Periférik, entre las bombas y el asedio

Antonio Villarruel

Quito, Ecuador

Tal vez no todo sea catástrofe y dolor y lamentaciones después de la revuelta de los últimos días. Tal vez se gestaron auténticas victorias o se escribió una especie de moraleja política nacional, una narración bastante más relevante que las jeremiadas de los quiteños dolidos porque les zafaron tres adoquines de su monacal centro histórico. Yo apuesto que sí y que el sector indígena, que dio cátedra de organización política, no es el único ganador.

Nunca se vio con más claridad la necesidad de tener canales independientes de difusión informativa y con una clara línea política: los medios alternativos y las emisoras comunitarias probaron ser capaces de romper una suerte de pacto de filtración de la información, consensuado por corporaciones comunicacionales ecuatorianas, que jugaron a montar una ficción indigna. Según ellos, una horda de bárbaros, despojados de cualquier derecho de ciudadanía y manipulados por fuerzas fraguadas más allá de su entendimiento, incendiaban una ciudad bien pulida por el diálogo político y el ensueño del progreso. No resultó ser así porque las comunidades indígenas estuvieron y están bastante más politizadas y prevenidas de líderes mesiánicos y ladronzuelos. Al menos, bastante más que Quito o Guayaquil, donde el racismo congénito, la cobardía y el oportunismo de sus líderes resultaron evidentes.

Como decía, parte del desmontaje de la supuesta invasión de los bárbaros manipulados se consiguió gracias al consumo de información, análisis y videos de esas pequeñas iniciativas comunicacionales. Con capitales bajísimos consiguieron informar de modo más confiable y empático lo que se jugaba políticamente en Ecuador y la región sudamericana. Justamente, una parte central de la información que estos canales revelaron fue la total desvinculación de los propósitos políticos y las acciones de protesta de los grupos indígenas con el plan correísta de prender en llamas la ciudad.

Uno de estos medios es Radio Periférik, nacida de una investigación de posgrado de Emilio Bermeo, uno de sus fundadores, hace más de dos años. Periférik es el ejemplo de la fragilidad de la comunicación social democrática y de la voluntad de llevarla más allá de los cercos corporativos. A inicios del 2017, Bermeo comenzó a trabajar en el barrio de Atucucho, en el noroccidente de Quito. Conformó un plan de comunicación barrial que inicialmente adoptó el nombre de un proyecto muerto, Radio Atuk, con el apoyo de vecinos, de los cineastas Andrés Felipe Mena y Antonio Romero y de un estipendio estatal para el desarrollo audiovisual ecuatoriano. El dinero que recibió fue invertido en la consolidación del medio y en el rodaje de un documental que se encuentra en etapa de producción.

Desde mediados del año pasado, Radio Atuk fue amedrentada por grupos correístas que habían hecho trabajo político barrial años atrás. Pidieron que se cambiara la línea editorial y se reconociera la vinculación política que éstos llevaban. En poco tiempo, Bermeo y Mena fueron agredidos físicamente en una asamblea barrial. Radio Atuk no se arredró y continuó cubriendo la vida comunitaria de Atucucho. Hace varios meses se constituyó como Radio Periférik y dejó su antiguo nombre para evitar más cismas con los correístas.

Radio Periférik fue de las primeras emisoras alternativas en cubrir los días de agresiones y angustia en el centro norte de Quito. Transmitió, literalmente, desde los balazos y los bombazos que recibieron los indígenas y las organizaciones sociales. Siempre con equipos muy limitados, brindó una cobertura importantísima para que en las redes sociales la gente se enterara que no era verdad ni la ridiculez de que el castro-correísmo-chavismo estaba manipulando a una manada de ingenuos nativos cuyo desempeño político había tenido días mejores, ni que las protestas casi no sucedían y la policía emprendía un trabajo digno de contención y semidiálogo con los manifestantes. Si no fuera por estaciones como Periférik, continuaríamos pensando que esa respuesta de guerra, organizada por la Policía Nacional y el gobierno, era una invención comunista de los arriados y manipulados habitantes del páramo –casi exacta a la línea argumentativa de Jaime Nebot-.

No fue así, aunque ahora, nuevamente, Periférik esté siendo asediada por la máquina correísta de trolls y otros medios de la revolución ciudadana que han exigido que no se nombre la guerra tramada la semana pasada por esa suerte de cosa nostra ecuatoriana, cuyo único logro esta vez fue convencer, a las clases más pudientes, que los indígenas se habían conchabado con quien durante diez años los mantuvo presos y a merced del plomo. Pese a la presión, Periférik terminó ganando, tanto como nosotros, que hemos aprendido las lecciones del periodismo independiente y la valía de su transparencia política.

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