Xenofobia institucional en Ecuador; el pan de cada día

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

Luego de las lamentables acciones por parte de un venezolano que asesinó a una ecuatoriana en Quito, la maquinaria xenófoba del presidente Lenín Moreno se activó nuevamente para impulsar su discurso de la seguridad nacional. Esto, aprovechándose de la coyuntura para escarbar migajas de popularidad direccionando el odio a un grupo indefenso, como los migrantes.

Ya se ha convertido rutinario este accionar por parte del Ejecutivo, pareciera que estuvieran expectantes a que un migrante estuviera involucrado en un delito para criminalizar de manera irresponsable a cientos de miles de personas. La región se intoxica con xenofobia gracias a políticos incapaces que usan a los migrantes como chivo expiatorio, entonces, la pregunta es, ¿a dónde nos vamos? ¿qué quieren que hagamos? ¿no se supone que Ecuador es multiétnico y plurinacional? ¿o es qué ese discurso solo se usa cuando necesitan pedir fondos a los entes internacionales para ‘atender’ a los migrantes?

La polarización, en la actualidad, es más que rentable, y Lenín Moreno se dio cuenta de ello. Ni con el discurso de recuperar lo robado ni el de la lucha contra la corrupción lo logró, Moreno ha encontrado la unificación de un sector amplio del país con un divisivo discurso como el de atacar a los migrantes. La violencia es indefendible, pero cada vez que ocurre un hecho delictivo que involucra a un migrante, el crimen pasa a segundo plano, porque utilizan dicho hecho única y exclusivamente para impulsar sus peligrosas narrativas. Los registros de la Policía Nacional indican que, del 100% de homicidios en el país, solo en el 6% tienen participación los extranjeros. A los que impulsan endurecer las medidas en las fronteras y regular aún más el ingreso, ¿solo les preocupan el 6% de los crímenes? ¿De verdad creen que seguir poniendo trabas a ciudadanos que huyen de una crisis humanitaria va a ser la panacea de todos sus problemas? Les están viendo la cara.

Algunos dicen que no es xenofobia querer sentirse seguros en su país, otros descalifican las estadísticas haciendo uso de sus vivencias personales y otros simple y llanamente destilan odio hacia la diversidad bajo las trilladas ideas de que los migrantes roban trabajos y llegan a causar daños. Esa idea no es gratuita. La repetición por parte del discurso oficial de culpar a los extranjeros de todos los males causa exactamente ese tipo de reacciones. Primero paso en Ibarra, luego en Otavalo, después, la criminalización de los migrantes (sobre todo venezolanos) durante el paro en octubre, donde incluso 17 ciudadanos venezolanos fueron detenidos injustificadamente acusados por María Paula Romo de ‘actitudes sospechosas’ para luego ser absueltos por ausencia de pruebas. A día de hoy, ningún funcionario ha pedido disculpas y no planean hacerlo.

 Es protocolario. Crean una amenaza inexistente, maximizando una única situación y poniendo un blanco en la espalda a cientos de miles de personas. Ante la ausencia de un latente enemigo, lo fabrican. Luego, toman medidas que previenen la entrada de dicha amenaza y las masas se lo celebran. Esto para generar una falsa sensación de seguridad, cuando en verdad nada ha cambiado. Lo único que ha cambiado es que ahora miles de migrantes ven como se entorpece su proceso de regularización, su unificación familiar y como pierden las ya inexistentes oportunidades. Y mientras tanto, los políticos se regodean viendo como capitalizan desde una tragedia para reposicionarse en la opinión pública.

La información dada por el Ejecutivo sobre los migrantes y su respectiva regularización es escasa y muchos terminan multados o expulsados ‘voluntariamente’ por no cumplir con los engorrosos procesos. Sin hacer jornadas de información ni destinar los recursos necesarios para atender a una crisis migratoria, dejando a cientos de miles de personas a su suerte, ahora planean cambiar la Ley de Movilidad Humana para permitirse deportar masivamente a extranjeros delincuentes.  Eso, sin tomar en cuenta el imperfecto sistema judicial y la posibilidad de que la vida de cualquiera de los deportados corra peligro en su país de origen.

La xenofobia institucional va mucho más allá. Para el gobierno de Lenín Moreno, Venezuela es el ejemplo de todo lo malo. Siempre que hacen referencia a la razón por la que tomaron cualquier decisión económica o social, dicen que es para ‘no ser como Venezuela’. Usan a Venezuela como el ejemplo negativo de cualquier índole. Ni Chávez ni Maduro son Venezuela, ellos la destruyeron, que es muy diferente. Destruyeron el país, pero no han destruido a sus ciudadanos, aún. Le pregunto al presidente Moreno, ¿a un país lo hacen sus políticos o los hace su gente? Si es lo primero, todos estamos fregados.

Usar a un país, y, por ende, a su gentilicio, como un ejemplo de algo negativo repercute directamente en la impresión que el ciudadano ecuatoriano promedio pueda tener sobre los migrantes provenientes de mencionado país. La xenofobia institucional, utilizada para redireccionar el odio y conectar con distintas fibras sensibles de lo que es lo ‘ecuatoriano’ cada vez gana más cabida en el discurso oficial. Son matices de nacionalismo y chovinismo que pueden desencadenar hechos lamentables. El delincuente debe pagar por ser delincuente, no por ser de una nacionalidad específica. Cada quien es responsable de sus acciones y debe enfrentar las consecuencias. No deben caer en ese lugar común donde piensan que cuando una persona delinque y es ecuatoriano, venezolano o peruano, todos sus conciudadanos son delincuentes por igual. Es una generalización tóxica e irresponsable

La pregunta del millón es, ¿qué podemos hacer? ¿nos escondemos? ¿nos disfrazamos? ¿nos deshacemos de nuestro acento y nuestras costumbres? Los migrantes somos el saco de boxeo de todos los gobernantes. Se imponen barreras, se niegan oportunidades y se cierran puertas por ser provenientes de un país en conflicto. Gente que tenía una vida en su país y se la desmontaron, teniendo que salir en búsqueda de estabilidad. Que el simple hecho de compartir nacionalidad con un delincuente sea razón para que te nieguen contratar un servicio, te boten del trabajo o se rehúsen a atenderte en una institución pública, muestra lo mal enfocada que está la migración en Ecuador. No tenemos a donde irnos, si estamos aquí no estamos por gusto. Ni mis familiares, ni yo, ni nadie nos mudamos a Ecuador porque nos encanta el encebollado. Nos tocó sacrificar muchas cosas para llegar acá, y hacemos lo posible por cumplir con nuestra labor y ser bien recibidos. Ecuador también es un país de migrantes, y todos odiamos ver cuando se nos ningunea por venir de un lugar diferente.

Muchos emigramos para escapar de nuestros principales problemas, no para cambiar unos problemas por otros. No permitan que se le cierre la puerta a cientos de miles de bienintencionados por lo que hicieron dos, tres o cuatro delincuentes. No aplaudan los discursos divisivos y sean responsables con lo que comparten. Que lo sucedido en Ibarra hace más de un año nos sirva como ejemplo de lo fácil que puede escalar la violencia cuando el discurso oficial señala irresponsablemente a todo un gentilicio como culpable de lo que hizo un individuo.

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