictador considerara enemigo, entonces bienvenida la intervención. Él mismo metía las narices en todas partes que se le ocurriera, pero líbrelo Dios a usted si se atrevía a decir algo en su contra. Nadie podía decir nada en contra de Venezuela, con la única excepción de Cuba, Irán, Siria, Palestina, China, Rusia, Ecuador, Nicaragua, etc. Si era para decir loas al dictador, ¡Bienvenido! Pero no se le ocurra criticarlo. Esa fue la doble moral que siempre caracterizó a Chávez y al chavismo; intervenciones buenas (las de ellos) y malas (las de los otros), golpes buenos (los de ellos) y golpes malos (los en su contra), dictaduras buenas (la de ellos o sus amigos), y dictaduras malas (las de derecha generalmente), en general, lo bueno (lo de ellos), lo malo (lo de los otros).

Este artículo lo escribo en la víspera de la reunión de la OEA que discutirá, por solicitud de Panamá, el caso de la evidente violación de los derechos humanos en Venezuela. Cuando era contra sus amigos, allí sí corrieron a buscar los mecanismos claramente establecidos en la organización hemisférica para intentar defenderlos. Citemos sólo los dos ejemplos más recientes: los de Honduras y Paraguay. Como eran aliados de Manuel Celaya y de Fernando Lugo, Chávez, Maduro, Jaua y todos sus secuaces fueron, raudos y veloces a pedir reuniones urgentes de la OEA condenando lo que llamaron “golpes a la democracia”. Celaya, que había intentando convertirse en dictador de Honduras, fue puesto en su sitio por las instituciones hondureñas que ejecutaron un mandato del Tribunal Supremo. Lugo, a su vez, había sido destituido vía juicio político por el parlamento paraguayo por su responsabilidad en la represión de una protesta campesina que dejó un saldo de 17 fallecidos. En ambos casos, Venezuela no escatimó esfuerzo alguno en condenar ambos hechos y en exigir, a través de la OEA, la inmediata sanción de los gobiernos de Roberto Micheletti y Federico Franco.

La intromisión venezolana fue tal que en Honduras, el propio canciller Nicolás Maduro intentó, literalmente, regresar al poder a Manuel Celaya, llevándolo en un avión de PDVSA que el bravo pueblo catracho no dejó aterrizar. En Paraguay, el entonces canciller Maduro fue todavía más lejos y se trasladó a Asunción para, entre otras cosas, conminar a los militares paraguayos a que se alzaran contra Franco, el Presidente legítimamente designado por el parlamento de su país luego de la destitución de Fernando Lugo.

Ahora que Panamá, haciendo uso de su atribución como estado miembro de la OEA, convoca una reunión para tratar el delicado momento que atraviesa Venezuela, todas las baterías de la dictadura cubano-venezolana se enfilan, injustamente, en contra del país centroamericano. Hace el señor Maduro y su régimen un ejercicio “sublime” de eso que llaman “doble moral”. Sin embargo, la culpa es mía y de todos los que esperamos moralidad de un régimen que asesina, tortura, encarcela y persigue estudiantes. Un régimen que, como tantas veces he dicho, hará lo que sea, ¡Lo que sea!, con tal de mantenerse en el poder.

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